Entre quienes lo conocen, no ha pasado inadvertido el silencio de Piñera en estos días. Concentrado en una suerte de bilaterales con los distintos ministros de Bachelet, el nuevo Presidente se ha mantenido en su casa, alejado de la prensa y de la contingencia, sin hacer declaraciones de ningún tipo.
El resultado de todo esto ha sido muy positivo. Primero, porque transmite una calma no muy usual en Piñera. Acostumbrados a su ímpetu agotador, sus ganas de estar en todas las discusiones, de las opiniones rápidas, la imagen actual es una suerte de bálsamo reponedor para un país que se vio en extremo agitado y fraccionado en el período electoral. La actitud del nuevo mandatario ha calmado las aguas, recuperando la tranquilidad que se necesita para pensar en lo que viene.
Esto también se nota en las reuniones con los ministros salientes. Se trata de conversaciones privadas, donde salvo una fotografía protocolar, Piñera nunca se ha referido a ellas. Pero, por lo que cuentan sus interlocutores, parecen ser momentos de conversación distendidos y amables, donde más que discutir, el Presidente busca entender la situación en las distintas carteras y los desafíos pendientes.
Todo esto transmite también una suerte de aura republicana, de seriedad y formalidad que, al final, solo engrandece el cargo, y muchos asocian a personalidades tipo Ricardo Lagos, pero no mucho a Piñera. Esta fue una crítica permanente en su primer gobierno, pero esta semana el presidente electo también ha hecho gala de estar a la altura de aquello.
Por otra parte, este tipo de reuniones y su tono, entregan una señal política importante. Está presente la idea de que, pese a que los gobiernos cambian, siempre hay una cierta continuidad. Recuperar esa visión de que los países no se reinventan cada cuatro años, la famosa retroexcavadora de Bachelet, es una señal muy potente y republicana también.
Finalmente, se logra algo muy potente para la derecha, porque transmite una suerte de madurez política que hoy la distingue de la angustia colectiva de la izquierda, que no deja de recriminarse por la derrota que sufrió. Era el momento de tomar distancia de aquello y mostrar una señal de gobernabilidad para los tiempos que vienen.
Es cierto, uno no puede sacar conclusiones de solo una semana. Pero las primeras señales son importantes. Nublarse con un triunfo tan contundente hubiera sido muy fácil. Salir a pontificar también. La soberbia siempre ha sido mala consejera, y un estigma de la derecha. Alejarse de aquello es lo que corresponde. Por eso, este Piñera, menos ansioso, más silencioso, pero igual de trabajador, es una imagen que debiera tratar de que no sea pasajera y mantenerse cuando llegue a La Moneda. No solo lo ayuda a él, porque lo hace crecer, sino que también entrega una imagen de calma y madurez que puede ser muy útil para su nuevo gobierno.
La Tercera