Elecciones europeas o el declive de las interseccionalidades

Elecciones europeas o el declive de las interseccionalidades

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“Un enorme peligro para la democracia ante el avance de la extrema derecha”. Esa es la estrábica interpretación dada en la región latinoamericana de los resultados en las recientes elecciones para el Parlamento Europeo. Es curiosa por su carácter sesgado y claramente bizco. Examina sólo una parte de los asuntos y evita ir a las cuestiones más centrales.

La verdad es que, como en cualquier resultado electoral, siempre hay innumerables lecturas. Y, en este caso, lo más destacable es el declive, categóricamente evidente, de aquellos partidos que promueven las llamadas interseccionalidades.  Se trata de esas agrupaciones que buscan con denuedo instalarse a la “izquierda” de los ya establecidos.

En esta lucha por hegemonizar esos ambientes, descubrieron hace ya algún tiempo la potencialidad de una palabreja totémica, interseccionalidades. Usada así, preferentemente en plural. Con la rapidez de un rayo, se puso de moda en Europa, especialmente en España, y también en América Latina.

El uso intenso de la palabra la convirtió en un fetiche. Adquirió estos últimos años un verdadero poder arquimédico para sus promotores, quienes ven en ella una fuerza infinita. Aglutinadora, identificadora y con ese toque de misterio suficiente para hacerla atractiva a otros mundos políticos. En suma, capaz de mover montañas.

Interseccionalidad es una noción desarrollada en los ochenta por la abogada y profesora uiversitaria de California, Kimberlé Crenshaw, derivando paulatinamente en una forma general de expresar el relacionamiento con el poder a partir de las identidades. Los neo-marxistas más entusiastas con el concepto dicen haber descubierto en los textos de Clara Zetkin, una dirigente del Partido Comunista alemán de entre-guerras, los primeros atisbos de interseccionalidad.

En el fondo, el concepto asume que la experiencia de vida da fe de algo relevante y que todas las opresiones están conectadas, debiendo resolverse todas de forma simultánea. Se trata de acelerar las cosas a voluntad. Aunque nació como una manera de abordar cuestiones estrictamente raciales, ha sido llevado a los más diversos campos. Al sexual, de clase, de estado migratorio y a todo lo que la imaginación alcance. Basta afirmar que existe algo opresivo o injusto. Si no es demostrable ni refutable, no importa.

Un buen ejercicio para captar el embrujo del concepto es escuchar y ver la gesticulación de sus líderes. Por ejemplo, de las españolas Irene Montero, Ilone Belarra o Yolanda Díaz. Tres torbellinos verbales. Imposible determinar cuál gusta más de expresar aires de sheriff. Dueñas de la razón absoluta. La creencia parece tan profunda que no se dan el trabajo de ordenar o jerarquizar sus inquietudes. La causa que aparezca en el horizonte es bienvenida.

Pese a estos ripios, la expresión ha ido ganando gran aceptación en las izquierdas jacobinas estas últimas décadas. La ven como un instrumento para la superación de las izquierdas tradicionales. Es evidente, que la noción ha venido a reemplazar la antigua expresión marxiana lucha de clases, hoy claramente desgastada. Prácticamente obsoleta.

Lo interesante entonces es constatar la tremenda derrota electoral sufrida por los partidos que promueven interseccionalidades de cualquier tipo. Las elecciones al Parlamento Europeo significaron un fracaso rotundo en casi todos los países donde se presentaron. En España alcanzó ribetes de huracán.

Y las razones son varias. En primer lugar, estas fueron vistas allí como una manera de saldar cuentas entre las dos agrupaciones emblemáticas de la ultraizquierda, Sumar (de Yolanda Díaz) y Unidas Podemos (de Irene Montero e Ilone Belarra). Ambas luchan por ganarse los afectos del presidente del Gobierno. Se disputan el lugar de aliado.

Nadie pondría en duda que el sanchismo se ha movido de manera astuta respecto a ambas. Así ha sido y todo indica que seguirá siendo. Privilegia el trato con una u otra según las circunstancias. Ad libitum. Sin embargo, es obvio que el juego enerva, tanto a Podemos como a Sumar, agudizando la hostilidad, llamémosle intra-jacobina.

Las dos agrupaciones concedieron a estas elecciones europeas gran importancia. Pretendían verse la cara a través del voto. En sus cálculos, un buen resultado iba a obligar al PSOE a incluir sus temas -esas benditas interseccionalidades- en la agenda política del gobierno español. En definitiva, aspiraban a ubicarse en el espectro político según el peso electoral de cada quien y no según los humores del momento.

Suma y Podemos “habitan” (y cohabitan, dirían sus personeros) el espacio electoral ideológico ubicado a la izquierda del PSOE, partido histórico que, si bien toma en consideración las nuevas prioridades del mundo progre, mira con algo de cautela los excesos de las interseccionalidades. Las aceptan, pero no ven que se trate de demandas urgentes, esperando a ser ajustadas como si fueran un simple cubo de Rubik.

Ambas agrupaciones, por el contrario, las creen indispensables. Una especie de mercado electoral en busca de representación perentoria. En esa intensa lucha se dan duro entre sí. Con virulencia y aspereza. Es tanta la aversión mutua, que parece un revival de las contiendas propias de los años 50 y 60. La disputa es quién es el mejor guardián de la pureza ideológica. Muestran una procacidad verbal bastante tóxica y con tantas descalificaciones mutuas, que parecieran haberse reencarnado en ellos los grupos trotskistas de antaño.

El catastrófico resultado electoral fue un mazazo para ambas. Muy lejos de las encuestas y de sus esperanzas. Consiguieron escaños. Pero si antes tenían 11 eurodiputados, esta vez se han quedado con cinco. Dos para Podemos y tres para Sumar.

Se desprende de todo esto una buena e interesante advertencia. Hacer política sugiriendo contradicciones insalvables en la sociedad moderna, bajo el supuesto de ser profundamente sexistas, misóginas, homófobas, tránsfobas, anti-animalistas, anti derechos humanos, opresivas socialmente y sin compromiso con las diversidades, demostró sus límites.

Para los jóvenes españoles, los planteamientos de Podemos y de Sumar han terminado siendo una sumatoria de visiones maximalistas y sin proyección real. Para los electores más viejos no es más que una remembranza de esos viejos trotskistas discutiendo hasta el infinito si la revolución proletaria tendría preferentemente carácter nacional o mundial.

Afortunadamente, la clase obrera y los sectores medios parecieran haber desertado no sólo de la lucha de clases, sino también de las interseccionalidades. Quedó en evidencia un hartazgo generalizado con los comportamientos obsesivamente persecutorios.

Hay en todo esto un mensaje de sensatez. A la derrota de Unidas Podemos y de Sumar se deben añadir las del grupo alemán Die Linke, la del portugués Bloco de Esquerda y de varios otros de menor envergadura. El jacobinismo revolucionario comienza a evaporarse. (El Líbero)

Iván Witker