El teniente Bello en Shangri-La

El teniente Bello en Shangri-La

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La posibilidad de aprobar el TPP11 en nuestro Senado parece ser cosa del pasado. Y no se trata de una dejación o abandono meditado, puesto que los mismos de quienes nació la (buena) idea de llenar el vacío regional que dejó la administración Trump no solo no lo defienden, sino que parecen propugnar la creación de un foso entre nuestro país y la posibilidad de vincularnos más activamente a una de las zonas más dinámicas del mundo en lo económico y social; amén de que tenemos muchos intereses estratégicos y vitales en el Pacífico.

Shangri-La fue un lugar ficticio, mágico, pacífico y feliz, de un célebre filme de 1937 dirigido por Frank Capra, sobre un avión que se estrella en ese paraje de los Himalayas. Incluso cuando los pasajeros retornan a su mundo lamentan abandonar un paraíso.

Siento que es lo que nos sucede, que exigimos que nada sea menos que Shangri-La. Hablamos (demasiado) de gozar de los dones de una economía desarrollada en todo lo que se refiere a asistencia social, pero poco y nada acerca de cómo se llega al desarrollo. Los países que lo alcanzaron en lo social y económico se sitúan a grandes rasgos en dos zonas culturales del mundo: en parte de Europa y de sus reproducciones en otros continentes (EE.UU., Canadá, Australia, Nueva Zelandia); y los países confucianos, proceso comenzado por Japón de manera pasmosa poco antes del 1900, seguido después de 1945 por otros de la misma región, siendo el caso más espectacular el de la China actual (sin olvidar que Taiwán, de 24 millones de habitantes, posee una economía mayor que la de Vietnam, de casi 100 millones de habitantes). Países no exactamente confucianos ni desarrollados como Indonesia y Malasia parecen haber tomado esa senda. Salvo China, los países que se pueden considerar desarrollados son también democráticos. Al igual que en nuestra América, que subsistan democracias en Asia depende de que no exista previamente un colapso de ellas en los países donde nacieron.

China, que no sería miembro del TPP11, pero que está vinculada por otro tratado con esos países, juega la carta de combinar una economía de mercado altamente desarrollada y enormes avances sociales, con la preservación de un moderno sistema autoritario que sus líderes ansían pueda constituir un modelo hegemónico global en las décadas que vendrán. En todo caso se aferran a esta esperanza.

Por cierto, cuando hablamos de democracia y desarrollo, no se quiere decir que será una etapa superior y estable del espíritu humano. Como toda civilización, esta modernidad no es más que una nueva forma de plantear los problemas humanos de hoy y de siempre. Con todo, buscamos el desarrollo, y la experiencia de las nuevas naciones en ese estado o que han dado pasos gigantescos en alcanzarlo está justamente entre quienes pertenecen al naciente TPP11. Por eso es casi un mandato de patriotismo vincularse a dicho sector de la humanidad. No se trata de alejarse de América Latina —la realidad actual nos demuestra la plena pertenencia a su mundo cultural— y ojalá al menos los países de la Alianza del Pacífico ingresen al TPP11.

¿Qué sucede entre tanto en el Senado? Creo que, más por temor y por embeleso con el estallido, y no por razón meditada, en vez de asociarnos a países que en su momento estaban más atrasados que nosotros y que ahora marchan en dirección de la vanguardia, nos refugiamos en las antiguas fantasías latinoamericanas, que una Constitución o un Edén hasta ahora oculto nos liberarán por arte de magia de todo esfuerzo y aventarán a los pérfidos que malogran la felicidad. Definitivamente, seguimos varados en Shangri-La, más perdidos que el teniente Bello. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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