Que Beatriz Sánchez haya tenido que recurrir a un pretexto burdo -el magnificado asunto de los votos marcados de Piñera- para justificar que va votar por Alejandro Guillier, muestra que anunciarlo le provocaba serios costos, no ante el ciudadano común, sino que ante los dirigentes y bases más ideologizadas del Frente Amplio (FA).
Si bien he planteado que el FA se resiste a votar por Guillier por motivos tácticos, ahora pienso que quizás la razón es que votar por él sería permitir que haya gobierno y dar gobernabilidad, o sea, que el país siga adelante, lo que es inconsistente con sus propósitos refundacionales.
Para cambiar de opinión, tengo en vista una reforma constitucional presentada por los diputados Jackson y Boric “para reconocer validez al voto en blanco” en las elecciones presidenciales. Parece un gustito inocuo, pero el efecto que el voto blanco se compute como válido en ellas, según la reforma, sería que: “Si en la elección de Presidente de la República el voto blanco obtuviere más sufragios que cualquiera de los candidatos, deberá repetirse por una sola vez la votación y no podrán presentarse los mismos candidatos”. Esto se aplica tanto a la primera vuelta como a la segunda.
Sucede que en la reciente primera vuelta, hubo dos candidatos (Navarro y Artés) que obtuvieron menos votos que los blancos (0,59%) y si estuviere vigente esa reforma, habría que repetir la votación con otros candidatos, no obstante que el 98,44% de los sufragios manifestó preferencia por uno de los ocho que se presentaron, que quedarían excluidos. Más aún, con esa norma pudiera lograrse el fracaso de la segunda vuelta, incluso si uno de los dos candidatos obtuviere la mayoría absoluta, si el FA obtuviere que los votos blancos superaran a los que obtenga el segundo.
Todo ello, sin que la reforma explique cómo se haría para llevar a cabo una nueva elección con candidatos hoy desconocidos, lo que probablemente haría necesario primarias para seleccionarlos, y una potencial segunda vuelta, si son más de dos y ninguno tiene mayoría absoluta en la primera, antes del 11 de marzo próximo, cuando se acaba el actual gobierno. Es que parece no importar, lo relevante sería que la protesta y el descontento tengan un cauce de expresión -el voto blanco-, incluso si eso significa que no haya gobierno ni gobernabilidad.
Alguien podrá salir en defensa de los diputados, diciendo que la idea es buena pero fue mal plasmada y que habría que corregirla. Eso, a lo menos, habla mal de su capacidad como legisladores, cuando ya llevan cuatro años en la pega, y que por realizarla bien reciben dieta y fondos para costear asesorías. Pero cabe sospechar que no es un error, que el voto blanco que pretenden validar es el camino diseñado para que la minoría descontenta pueda obstruir el avance del país y dejarlo en blanco, para luego moldearlo a su gusto. Eso sí que es ser “contra mayoritario”, el supuesto pecado de la Constitución que pretenden reformar. (La Tercera)
Axel Buchheister