La creación del “gabinete Irina Karamanos” es un bochorno internacional. El incidente, visto en su integridad, retrata a la perfección todo lo que el gobierno hace mal. Y aunque la administración de Boric quiera enterrar el tema, la verdad es que le será bastante difícil sacudirse el recuerdo. La fallida intervención a la institución de la primera dama no solo desnuda la incapacidad de una parte importante de la primera línea para actuar profesional y oportunamente, sino que también abre un conjunto de preguntas sobre la intención del gobierno de instalar el culto a la personalidad como un mecanismo de acción política.
- La misma Karamanos, antes y después de haber llegado al cargo, sostuvo que su prioridad sería despersonalizar la oficina de la primera dama. Sugirió que no solo era necesario modernizar a la institución, para hacerla calzar de mejor manera con los tiempos actuales, sino que también era importante hacerlo de forma estructural y permanente. Quizás por lo mismo llamó la atención que en su debut no se le viera ocupada avanzando en ese frente. De hecho, salvo un puñado de ocasiones, sus únicas apariencias públicas relevantes fueron al costado del presidente Boric, en faceta personal.
- Ahora, a la luz de los hechos, es claro que no se le había olvidado, sino que, muy por el contrario, estaba trabajando tras bambalinas. Tiene sentido, si se considera su notorio desmarque de la institucionalidad vigente. No podría ser de otro modo. Pero, en retrospectiva, ese parece haber sido el problema. En vez de abrirse a diversas opiniones para diseñar la nueva institucionalidad, se cerró, y eso, a su vez, llevó al proyecto a desarrollarse no solo entre cuatro paredes, sino que en la dirección contraria de la neutralidad de género, multiculturalidad, pluralismo y diversidad que se esperaba.
- Hasta ahora, Karamanos no ha admitido su rol en la puesta en marcha del plan, pero tampoco lo ha negado. Su comunicado emitido vía Twitter no dice nada de eso. Ahora bien, solo por deducción lógica, es evidente que sí estaba al tanto, que sí estuvo involucrada, y que no fue un error administrativo, como sugirió el gobierno después de los hechos. O, ¿alguien cree que es posible usar el nombre de la pareja del presidente de la república sin que la pareja este al tanto? ¿Alguien piensa que es realista un escenario en que un funcionario administrativo haya decidido usar el nombre de Karamanos sin su consentimiento?
- Si alguien responde que “sí” a esas preguntas, debe aceptar la peor versión del asunto. Debe aceptar que Karamanos no tenía ni la intención ni la voluntad de reformar el cargo. Por lo bajo, debe aceptar que no sabía lo que su propia oficina hace. Pero, como sabemos, todo eso es inverosímil. Karamanos sabía de la reforma y probablemente sabía desde el comienzo. Si no tuvo una posición protagónica en el desarrollo del proyecto, entonces al menos lo monitoreó de cerca. Pues, de lo contrario ¿cómo se explica que uno de sus subalternos directos, contratados por ella y pagados por su oficina, haya comprado el dominio “Gabinete Irina Karamanos” en NIC Chile?
Ineptitud de La Moneda. En esa línea, ¿por qué Karamanos pensó que sería una buena idea darle su nombre a un cargo de tal envergadura? ¿Acaso no pensó en lo absurdo que resultaría dejar su legado escrito en piedra a solo tres meses de haber asumido? Aquí hay dos respuestas, o lo pensó o no lo pensó. Y, lamentablemente, ninguna es mejor que la otra. Si lo pensó, fue un error político de proporciones épicas; si no lo pensó, sería una negligencia de proporciones épicas. Por su puesto, la única otra alternativa, de la cual no hay evidencia hasta ahora, es que el plan se diseñó e impusó desde otra división de la administración de Boric.
- Lo que ocurrió abre una discusión mayor sobre el gobierno, su posición estratégica y cómo pretende avanzar. Cómo se sabe, la oficina de la primera dama es políticamente sensible. De hecho, a Bachelet casi le cuesta el cargo, después de que se descubrieran los negocios fraudulentos de su hijo. Por lo mismo, es inentendible que la oficina haya logrado avanzar tanto en su proyecto sin la intervención de alguna división superior. O, puesto de otro modo, solo se entiende si el gobierno visó el proyecto. Y, si este es el caso, se abren una serie de otras preguntas sobre la capacidad técnica y política de los asesores y los equipos de la primera línea.
- ¿Por cuántos profesionales pagados tuvo que pasar la idea de fundar una institución llamada “Gabinete de Irina Karamanos” antes de que se fundara? ¿Cuántos en el gobierno asintieron con la cabeza antes de que se decidiera invertir en un sitio web? ¿Nadie pensó que sería una mala idea personalizar el cargo de la primera dama en una persona? ¿Nadie pensó que dado lo que pasó con Sebastián Davalos sería mejor errar por prudencia que por ambición? ¿No hubo un debate sobre los flancos que el proyecto le podría abrir al presidente? ¿Todos los asesores pensaron que avanzar en el proyecto sería una buena idea?
- Todas las preguntas que rodean el incidente Karamanos apuntan a que hubo negligencia o hubo alevosía. Si es lo primero, la única conclusión valida es que hay demasiada ineptitud en la primera fila del gobierno, y que probablemente los errores continuarán. Si es lo segundo, el escenario político que se viene podría ser más complejo de lo que se anticipaba. Si personalizar instituciones es parte de un plan, vendrán otros intentos. El peligro de aquello está a la vista, y se puede observar en lo que ha ocurrido en tantas otras democracias latinoamericanas que han hecho ídolos de sus políticos.
- Finalmente, el gobierno echó pie atrás con el “gabinete de Irina Karamanos”. Pero lo preocupante es que lo hiciera por la presión de redes sociales y no por una evaluación ex-ante. El proyecto pasó todos los controles internos antes de despacharse. De hecho, se alcanzó a publicar el efecto de la resolución en el sitio oficial del gobierno y en Wikipedia. Es un hecho preocupante, que no solo abre dudas sobre el origen del proyecto y el rol de Karamanos en su diseño, sino que también sobre la dirección general del país y la capacidad política y técnica de los principales representantes nacionales. (Ex Ante)
Kenneth Bunker