El fracaso de la Convención

El fracaso de la Convención

Compartir

La Convención ha logrado algo que parecía imposible: poner en riesgo la aprobación del proyecto constitucional. Algunos episodios bochornosos, pero, sobre todo, el texto ofrecido, ponen en entredicho lo que parecía ser una carrera ganada: una forma de Estado improbable, con un sistema político que no tiene un mecanismo de contrapesos claro y bien definido, que hace más fácil la captura del Estado por parte de actores políticos; un régimen institucional que pone todas las condiciones para sumir al país en un período de inestabilidad política permanente; un orden económico ineficiente, que alentará el clientelismo, más un largo etcétera, que alcanza a todos y cada uno de los aspectos del texto constitucional, explican la mencionada incertidumbre.

Dada su conformación, era poco probable que la Convención produjera un texto que se acercara al centro político y lograra concitar la adhesión del grueso de la ciudadanía. No obstante eso era, objetivamente, lo que tenía que hacer. Dicho llanamente, la Convención tenía que escribir una Constitución socialdemócrata estándar, con algunos elementos multiculturales. La gran mayoría de la ciudadanía hubiera aprobado gustosamente un proyecto de este tipo. Sin embargo, y por lo que parece, el grueso de los convencionales, embriagados por los resultados obtenidos en los plebiscitos, creyeron que se los mandataba para continuar la revolución. Siempre es importante tener cerca un contradictor de buena fe, alguien cuya visión sirva para atemperar las propias posiciones. Y más que nunca lo es cuando tenemos que tomar decisiones graves. La redacción de una Constitución implica una decisión de ese tipo. Los sectores más duros de la Convención se cuidaron muy escrupulosamente —y así nos lo hicieron saber— de no escuchar a sus contradictores de buena fe en la derecha. Eso es una desgracia, porque escribir una Constitución no es lo mismo que escribir una utopía en la que, como decía Andreae, el autor de Cristianópolis, cada uno construye su propia ciudad para hacer en ella de dictador.

El fracaso de la Convención plantea varios problemas. Los partidarios del “apruebo para reformar” yerran pensando que podrán reformar. Primero, porque reformar será mucho más difícil de lo que creían y, segundo, porque hasta ahora la centroizquierda ha sido incapaz de contener a la izquierda dura. A esta le dan igual las aprensiones de aquella y el proyecto de Constitución es la mejor prueba: como saben que votar rechazo les duele, creen que les pueden imponer casi cualquier cosa. Por su parte, y mientras los partidos de derecha buscan salidas del atolladero, el Gobierno sube irresponsablemente la apuesta: todo o nada, no hay alternativas. Con ello, ata su destino a un mal proyecto. Así, el fracaso de la Convención arriesga convertirse en el fracaso de toda una generación. (El Mercurio)

Felipe Schwember

Dejar una respuesta