En dos meses y medio el Partido Nacional Libertario, aún en formación, se ha transformado en la tercera fuerza política más importante del espectro de la derecha en el país. Con más de 30 mil inscritos le falta poco para superar a la UDI y llegar al segundo puesto tras Renovación Nacional. Y no sería raro que este fuera el comienzo no solo porque el éxito tiene gran poder de atracción, sino porque bajo la superficie del mapa político chileno las coordenadas de las coyunturas críticas han cambiado. En el presente observamos un escenario muy distinto al que estábamos acostumbrados hasta 2014, cuando, bajo el nefasto segundo mandato de Michele Bachelet, la mano invisible de la Nueva Izquierda encendió los motores de la retroexcavadora iniciando un proceso que nos sumió en la misera económica, la inestabilidad política y el descalabro en materia de seguridad que sufrimos hoy.
Con Bachelet se implementó una reforma tributaria exitosa desde el punto de vista marxista, pues frenó la economía, incrementando las cargas impositivas a las empresas para, supuestamente, financiar la enseñanza pública. La presión que impulsaron las reformas que destruirían la educación -fin de la selección, el copago y el lucro- se había desbordado en 2006 con cientos de miles de estudiantes protestando en las calles, guiados por líderes pingüinos “puros” y “castos”. ¡Cómo olvidar al grupo de estudiantes que, muy bien formados en Gramsci, usó a favor de sus inconfesados propósitos el anhelo de una mejor educación para seducir a los cándidos! Boric, Jackson, Vallejo, Cariola y tantos otros a los que, así lo prueba la evidencia empírica, nunca les importó otra cosa que el poder para desmantelar el “maldito modelo” y así sumarnos a la órbita del socialismo del siglo XXI. Que ese fuera su verdadero objetivo no debiera sorprendernos puesto que el adoctrinamiento de los jóvenes pingüinos con “nobles valores de los próceres comunistas” lo apreciamos tanto en su defensa de las dictaduras latinoamericanas, como en los resultados de su gobierno que avanza con éxito el propósito de convertir a Chile no solo en la tumba del neoliberalismo, sino de miles de inocentes que día a día mueren en manos del crimen organizado.
La concatenación de hechos que terminó por transformar al oasis de Latinoamérica en uno de los países más inseguros y con menor crecimiento de la región, es la siguiente: con el frenazo económico provocado por Bachelet los sectores productivos perdieron competitividad y experimentaron una caída en sus ganancias. Así surgió la necesidad de abrir las fronteras para dejar entrar mano de obra barata al país. (¿Recuerda usted esos aviones procedentes de Haití? ¿Cuándo sabremos la verdad sobre esa red que tantas semejanzas tiene con la trata de personas? Me parece que es de sentido común abrir una investigación y establecer las responsabilidades, caiga quien caiga.) Con la llegada de cientos de miles de inmigrantes ilegales se produjo la caída de los sueldos reales y el sector de la población, la clase media baja, que luchaba por no caer en la pobreza y salir definitivamente de ella, terminó por sucumbir. Así quedaron despejadas las Alamedas para la llegada del narcotráfico que, aprovechándose de la necesidad de los nuevos pobres, armó sus redes con el profesionalismo que le caracteriza.
Así fue como se consolidó la industria criminal con una venta que, el economista Sergio Urzúa, profesor titular de la U. de Maryland, calcula en una cifra anual cercana a los US$ 16 mil millones, vale decir, el 5% del PIB. Si a las variables mencionadas agregamos el lobby pro-crimen de sectores políticos que se han opuesto a todo tipo de legislación que sirva a la persecución eficaz y al establecimiento de penas adecuadas para las actividades ilícitas -muy bien documentado por este medio en varios artículos- tenemos una visión amplia del nuevo escenario político. La guinda de la torta, una alianza inconfesada, pero explícita entre sectores políticos y vanguardias criminales: indultos, retiro de demandas por ley de seguridad interior, visitas a criminales de la «primera línea» en cárceles en medio del golpe de Estado, aplausos a los mismos criminales en el ex Congreso, indicaciones a las RUF que neutralizan el rol de las FF.AA. y de Orden, persecución judicial de sus miembros, fronteras abiertas, etc.
Seguramente estará usted pensando que, si el comienzo del descalabro es el frenazo económico provocado, a mi juicio, exprofeso por el gobierno de Bachelet con el fin de destruir el modelo y retomar la senda de Allende, entonces no tendría sentido que la derecha política, hoy encarnada en el Nacional Libertario, partido en formación, reemplace a la derecha económica. Bastaría con arreglar las cifras, recomponer las partes del sistema que la izquierda destruyó (lamentablemente con ayuda de la derecha económica y el fenecido centro político) y echar a andar la máquina otra vez. Lamentablemente, ese pensamiento nos llevaría directo a la derrota.
Y es que previo a la aprobación de las políticas que frenaron la economía y destruyeron la educación, se desarrolló una batalla cultural que posicionó la igualdad en el lugar de la libertad, los “derechos sociales” en el de la responsabilidad, demonizó el lucro mientras perdonaba la corrupción (recordemos MOP- Gate, Dávalos, Soquimich, etc.), y disparó un misil en la médula del modelo que tanta prosperidad trajo para la vida de los chilenos: la alianza público privada en la provisión de bienes y servicios básicos.
Este es el motivo por el que en un país donde los ciudadanos viven con miedo a ser atacados no sólo en las calles, sino en sus propios hogares, sin derecho a autodefensa ni protección alguna, en que las clases se suspenden cuando se celebran funerales narco y a los niños se les enseña que pueden nacer en el cuerpo equivocado en lugar de aportarles conocimientos básicos y los valores en los que se sostiene una sociedad pacífica, democrática y próspera, el retorno de la derecha política es una buena noticia. Primero la cultura y luego la economía. ¡Hasta Adam Smith estaría de acuerdo!
Los argentinos aprendieron bien la lección; de ahí que, en reiteradas oportunidades, el Presidente Milei haya explicado que su gobierno no repetirá el error de los chilenos. Y es que de nada sirve el crecimiento económico si la gente tiene la fe puesta en el Estado y prefiere la igualdad del esclavo antes que la libertad del ciudadano, como si por el solo hecho de no despertar celos, odios, resentimientos y envidias se estuviese en una posición moral superior.
En el corto plazo Chile necesita volver al diálogo racional para asegurar la paz, salvar del adoctrinamiento ideológico a las nuevas generaciones depurando el sistema de educación de todo tipo de ideologías asesinas, devolver al Estado el monopolio del uso de la fuerza, activar el aparato productivo, cerrar las fronteras, perseguir a los criminales hasta que el último de ellos responda ante la ley por el daño cometido, mientras recuperamos la soberanía perdida por la firma de un sinfín de acuerdos entre élites globalistas a las que poco y nada les interesa el bienestar de las naciones y mucho menos su sobrevivencia. (El Líbero)
Vanessa Kaiser