Elite inflable- Jorge Navarrete

Elite inflable- Jorge Navarrete

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ESTÁN EXAGERANDO, no es para tanto, se cometió un error pero le están poniendo demasiado, Chile se puso agrio o perdió el sentido del humor; son algunas de las reacciones que leí y escuché frente al bochorno de la muñeca inflable que vivimos esta semana. Lo digo en primera persona plural, porque más allá de la responsabilidad de Asexma y su genial comité creativo, como también por la participación de quienes estaban sonrientes en el podio y la audiencia, este fue un episodio que nos avergüenza a todos. De hecho, el que fuera cubierto por más de 50 medios internacionales, muchos que lo destacaron como su noticia principal, solo puede acrecentar nuestra humillación.

Lo primero que habría de preguntarse, es qué relación puede trazarse entre una mujer y la recuperación de nuestra economía. Salvo que algún ingenioso ahora intentara justificarse, afirmando que son las cualidades femeninas las que nos permitirán recuperar el dinamismo de los mercados, lo cierto es que cualquiera de las otras varias posibilidades imaginables son ignorantes, ofensivas y degradantes.
Impresiona cómo en un país aparentemente sensibilizado con la importancia de lo diverso, más respetuoso hacia lo distinto, donde mejor que tolerar a quien no es como uno, queremos mejor valorar y aprender de las diferencias, es que no se haya advertido la brutalidad que significó dicha escena. ¿Qué diferencia hay entre lo que ahí ocurrió, con por ejemplo haber optado con utilizar una figura que representara un niño con Síndrome de Down, un hombre en silla de ruedas, algún ciudadano de etnia mapuche, un extranjero de raza negra o un joven homosexual quizás?

Como si fuera poco, la violencia y la estigmatización adquirieron grados superlativos cuando se representa a una mujer como un objeto inanimado; que no piensa, razona o se queja; que se puede sacar, utilizar y guardar a disposición; y cuya única función -siempre disponible, silenciosa y dispuesta- es satisfacer sexualmente a quien la consiguió, compró o adquirió por algún medio.

Lo que ahí ocurrió, como tantas veces ha sucedido antes, fue nada menos que poner a las mujeres en una posición de subordinación que las silencia e invisibiliza, dañando su credibilidad y capacidades, para terminar haciéndolas ver como si no tuvieran nada más que decir o hacer en la esfera pública y privada.
Si quizás lo más paradójico de todo esto, es que tal episodio refleja de cierta manera lo que le ocurre a buena parte de nuestra elite. Viejos, cansados y sin gracia, incapaces de seducir o conquistar al otro por sus talentos o méritos; temerosos del rechazo o el ridículo; y añorando un tiempo que no volverá; terminaron atrincherados en un cuarto oscuro, lejos del mundo real, y de las personas de carne y hueso, excitándose y satisfaciéndose de forma tan segura como patética, creyendo que de esta forma podrán rememorar sus glorias del pasado, ya que aquella parece ser la única y última vía para impedir se difumine ese pálido reflejo de lo que fueron y querrían todavía ser.

La Tercera

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