El legado

El legado

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Un gobierno a la deriva: tal parece ser la descripción más adecuada del momento que atraviesa el Ejecutivo. Sin norte definido ni orientaciones robustas, el oficialismo no tiene más remedio que navegar al garete, al vaivén de vientos que no conoce ni controla. Por lo mismo, reacciona con ánimo variable a la coyuntura; se agita tratando de conectar con las urgencias ciudadanas y busca engañarse a sí mismo con declaraciones rimbombantes. Esto explica que el (mal) humor del Presidente se haya convertido en un factor tan determinante para seguir la contingencia. Cuando el rumbo está definido, el humor del primer mandatario no pasa de ser anecdótico, pues no toca lo fundamental. En ausencia de dirección, las variaciones de su genio se vuelven decisivas.

A esto ha quedado reducida la generación que nos gobierna: a espasmos anímicos. La paradoja es cruel. Aquellos que prometieron asaltar el cielo con las manos, producir transformaciones estructurales y acabar con el neoliberalismo han quedado limitados a la más vana de las gesticulaciones. Es más, miran la realidad desde fuera, como si les resultara ajena, pues no pueden operar sobre ella. En una palabra, no tienen praxis, porque solo conocen la performatividad. Esto puede quedar más claro si nos preguntamos cómo será recordado este Gobierno, cuáles serán sus hitos y resultados más memorables. Y la verdad es que el panorama es desolador. ¿Educación, salud, pensiones, obras públicas, modernización del Estado? ¿Dónde están los énfasis, los proyectos y las prioridades? Es innegable que hay una atención puesta en cuestiones de seguridad, pero, en esa materia, el Gobierno nunca podrá recuperar el déficit discursivo adquirido cuando era oposición. Su credibilidad es, por tanto, necesariamente limitada.

El presidente Piñera tenía poco relato, pero la situación ahora es bastante peor: no solo no hay relato, sino que, además, el Gobierno cree que lo tiene, como si bastara repetir una y otra vez un elenco de frases vacías para conjurar el destino. Para peor, esta administración acumula dificultades significativas en gestión. Es posible que el proyecto piñerista haya sido estrecho y limitado, pero al menos tenía un proyecto. Ahora no tenemos nada, o casi.

Algún lector podría objetar que el esfuerzo del Socialismo Democrático ha consistido, precisamente, en darle un sello propio al Ejecutivo. No obstante, sus esfuerzos no han dado muchos resultados. Sus ministros se llevan buena parte del peso y la responsabilidad en los asuntos delicados, pero su permanencia en el Gobierno no les ha permitido crecer, muy por el contrario. El ministro Elizalde apenas figura (¿cuál fue su última intervención notoria?); la ministra Tohá está cometiendo errores impensados y el ministro Marcel ya no encarna la garantía que fuera en la primera etapa del Gobierno. Incluso, Luis Cordero gastó sus fichas al transformarse en algo así como el bombero jurídico de todas las causas, en lugar de ser ministro de Justicia.

En rigor, acaso sin saberlo, todos ellos están trabajando, pagando costos y dando la cara por un proyecto, cuando menos, extraño: la conservación de la popularidad del Presidente Boric. En efecto, en buena parte de la izquierda parece haberse instalado la idea según la cual el Gobierno solo debe concentrarse en un objetivo: cuidar el 30% de aprobación como Gollum cuidaba su anillo. El diagnóstico implícito es el siguiente. Dado que el clima político no permite hacer reformas, y dado que el 17 de diciembre el oficialismo solo puede perder, entonces solo cabe pensar en el post-Boric. En ese cuadro, el capital más importante de la izquierda es la popularidad del Presidente, que podría servir como contrapeso y refugio en un próximo gobierno de derecha; y luego como plataforma de una aventura presidencial. El legado del Presidente Gabriel Boric al país no será más que el propio Gabriel Boric. Vaya generosidad.

Es posible que el cálculo no sea completamente errado. Con todo, supone una abdicación muy grave del deber más elemental de todo gobierno: gobernar. Después de todo, esta administración tiene por delante más de la mitad de su mandato. Resulta extraño que ya se haya perdido toda energía y tensión vital. En el fondo, muchos están asumiendo la actitud propia del rentista que espera tranquilamente los intereses del capital, sin arriesgar un solo peso.

Desde luego, la dificultad estriba en que, mientras tanto, los múltiples problemas que enfrenta nuestro país siguen agravándose, a vista y paciencia de nuestros gobernantes. El Frente Amplio buscaba abrir una nueva era, y todo indica que está encarnando más bien lo contrario: el fin del viejo ciclo. Si la política estaba agotada, si el sistema representativo ya no conectaba con las masas, si las instituciones ya no respondían, pues bien, este Gobierno está haciendo más patentes que nunca todas y cada una de esas dificultades. El 10 de marzo del 2025 habrá más desazón, más distancia y más escepticismo. Los más jóvenes habrán logrado así la proeza de ser los más viejos, en la medida en que reforzaron todas las lógicas que querían superar. Como decía el viejo Marx, los hombres hacen la historia, pero no saben la historia que hacen. Tal parece ser el inquietante destino de Gabriel Boric. (El Mercurio)

Daniel Mansuy