La sumatoria amplísima de fuerzas por el Rechazo se recordará por mucho tiempo como un momento decisivo de la historia nacional.
¿Es conveniente hacer comparaciones con otros instantes de similar densidad histórica? Mejor que no: no se vaya a quebrar la delgada línea actual, solo porque alguien pueda sentirse ofendido.
Simplemente, cabe constatar que todavía existen en Chile esos mínimos comunes que dan consistencia a una nación, ese fondo compartido que permite pensar en un futuro para todos, cuando hace muy poco, la Patria parecía rota en mil pedazos. Que tales fondos comunes son reales, lo prueba el hecho de que han confluido por el Rechazo independientes, izquierdistas, centristas y derechistas; que lo han promovido creyentes de todas las confesiones, agnósticos y ateos; que cruza brechas generacionales entre jóvenes y muy mayores; que ha superado todas las divisiones existentes entre quienes, desde 1964 hasta el presente, han estado en posiciones antagónicas, pero hoy confluyen en una misma decisión.
¿Y qué es lo que han compartido entre todos?
En primer lugar, la revalorización de la prudencia. Han comprendido todos ellos que esa, la virtud rectora del actuar político, exige que los cambios sean graduales y que, en momentos de especial crisis, se renuncie a los proyectos maximalistas que quizás serían más comprensibles en instancias de mayor estabilidad.
Han transmitido también —sin explicitarlo, tal vez por pudor— que la amistad cívica debe recuperar su función creadora de consensos. Frente a quienes solo se plantean en términos de guerra civil, los partidarios del Rechazo han sugerido en voz baja, apenas susurrando, que están disponibles para tratarse de nuevo unos a otros como miembros de un mismo grupo dirigente, dispuesto a buscar lo mejor para Chile. “Elitismo” lo llaman desde la otra vereda, queriendo impedir el verdadero liderazgo.
A eso se suma que en todos los que hoy rechazan hay una decidida valoración del patrimonio. Sí, una defensa del acervo que se expresa en realidades tan densas como la unidad nacional, el mestizaje, y las libertades y derechos adquiridos y practicados por generaciones. En la diversidad de los partidarios del Rechazo hay una convergencia basal: todos chilenos, todos mestizos, todos libres.
No debe restarse importancia, además, al hecho de que en la transversal confluencia por la opción Rechazo hay una sostenida y valiente apelación a la paz, lo que se concreta en una denuncia y en una renuncia de la violencia como método de acción social y política. Hay quienes fundamentan esa actitud en el descarado atentado a la vida que supone proponer un aborto sin limitaciones; otros se inclinan por rechazar al no encontrar en el texto constitucional propuesto instrumentos que permitan frenar la violencia mediante estados de excepción proporcionados y policías bien dotadas. Unos y otros, a su modo cada uno, todos buscan la paz.
Y los ha caracterizado a todos ellos, finalmente, una valoración del Derecho y del lenguaje como los instrumentos adecuados para la custodia de los grandes bienes antes mencionados. Ni la prudencia ni la amistad cívica ni el patrimonio ni la paz pueden custodiarse ni promoverse desde la norma corrupta o desde la palabra mentirosa. El grave deterioro de esas dos formalidades en el proyecto constitucional ha servido para que tantas personas, diversas y a veces enfrentadas entre sí, confluyan en un rechazo común a la pobreza jurídica y conceptual.
Será posible evitar en Chile el gran mal de una nueva Constitución imprudente, agresiva, rupturista y belicosa, si se secunda el esfuerzo de tantos y tan diversos patriotas por decir que No. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas