Es indudable que el trágico fallecimiento de Sebastián Piñera ha dejado un enorme vacío en la derecha. Tras la conmoción de los primeros días, resulta inevitable que surja la pregunta respecto de la continuidad del piñerismo. Después de todo, Sebastián Piñera fue la figura tutelar de la derecha durante al menos dos décadas; y, por lo mismo, cuesta imaginar al sector sin su presencia. De allí que abunden los llamados a rearticular a la oposición en torno a la memoria del exmandatario.
Sin embargo, el desafío es más arduo de lo que parece. Por de pronto, será necesario realizar, más tarde o más temprano, un balance sereno de las dos administraciones de Sebastián Piñera, con sus virtudes y defectos. En seguida, la derecha parlamentaria también le debe al país una reflexión respecto del abandono en que dejó al presidente en la discusión sobre los retiros. Cabe recordar que, en ese momento, no se estaba discutiendo solo sobre fondos previsionales, sino también sobre las prerrogativas del presidente (mientras la oposición defendía la tesis del parlamentarismo de facto). Sebastián Piñera quedó completamente solo porque muy pocos legisladores de su sector estuvieron dispuestos a respaldarlo, y eso habla de una irresponsabilidad política mayúscula en quienes protagonizaron la desbandada. Si acaso es cierto que la izquierda ejerció una oposición mezquina, debe decirse que la derecha ejerció un oficialismo bastante irresponsable, y ambos fenómenos fueron parte de una dinámica común. Aunque sea impopular decirlo hoy, no todo fue culpa del Frente Amplio.
Con todo, la dificultad mayor guarda relación con la naturaleza misma del piñerismo. La interrogante central puede formularse así: ¿es pensable un piñerismo sin la persona Sebastián Piñera? Incluso quienes fuimos críticos de su liderazgo no podemos sino reconocer que el hombre tenía múltiples y variados talentos, y que sabía explotarlos al máximo. Este fue el secreto de su éxito: él estaba en el centro de todo, él era el pivote central del esquema. Decir que el piñerismo giraba en torno a Piñera puede parecer una perogrullada, pero creo que subyace algo más profundo. Su liderazgo era poco partidario, y esa era su fortaleza y su fragilidad. Fortaleza: todas sus virtudes estaban puestas al servicio del proyecto. Fragilidad: todo dependía de él. Esto puede apreciarse con mayor claridad si atendemos al hecho siguiente. El piñerismo es una especie de estructura superpuesta a los partidos. No se identifica con ninguno de ellos, sino que cruza a todo Chile Vamos. Aunque fue presidente de RN, para Sebastián Piñera los partidos siempre fueron un problema, más que un activo y, por ese motivo, intentó siempre construir lealtades que no pasaran por la militancia, para atenuar el poder de las orgánicas (así fueron sus gabinetes ministeriales). Al mismo tiempo, los partidos descansaron en él, porque se encargaba de realizar un trabajo que las tiendas no querían o no podían emprender (formación de equipos de gobierno, elaboración de diagnósticos, articulación política, entre muchas otras funciones). En virtud de lo anterior, Sebastián Piñera nunca tuvo, en estricto rigor, herederos políticos. Su posición de superioridad —real y merecida— no permitía ese tipo de vínculos.
Por otro lado, el piñerismo era, antes que un corpus doctrinal, un modo pragmático de hacer las cosas: sentido de rapidez, exigencia máxima a todos los colaboradores, uso eficiente de los recursos públicos, énfasis en la gestión. Los testimonios coinciden en que aquello era posible porque él estaba personalmente encima de todos los demás, y manejaba toda la información necesaria para empujar las iniciativas y lograr que las cosas ocurrieran. En ese sentido, es innegable que el exmandatario convocó y marcó a una generación de servidores públicos que, de seguro, continuarán aportando al país, y esta es una dimensión fundamental de su legado. No obstante, en este plano su ausencia también será muy notoria, pues no hay personalidades equivalentes que puedan cumplir su papel. En suma, Sebastián Piñera seguirá siendo en el futuro un punto de encuentro y un punto de inspiración para la derecha, pero la sobrevivencia del piñerismo no tiene nada de evidente. Es más, intuyo que la honda emoción que produjo su fallecimiento no es ajena a la inevitable orfandad en que queda sumida buena parte del sector.
Quizás la persona que mejor ha comprendido esta delicada situación es Evelyn Matthei. Ante la pregunta por el futuro del piñerismo, la alcaldesa ha afirmado lacónicamente que es la hora de los partidos. La frase tiene una carga muy especial: durante décadas, la personalidad totalizante de Sebastián Piñera ocultó la debilidad de las tiendas opositoras. Su fallecimiento ha vuelto patente ese déficit y obliga a encauzar el movimiento a través de las orgánicas partidarias. Para decirlo en simple, hará falta un trabajo colosal de muchas personas para intentar llenar el vacío que dejó la partida de Sebastián Piñera. Y será, a la vez, una manera de rendirle un homenaje a su inagotable energía. (El Mercurio)
Daniel Mansuy