El programa refundacional de la nueva izquierda está en retirada. Si alguien aún tenía dudas, la cuenta pública de ayer debe haberlas despejado. Por cierto, en un país donde las confianzas interpersonales son tan reducidas, el renovado camino que ha tomado el Presidente Boric —y cabe suponer la coalición oficialista por el cierre de filas que provocó su discurso— tomará tiempo en sedimentar. Pero el hilo conductor de su mensaje, más allá de los matices propios de cada administración, no fue demasiado distinto del que se escuchó en las cuentas públicas de los 30 años. La necesidad de unidad y de buscar acuerdos se repitió en diversas ocasiones. La democracia de los acuerdos no parece verse tan mal ahora y la “agudización de los conflictos” se guardó definitivamente en un cajón.
Los dos últimos procesos electorales en el país parecen haber dejado huella en el jefe de Estado y sus colaboradores más cercanos. Por supuesto, el contexto internacional también ayuda. Visiones similares a las de Apruebo Dignidad (el tronco del oficialismo) han sufrido duras derrotas en Italia, Francia, Grecia y el domingo pasado en España. No son buenos momentos para las ideas de la nueva izquierda. Y claro, la premisa de que hay espacio para superar el capitalismo no resiste bien el escrutinio. Por cierto, este no viene en un solo sabor y se puede combinar de diversas formas. Ahí parece estar la nueva motivación del Gobierno. Incluso en la estrategia del litio, para colocar un ejemplo, el foco está ahora con mucha más claridad que antes en los acuerdos público-privados. Se trata, entonces, de retomar una agenda más bien socialdemócrata.
Quizás nunca se pretendió algo distinto, pero el reconocimiento en los inicios de su discurso respecto de la poca preocupación del Gobierno por promover mayores consensos en la Convención Constitucional deja entrever que hubo otra mirada. Que parece estar plasmándose una estrategia distinta la recoge, de alguna manera, la oposición. El cuestionamiento a la Cuenta Pública también se alineó con la tradición de los 30 años. Se hablaba ayer de la desconexión con la realidad y los insuficientes anuncios en los ámbitos que más preocupan a la población. La dinámica política del día de ayer inevitablemente dejó la impresión de que si bien hay visiones de mundo distintas en oficialismo y oposición, y aproximaciones diferentes a los problemas de la población, estas comienzan a moverse en un espacio más acotado que el observado desde el 18 de octubre de 2019.
En este escenario, el Gobierno va a tener que reinventar su agenda. Algo de esto ya ha hecho en algunos ámbitos como seguridad. En otros, se comienzan a observar algunas desviaciones, pero son difusas. Pero también hay algunos donde no hay claridad. Ayer, por ejemplo, perdió la oportunidad de delinear el carácter del pacto social y tributario al que aspira. Muchas promesas condicionadas a una reforma tributaria que requiere cambios importantes respecto de la propuesta inicial y que difícilmente, de concretarse, podrá financiarlas en su totalidad.
Los anuncios habrá que evaluarlos en su propio mérito, pero algunos de ellos, como el término de la tarifa eléctrica de invierno, no parecen ser producto de una reflexión muy acabada. La forma de abordarla, negociando con las empresas, revela, además, un creciente corporativismo que, en distintas partes, el discurso deja entrever como modo de alcanzar acuerdos en otras materias. Quizás es inadvertido, pero no le hace bien a la deliberación propia de la democracia. (El Mercurio)
Harald Beyer