El gran engaño-Magdalena Merbilháa

El gran engaño-Magdalena Merbilháa

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Desde el que el hombre habita esta tierra ha tenido que trabajar para ganarse su sustento. El esfuerzo y el mérito organizaron las sociedades jerarquizadas y el sentido de individualidad. El valor de las cosas se tenía claro ya que para lograr una meta implicaba trabajo orientado a cumplir un anhelo, material o espiritual. En todos los casos siempre implicaba un esfuerzo. Muchas de las cosas que hoy asumimos como evidentes, son muy nuevas en la historia, sin embargo, el hombre y el problema humano es exactamente el mismo desde la caverna hasta hoy.

Para ejemplificar, nunca nadie tuvo acceso al crédito, es una genial invención en el tiempo, que implicaba mostrar alta solvencia para poder acceder. Por lo que quien anhelara algo debía trabajar y ahorrar para lograr ese fin. Esto respondía a la naturaleza de las cosas. Trabajo, esfuerzo, ahorro y la recompensa al final. Gratificación asegurada. Hoy el mundo del crédito permite el disfrute inmediato y luego el tener que pagar el costo de lo que ya se disfrutó, sin un brillo al final del camino. Esta inversión de los factores genera ansiedad y frustración sin duda. Sin tener conciencia que la frustración surge por la inversión de los factores y la falta de conciencia de los beneficios del crédito y de sentido de la responsabilidad y realidad. Falta educación financiera, sin duda.

Debido a que el trabajo, el esfuerzo, el mérito y el ahorro eran la tónica había una real conciencia del costo y valor de las cosas. Se entendía lo evidente, nada es gratis en esta vida. Hoy esa certeza evidente se ha perdido. Muchos creen que existe lo “gratis”,  sin entender que siempre lo pagan las personas, antes desde impuestos o después. Nada es gratis. Pero nuestra sociedad está confundida, cree que el mundo les debe algo por el hecho de existir, y eso no es así.

Cada uno debiera intentar dar su mejor esfuerzo y creatividad para dejar alguna huella en este mundo. La deconstrucción no sólo ha minado al ser en sí mismo, sino también el actuar y el concepto de deber ser. Se ha eliminado cualquier aspiración de autosuperación, intentando establecer que se puede vivir sin trabajar. Eso es falso y nos quita la opción de construir una vida de logros que se llene de dignidad. Sí, la dignidad no es material, no depende de lo que tengas, sino que es intrínseca del ser humano y sólo cada persona se la puede dar o quitar y sin duda el trabajo y los logros dignifican y generan orgullo, elevando la autoestima. Dando fuerza y perseverancia cuando los objetivos no se logran de modo rápido. ¿Quién dijo que era fácil? Nada es fácil, y el ser humano no valora lo fácil, sino aquello que le ha costado esfuerzo y trabajo.

Hoy vemos nuevamente a los secundarios, esos jóvenes engañados que no tienen sentido de realidad, protagonizando un acto de evasión masiva. Asumiendo que el mundo les debe algo y que ellos están en su derecho de exigirlo. Lo cierto es que ellos deben estudiar y esforzarse. Dar lo mejor de ellos para crecer como personas. Pero ahí están evadiendo, no pagando lo que corresponde. Reclamando por las exigencias y haciendo petitorios absurdos y alejados de la realidad.

Esta noticia contrasta con el trabajo desplegado en la sociedad civil para ayudar a quienes se han visto afectados por los temporales e inundaciones.  Los estudiantes activistas movilizados no son solidarios con nadie, son egoístas. No dejan estudiar a sus compañeros que buscan surgir por sus méritos y condenan a las familias que han trabajado con el norte de esperanza de un mejor futuro. Destruyen en sus protestas la propiedad pública y privada y no les importa el esfuerzo de las personas. Estos jóvenes ideologizados que no entienden la realidad y que aún más triste, envenenados desde el cerebro, no tienen capacidad de entenderla. Ahí está la culpa de los activistas adultos que han utilizado a estos jóvenes, poco pensantes, como carne de cañón para lograr y forzar ellos la transformación social utópica anhelada. Una idea disociada de la realidad.

El gran problema es que el mal avanza no sólo cuando los malos actúan, sino cuando los buenos dejan de actuar.  La pregunta es: ¿Cuándo la sociedad civil condenará en todos los casos estos abusos y atropellos de los llamados estudiantes? ¿Cuándo la ley permitirá que sean castigados y que deban reparar el daño causado pagando monetariamente lo que destruyen? Es hora en un Chile despierto de aislar a los subversivos y vándalos y llamarlos por su nombre y comprender de una vez por todas que sin trabajo y mérito no hay sociedad, ni felicidad. (El Líbero)

Magdalena Merbilháa