El Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio firmó un decreto en el que se declara como monumento histórico a dos sitios. Uno de ellos es el retén de Neltume, donde el día después del golpe hubo enfrentamientos a consecuencia de los cuales se ejecutó a doce personas (entre ellas el “Comandante Pepe”). El otro es el Campamento Guerrillero Toqui Lautaro, donde entre 1980 y 1981 el MIR intentó desarrollar una resistencia armada contra la dictadura.
¿Es correcto conferirles la calidad de monumento histórico a esos sitios —donde el MIR dejó su huella— e intentar evitar que la arena del tiempo los sepulte?
La UDI dijo que no. Y puso el grito en el cielo. Algunos de sus miembros dijeron que la ministra Valdés realzaba la violencia política y que no era razonable tamaño homenaje al MIR, algo, agregaron, que ni la Concertación ni la Nueva Mayoría se habían atrevido a hacer. Aunque es sorprendente que la UDI, surgida en el regazo de una dictadura violenta a la que aplaudió con entusiasmo y hasta hace poco justificó, formule esa objeción, ella igual puede ser correcta. Un cura pedófilo puede explicar correctamente la moral sexual; la UDI, mutatis mutandi, escandalizarse con razón por la violencia.
Y es que la conducta de quien profiere un juicio es irrelevante para juzgar la corrección o la verdad de este último.
Desde luego, la UDI tiene razón cuando asevera que no resulta correcto homenajear la violencia. Una democracia excluye el uso de medios violentos y somete la coacción a estrictas reglas procedimentales. La proscripción de la violencia debe ser incondicional, sin subordinarla a circunstancias especiales. Si los sitios que acaban de ser declarados monumentos ensalzaran la violencia y transmitieran el mensaje que en ciertas ocasiones es correcto echar mano de ella, la UDI tendría, mal que pese, razón. Como enseña Kant, en su escrito sobre la paz perpetua, si bien la ciudadanía tiene derecho en ciertas ocasiones a alzarse en armas contra un régimen despótico (el de Pinochet llegó a serlo), ello no puede ser reconocido públicamente. Así entonces la violencia no debe ser homenajeada ex ante como instrumento de acción política bajo ninguna circunstancia.
Pero eso no hace correctas las quejas de la UDI.
Porque, ¿de adónde sacan los dirigentes de la UDI que establecer esos lugares como monumentos históricos equivale a ensalzar u homenajear lo que allí se rememora?
Ahí está el error de todos quienes se han indignado por esa declaración de monumento histórico.
Se trata de un error obvio.
Los seres humanos recuerdan no solo lo que parece digno de ser reiterado, sino también los acontecimientos que por diversas razones ellos creen no merecen ser repetidos. Recuerdan para mantener su identidad a salvo. La identidad, lo que cada uno es y a lo que aspira, es, después de todo, el precipitado de una larga memoria, de una larga historia que se somete a crítica y reúne lo bueno y lo malo, los ángeles y los esperpentos, lo digno de ser repetido y aquello que hay que mantener a raya incluso de la imaginación.
Así entonces, no todo lo que el Estado declara poseer interés histórico (como es el caso de los sitios donde el MIR configuró parte de lo que fue) debe entenderse que posea, por ese solo hecho, particular dignidad moral. Un monumento histórico es un lugar o un objeto en sentido amplio, que desata la reflexión crítica y obliga a quien lo visita o es espectador a interrogarse acerca del pasado que la comunidad a la que pertenece porta en sus espaldas y en el que, si quiere asomarse al futuro, debe, inevitablemente, lo quiera o no, le guste o no, hincar los talones.
Desde ese punto de vista, no cabe confundir un sitio o museo de la memoria con un monumento histórico, que es la confusión en que la UDI, ofuscada quizá por su propio recuerdo y su propia culpa, está incurriendo.
Un sitio o museo de la memoria rememora un cierto acontecimiento para subrayar algo que la comunidad ha decidido debe ser un imperativo categórico o incondicional suyo. Es el caso del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Su objeto no es estimular el juicio histórico, sino subrayar una conciencia moral compartida.
Un monumento histórico, en cambio, es un lugar o conjunto de objetos, v.gr. inmuebles, que poseen interés para el juicio o reflexión crítica de la historia, para despertar la reflexión frente al pasado, dando la oportunidad intelectual para que, mirando el acontecimiento, se discuta y se reflexione una y otra vez acerca de su significado, para que se pase una y otra vez sobre el pasado.
Declarar algo como monumento histórico no es, pues, lo mismo que instituirlo como un sitio de memoria.
En otras palabras, la UDI no debe inquietarse porque el MIR haya pasado, bajo la firma de la ministra Valdés, a la historia. (El Mercurio)