El senador electo Felipe Kast anunció esta semana que impulsará una ley que él bautizó como “Machuca”. El proyecto obligaría a que los colegios privados incluyeran en su matrícula alumnos “socioeconómicamente desfavorecidos”, es decir, niños y niñas pobres que tendrían la posibilidad de recibir una mejor educación en establecimientos privados. La cuota sería de un 10% por colegio, explicó el también líder de Evópoli.
Felipe Kast usa para su proyecto el nombre de la película de Andrés Wood, una cinta sobre la frustrada amistad de dos niños en un mundo fracturado. Porque Machuca no es una reflexión sobre las políticas de enseñanza, sino la recreación de un proyecto privado, impulsado por un sacerdote católico en un momento de crisis en la historia nacional. Un período que acabó con el Golpe de Estado.
Wood usó sus recuerdos como alumno del Colegio Saint George para reconstruir en una película algo de lo que él mismo fue testigo, un programa de beneficencia que se transformó con los años en una especie de leyenda entre la clase alta santiaguina. El cura a cargo de la dirección del colegio quiso matricular como alumnos a un grupo de hijos de pobladores que vivían en un campamento cercano. El sacerdote buscaba hacer algo de justicia por la vía de la caridad y la culpa. Logró su objetivo, pese a la resistencia de buena parte de los apoderados. Machuca recrea ese proceso con guiños que sólo los chilenos entenderíamos, como por ejemplo el juego de apellidos entre los personajes protagonistas: de un lado está Infante y del otro el chico que le da el título a la cinta. Para un español o un argentino son sólo dos apellidos, más allá de nuestras fronteras a nadie se le ocurriría que uno de los apellidos es “mejor” que el otro, en cambio aquí sabemos que sí hay diferencias, que ambos encierran un mundo de distancia y que el encuentro entre ambos será dificultoso y hasta violento.
¿Llamaríamos actualmente “inclusión” al proyecto recreado en Machuca? ¿Pensaríamos que un experimento así provocaría un cambio social?
¿Cuánta cuota de crueldad y voluntarismo puede desatar un plan como ese?
La historia de Machuca está contada desde el punto de vista del niño Infante, por lo tanto, nunca vemos los liceos ni las escuelas desde donde llega el puñado de alumnos pobres a encontrar un espacio en el colegio privado. Naturalmente, ante los ojos del niño protagonista esos datos se acercan a la irrelevancia; basta tener la certeza de que se trata de un universo en el que todo marcha mal y que no tiene remedio. Las señales que Infante recibe son esas y se resumen en una dificultosa operación de salvataje que tiene como momento crítico la reunión de apoderados, cuando las heridas de la historia se abren.
La idea de la escuela pública como un territorio oscuro del que hay que escapar es justamente la arista en la que coinciden el proyecto de Felipe Kast y la película: no hay en absoluto una valoración de esa institución, porque ésta pertenece al ámbito de lo ominoso y desconocido, algo que ni siquiera alcanza a ser retratado, un mundo oscuro, sin memoria ni destino. La lógica de la Ley Machuca combina este supuesto con el de la beneficencia o caridad de raíz religiosa y la hegemonía de la competencia como única perspectiva de la enseñanza. Quienes quieran salvarse deben demostrar que se lo merecen. Un razonamiento que se transformó en parte del sentido común y que funciona de manera automática, por algo el gran tema en educación durante los últimos años no fue la enseñanza pública, sino la gratuidad universitaria, que vista descarnadamente no es otra cosa que un voucher que se les otorga a individuos que cumplen ciertos requisitos. Lo mismo que el concepto del “liceo emblemático”, islotes a los que sólo unos pocos pueden acceder.
La Ley Machuca es la expresión de que ese sentido común continuará imperando; que la escuela pública como un espacio de encuentro al que cualquiera puede acceder, un ámbito cultural en sí mismo y no sólo como un hervidero de resignación para niños pobres, es una idea ajena, exótica, algo que sólo funciona en el resto de Occidente desarrollado. Ese universo ajeno en donde no hay apellidos mejores que otros y en donde la educación es algo más que un mero gesto de caridad que salva a unos pocos y condena a la mayoría al fracaso. (La Tercera)
Oscar Contardo