Lo propio de la vida humana, y, para qué decir, de la vida social, es que no es simplemente una realidad, sino que es, a la vez, la interpretación de su propia realidad. Así, lo notable de la condición humana es que depende de sí misma, o, mejor todavía, de la interpretación que ella es capaz de dar de sí.
Eso hace relevante al Informe sobre desarrollo humano, del PNUD, correspondiente al año 2019.
Su lectura puede ayudar a que los chilenos y chilenas elaboren una interpretación más equilibrada de la sociedad que, en las últimas décadas, han construido.
La idea de desarrollo humano
Para comprender el Informe del PNUD es necesario atender a la idea de desarrollo humano.
Esta idea está inspirada en las concepciones que acerca de la justicia ha formulado Amartya Sen, premio Nobel de economía. Sen ha sugerido que la mejor manera de establecer cuán justo o injusto es un país es atender a la medida en que sus habitantes disponen de capacidades para llevar adelante el tipo de vida que quieren llevar. “Ser capaz de razonar y escoger” es una frase que describe el bien a ser igualmente distribuido entre los seres humanos. Esto no depende solo del dinero o del ingreso disponible, explica, sino del acceso y la distribución de un conjunto de bienes —salud, educación— que permiten a las personas imaginar la vida que quieren vivir y emprenderla en la práctica.
¿Cuándo una sociedad distribuye con justicia esas capacidades?
Juzgar la justicia o injusticia de una situación social no consiste, dice Sen, en comparar su realidad actual con un esquema trascendental acerca de lo justo, con un mundo edénico, un horizonte escatológico donde la justicia ideal esté realizada del todo. En vez de eso, Sen ha sugerido emplear razonamientos comparativos, esquemas de elección social entre las alternativas razonables. Hacer política supone, ha insistido, en hacer elecciones entre las alternativas disponibles cuya fisonomía, a su vez, siempre depende, inevitablemente, de elecciones pasadas (vid. Sen, Idea of Justice, Harvard, 2009, pp. 96 y ss.)
Los informes de desarrollo humano se inspiran, en términos generales, en ese enfoque: ¿Qué podrían enseñar acerca de Chile?
Las contradicciones culturales de la modernización
Desde luego, lo sorprendente es que el mismo país que estas semanas ha estado convertido en algo cercano a un campo de batalla —si se cree a los grafitis, un pueblo abusado que se revela contra una élite corrupta— es un país de muy alto desarrollo humano, un país que cuando se atiende a las capacidades que brinda a sus habitantes es el primero de la región de América Latina, ocupando la posición número 42, en el mismo grupo, por ejemplo, donde se encuentran los países del norte de Europa. Esa posición significa que los chilenos y chilenas tienen alta capacidad de escoger y conducir su vida. Sin embargo, hay un fuerte retroceso en la misma escala cuando se la corrige atendiendo a la desigualdad. Ya el Informe Desiguales, del PNUD (2017), había constatado que si bien en Chile la desigualdad estaba disminuyendo cuando se la medía con el índice Gini o el índice Palma, u otros promedios, había al mismo tiempo una vivencia o una experiencia muy profunda de desigualdad.
Surgen, entonces, una pregunta: ¿Cuáles son los factores que explican esa experiencia de desigualdad?
Hay, desde luego, factores objetivos distintos al ingreso que explican la vivencia profunda de la desigualdad: las formas de trato social, los espacios de interacción, la disposición y la calidad de los bienes públicos en distintas zonas de la ciudad. Esto explicaría, desde luego, la vivencia de la desigualdad profunda e hiriente, a pesar de los incrementos del bienestar y una extraordinaria disminución de la pobreza (de un 49% a menos del 9%).
Pero eso no explica del todo por qué la vivencia de la desigualdad parece crecer al mismo ritmo que la mejora del bienestar relativo.
El Informe del PNUD sugiere algunas explicaciones a las que las sociedades que se modernizan deben atender.
El Informe explica que las capacidades humanas (lo necesario para razonar y elegir) no son naturales, no son independientes del contexto o de las circunstancias históricas. Cuando las sociedades satisfacen las capacidades básicas (algo que Chile en buena medida habría hecho si se atiende a los datos) comienzan a anhelar capacidades avanzadas. El propio crecimiento de las sociedades hace que las capacidades básicas que proveen a sus habitantes principien a ser insuficientes. Entonces surge la necesidad de nuevas capacidades para controlar la narrativa de la propia vida y experimentar la autonomía. En otras palabras, el aumento del bienestar (la presencia de más tecnología, de desafíos medioambientales, la expansión de los bienes disponibles) hace necesarias capacidades nuevas. Cuando las sociedades cambian su circunstancia, sus condiciones materiales de vida, las capacidades para desenvolver una vida autónoma también cambian. Esto ya había sido observado por Marx. En El Capital, Marx hace depender el valor del trabajo humano de lo necesario para reproducirlo; pero esto último, dijo, varía con las circunstancias. Es lo mismo que observó el Dr. Johnson en el siglo XVIII: la vida humana no progresa de satisfacción en satisfacción, sino de deseo en deseo.
Amartya Sen sugiere, por otra parte, que la desigualdad percibida puede ser mucho más aguda que la que verdaderamente existe. Lo llama “ilusión objetiva” (objective illusion). Ella consistiría en una creencia que resulta correcta desde la posición de quien la tiene; pero incorrecta cuando se la examina imparcialmente (ver “Positional Objectivity”, en Philosophy and Public Affairs, 22, n 2).
Un ejemplo permite aclarar ese fenómeno.
Y se encuentran las ventajas acumuladas o recibidas.
Como los más aventajados acumulan ventajas diferenciales, se aprovechan en mayor medida del bienestar creciente. Por ejemplo, entre 1980 y el año 2017, los ingresos del 80% más pobre de Europa crecieron en 40%, pero en cambio el 0,001 por ciento experimentó un crecimiento del 180%. Es el llamado efecto Mateo (como lo denominó R. Merton). Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Mateo 13:12). Si bien esas cifras son solo de ingresos, ellas podrían indicar una desigual distribución del poder que más temprano que tarde incide en la capacidad de narrar la propia vida.
¿Qué hacer?
Sen sugiere elaborar razones para elegir entre las mejores alternativas disponibles. Ello supone atender a la cultura del caso y a las trayectorias que la han configurado.
En el caso de Chile —mal que pese a quien pese— se ha instalado un cierto ideal meritocrático, una acentuada cultura del consumo y un intenso anhelo de igualdad. Todo eso, hasta cierto punto contradictorio, configura el reclamo de estas semanas. El esfuerzo político e intelectual consistirá entonces en compatibilizar esos ideales, sin sacrificar uno de ellos a los otros. La gente distingue entre desigualdades que son producto del esfuerzo (desigualdades merecidas) y las que son producto del privilegio (desigualdades inmerecidas). Y las nuevas generaciones que han adquirido sus capacidades básicas, y por eso son sensibles a las más avanzadas, parecen anhelar valores post-materialistas, en tanto las más viejas reclaman protección frente a las incertidumbres de la vejez y la enfermedad.
El desafío del tiempo que viene es comprender esas demandas e intentar crear condiciones para satisfacerlas sin rendir alguna de ellas frente a las otras. Y —sobre todo— sin que el apuro irreflexivo lleve a echar por la borda las estructuras básicas que han hecho posible la paradoja, hasta cierto punto benigna, de tener muy alto desarrollo humano y una igualmente alta insatisfacción. (El Mercurio)
Carlos Peña