El vocablo urgencia se define como una situación o problema que se debe atender de inmediato o lo antes posible. Cuando este concepto no es cabalmente internalizado, predominan la inercia y la inacción, con consecuencias negativas e incluso vergonzosas.
En nuestro país los efectos de esta precariedad conceptual y práctica son variados y graves. Así, a través de los años, hemos leído, escuchado y vivido el sorprendente retraso de cuatro, ocho o más horas en la atención médica en los servicios de urgencia del sistema público, lo que constituye una ofensa a la inteligencia humana y una humillación al paciente que concurre en busca de ayuda médica.
Hay quienes de tanto en tanto dan la voz de alarma sobre esta realidad, pero nadie parece tomar la iniciativa de explicarnos específicamente el porqué de esta sorprendente tardanza.
Se nos dirá que se debe a una disparidad entre la demanda y la oferta de servicios, pero esta asimetría no debe convertirse en impotencia institucional, sino estimularnos en la búsqueda de soluciones. Probablemente los servicios de urgencia deberían intervenirse para su evaluación, con el fin de identificar los factores específicos que inciden en su lenta atención, como por ejemplo: la idoneidad y suficiencia de su personal médico y paramédico para una tarea delicada como es la atención de urgencia, la jerarquización en los turnos de atención según la experiencia clínica del equipo médico, los recursos logísticos, técnicos y de gestión, etcétera.
Los servicios de urgencia deberían organizarse en una red de apoyo mutuo, de manera que el exceso de demanda en un servicio determinado podría aliviarse derivando a los pacientes con sus propias ambulancias a las unidades menos demandadas.
Todos somos testigos de situaciones cotidianas similares que suponen un maltrato y la humillación de nuestros conciudadanos, como, por ejemplo: la atención burocrática de la Compin, el altísimo costo de los medicamentos, las ínfimas pensiones de gran cantidad de los jubilados, la triste realidad de los numerosos campamentos a lo largo del país, las listas de espera en la atención de salud o la impresionante imagen de ancianos y ancianas recogiendo los desperdicios en las ferias libres para su alimentación.
Todos estos ejemplos demuestran una indolencia en la búsqueda de vías de solución de los problemas sociales. Ello crea frustración, cuando no rabia contenida en los afectados.
Tal vez una de las pocas instituciones que responden cabalmente a las situaciones de emergencia y con acciones inmediatas y eficaces sea el cuerpo de Bomberos de Chile. Esto es particularmente notable en una institución integrada por voluntarios: un emocionante ejemplo de ayuda desinteresada y, además, un modelo digno de ser imitado por otras instituciones.
Es mi convicción que la astenia del sentimiento de lo urgente es, en apreciable medida, un factor relevante en la multitudinaria movilización social que hemos observado en estos días en todo el país
Nadie ignora que el país carece actualmente del nivel de desarrollo que le permita resolver en breve plazo el conjunto de problemas sociales que nos aqueja, pero sí disponer de los medios para abordar ahora los más apremiantes.
Hace más de 30 años un líder espiritual universal nos dijo “los pobres no pueden esperar”. El tono de su voz no era el habitual, era el tono trémulo y angustiado de un hombre sensible que había vivido en persona el dolor y la miseria de millones de seres humanos en sus visitas pastorales en diversos países del mundo.
Los ecos de este mensaje apremiante pueden servir de inspiración para enfrentar la agenda social que hoy desafía a nuestra sociedad. (El Mercurio)
Alejandro Goic