El hombre determina los derechos de la naturaleza

El hombre determina los derechos de la naturaleza

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Entre las frivolidades que han consumido el tiempo de una gran parte de los convencionales, está la de tener una “Constitución ecologista”, sea lo que fuere que signifique. Lo han tipificado como “derechos de la naturaleza”. ¿Cuándo los reclamó esta última? No tenía noticia de que, en un mundo que se jacta de alejarse de Dios, el panteísmo se ha enseñoreado del alma de los redactores de la Constitución y la diosa natura les proporcionó las Tablas de la Ley.

Por favor, un poco de lógica. La historia humana está inserta en la historia natural; es una parte de ella y a la vez es más que ella. La conciencia moral y una cierta libertad que se puede llamar libre albedrío —y un misterio insondable— la distinguen aunque no la separan de ella. Pero desde un punto de vista cualitativo, no la pueden confundir con ella; los humanos no somos puramente seres naturales. La conciencia moral rescata la indecible pequeñez que percibimos cuando nos comparamos con la infinitud del universo.

La naturaleza no tiene derechos, no podría tenerlos, por mucho que el texto afirme que el “Estado a través de sus instituciones debe garantizar y promover los derechos de la Naturaleza”. En la medida de sus fuerzas, solo los humanos los tienen, junto con sus deberes. Si no fuese así, como lo ha dicho Fernando Savater, la naturaleza también tendría que tener sus deberes. El primero de ellos, para nosotros, sería que lloviera en esa amplia faja de Chile donde no cae agua desde hace años. La expansión del universo, ¿no debería detenerse para que no exista un fin del universo como un día lo va a ser? La crueldad del universo al condenarnos, aunque sea en millones de años más, ¿no debería ser denunciada a una corte de derechos de todos, o de cualquier engendro? ¿Vamos a denunciar a la naturaleza por ello? Claro, entiendo que si tomamos esta línea estaríamos hablando como si estuviésemos recluidos en una casa de orates.

Me temo que, si se toman en serio sus argumentos, eso le sucede a una parte mayoritaria de los convencionales, desfigurando toda idea racional de lo que puede ser una Constitución que ayude a que un país funcione y que a la vez responda a un metro de la civilización moderna. Que se me nombre un país de los que llamamos democracias desarrolladas —y desde donde principalmente vienen nuestras ideas, de todo tipo, pero que en general conservan la sensatez— donde exista una Carta como la que aparentemente estamos alumbrando.

Al final es el hombre como especie humana el que debe otear la resistencia y potencialidad de la naturaleza; la debe trabajar y cuidar; también respetar a medida que la va conociendo. Los humanos la comenzaron a explotar/trabajar desde el momento en que Eva le ofreció la manzana a Adán. En términos históricos, no mucho tiempo después comenzó el trabajo humano por cuidarla y conservarla. La aparición del jardín en Babilonia hace 3 mil años fue un primer signo de esta mirada reverencial y creativa a la naturaleza. También en las sociedades arcaicas existen varios ejemplos de depredación que al final provoca la ruina de un grupo humano.

No es solo la economía moderna la que puede desgastar el equilibrio ecológico, aunque por cierto tiene su parte. De quienes redactan la Constitución, se la levanta como una culpable digna del cadalso, pero exigen inexorablemente de esta economía todos sus frutos. Total, nadie ha hablado de responsabilidad.

El país responsable debe con celeridad comenzar a diseñar un esquema constitucional que ojalá modifique al que burbujea en el Palacio Pereira; o que sea un espejo invertido de este, alternativa razonable, que vincule historia y modernidad. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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