Es imposible no compadecer al Presidente Boric, pero hay que reconocer que se la buscó. Si uno elige gobernar con el PC, no puede extrañarse de que haga PC-cosas. La cancelación de Patricio Fernández es una de ellas.
El PC ha sido, es y será el que conocemos. A lo más, podemos tratar de adivinar quién será su próxima víctima. En todo caso, no exageremos: cualquiera de los disidentes que están encarcelados en Nicaragua estaría dichoso con recibir un trato como el de Fernández. Aunque haya quedado con su imagen magullada ante la izquierda radical (ni siquiera sé si eso es muy grave), puede pasear, escribir y tomarse una cerveza con sus amigos. Ningún asesor cubano lo apaleará en las calles ni lo torturará en una prisión. Es un privilegiado, porque vive en un país donde el Partido Comunista es solo una parte del Gobierno.
Nadie duda de que hubo muchos comunistas que fueron torturados o asesinados, como también socialistas, entre otros. Pero hay una diferencia importante, porque los socialistas no se valen del hecho de haber tenido muchas víctimas en sus filas para dispensarse de la tarea de pensar. Tampoco, hasta donde yo advierto, están empeñados en dividir el mundo entre buenos y malos ni les incomoda la libertad de prensa.
Para el PC, en cambio, cuando una persona se pregunta si en el proyecto de la Unidad Popular había elementos de corte totalitario, eso solo puede significar que justifica todo lo que sucedió en Villa Grimaldi. Si alguien plantea la cuestión de que el final de la UP quizá no sea solo una derrota militar, sino que también corresponde a un fracaso, entonces es un negacionista.
Si los comunistas realmente creen eso que afirman, su actitud no dice mucho de su sutileza intelectual. Y si no lo creen, entonces habla mal de su corazón.
El contraste entre el PC y el socialismo es sorprendente, porque en la Unidad Popular los socialistas eran unos extremistas. Admiraban a Fidel, consideraban que su régimen tiránico era un gran modelo, y parecían empeñados en conseguir que la gente que quería mantener las libertades básicas se resignara a una salida autoritaria. Los comunistas, en cambio, eran el partido del orden. Su meta final era, ciertamente, una sociedad donde nadie con genuinas convicciones democráticas quisiera vivir, pero ellos sabían que debían andar con calma. Además, sea por razones estratégicas o por convicción, fueron leales a Allende, cosa que no puede decirse del Partido Socialista de entonces.
Ahora, en cambio, se han invertido los papeles. En el Gobierno actual, los socialistas son quienes ponen la moderación y muestran una fidelidad al Presidente Boric que contrasta con la actitud de los comunistas (y del propio Frente Amplio). Los comunistas parecen albergar un curioso amor al odio, mientras que los socialistas, más allá de sus defectos y errores, no parecen dominados por esas pasiones.
¿Cómo explicar este paradójico contraste? Es un tema que debe ser estudiado con atención, aunque le pese al PC, que dirá que eso significa un exceso de reflexión o un espurio deseo de distraer la atención de lo sucedido el 11 de septiembre de 1973.
Una de las causas más relevantes de esa diferencia está dada por el proceso de autocrítica que hizo el socialismo en las décadas del setenta y del ochenta, que no tuvo un equivalente en el mundo comunista. ¿A qué se debe esa diversa situación? Una parte importante de los socialistas tuvieron una ventaja: ciertamente habían sido muy caóticos, pero al mismo tiempo no seguían instrucciones de nadie. Esto les permitió enfrentarse con su pasado y preguntarse, al menos en una medida importante, por su parte de responsabilidad en la catástrofe.
Muy distinto fue el caso de los comunistas, que estaban bajo la tutela de Moscú. Había alguien que pensaba por ellos, que determinaba dónde debía estar cada uno: si en la Alemania Oriental, en la Unión Soviética o, si era un proletario, en Bulgaria. En un ambiente semejante, no hay autocrítica posible, a menos que uno decida abandonar el partido, cosa que algunos hicieron. Sin embargo, esas personas pagaron un costo altísimo: quedaron solos en el exilio, sin una red protectora y en condiciones económicas muy adversas. Esos excomunistas mostraron gran valentía, pero fueron pocos.
Probablemente hay muchas más explicaciones, pero lo que está claro es que el PC constituye un serio obstáculo para tener un buen gobierno. A su negativa presencia se suma el hecho de que el frenteamplismo ha dado muestras de gran inmadurez política en este año y medio, es un conglomerado desordenado, y los escándalos recientes lo han desacreditado; en cambio el PC, con su orden implacable, ha podido adquirir un protagonismo inesperado. ¿Qué puede hacer el Presidente Boric en este escenario? Me temo que muy poco, aparte de complacer un día a un sector y al día siguiente al otro.
¿Cómo enfrentaremos el medio siglo del 11 de septiembre de 1973? Los desaparecidos nos seguirán penando y el dolor de sus familias permanecerá intacto; el PC, no el Gobierno, sacará algunos réditos políticos y mostrará que está vigente, aunque sus ideas sean pocas. ¿Y el resto? Quizá podamos dejar al PC en su mundo paralelo e intentar una reflexión seria y dolorosa a la vez, que incluya a Patricio Fernández y otros como él. (El Mercurio)
Joaquín García Huidobro