Pero en la escasamente civilizada sociedad chilena, hay quienes todo se lo toman a la tremenda: los encapuchados que destrozan a Cristo o saquean locales comerciales; los twiteros y blogueros que arremeten para condenar a sus víctimas en Cyberia; los de la Arauco-Malleco que queman sin pausa; los jovenzuelos que planifican una nueva toma de liceos, óptima ocasión para aplicar las técnicas del librito de las 100 preguntas.
Se creen valientes, tratan de parecer audaces, aunque a lo más logran la admiración de otros dos o tres, que se les suman. Pero eso no es valentía; es simplemente desfachatez, burda agresividad.
La verdadera valentía cívica se expresa en los períodos electorales. Ahora, en momentos en que la actividad política se acelera aunque sin salirse de su cauce, es cuando los valientes se sobreponen a las adversidades sin tener que convertirse en excéntricos. Y, como contrapartida, también es ahora cuando aparecen las cobardías tan propias de la mediocridad.
Vamos a asistir entonces, en los próximos quince meses, al despliegue de los valientes y de los cobardes. Sacarán sus cachitos al sol. Y hay que seguirlos de cerca, porque se aprende mucho de unos y de otros.
Valientes son esos varios miles que han aceptado ser candidatos o lo serán el año próximo. En medio de un clima tan fuerte de agresividad contra los políticos, hay que tener agallas para exponerse al oprobio. Y así como demuestran valentía quienes aceptan representar a los muy desprestigiados partidos, especialmente corajudos son los que han optado por el camino de la independencia, abandonando sus colectividades o iniciando su andadura política sin vínculos partidarios. Especialmente admirables en su valentía son esos candidatos que se enfrentarán a las izquierdas en lugares extremadamente agresivos. Muy valientes son también quienes los acompañan en el día a día de las campañas, expuestos a riesgos sin fin.
Y para qué decir la valentía de esos electores que desafiarán la apatía, romperán la tendencia a la abstención y harán la diferencia en cada mesa. Porque cuando votan pocos, cada sufragio es oro purito, oro de ley.
Al frente -o más bien de lado, porque los mediocres prefieren siempre las maniobras sibilinas- los cobardes harán nata.
Algunos, desde la valentía inicial de sus candidaturas, derivarán hacia la cobardía de sus planteamientos, porque creen que es lícito conseguir votos con ambigüedades o renegando de sus convicciones del pasado.
Otros, temerosos de la competencia, atacarán a los independientes. Paradojalmente afirmarán que más candidaturas suman más votos, pero siempre y cuando esas candidaturas las controlen ellos, en su pacto. Todo el que no está con ellos, pierde su derecho, lo consideran un traidor: vaya manera de competir.
Y muchos, para no votar, declararán su superioridad sobre todos los candidatos, manifestarán su rechazo universal a todas las postulaciones (que incluyen a cientos o miles de personas como ellos, individuos que con valentía se lanzan por primera vez al ruedo electoral) y optarán por dormir o pasear durante el día electoral. Lindo día, viste. Estos mediocres son multitud, o masa, más bien.
Pero queda aún una última especie de cobardes, particularmente dañina. Son los que utilizan medios groseros, recursos ajenos, métodos incivilizados, todo con tal de ganar, todo con tal de conservar una pequeña cuota de poder o de conseguir unas miguitas de influencia.
Elecciones: ocasión privilegiada para los valientes y para los cobardes.