En el camino al Mictlán

En el camino al Mictlán

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En la cosmovisión de los habitantes del México prehispánico, el inframundo, el lugar al que iban quienes morían, era concebido como una sucesión de nueve niveles (“infiernos” los llamaríamos en nuestro lenguaje contemporáneo), antes de llegar al Mictlán, la residencia de Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el señor y la señora de la muerte. El Mictlán era el final del camino y allí podrían, para decirlo en términos contemporáneos, finalmente “descansar en paz”. Ellos o lo que quedara de ellos porque el paso por los nueve niveles era simplemente aterrador. Podía durar hasta cuatro años de nuestro tiempo y en el curso de ese peregrinaje los muertos no sólo se descomponían orgánicamente, sino que se desmembraban y destruían como efecto de las amenazas que albergaba cada nivel.

Para llegar siquiera a iniciar este viaje, los muertos debían primero cruzar el río Apanohuacalhuia, a cuya orilla vagaban los muertos que no lo habían logrado. Y así como la entrada al Hades del mito griego era vigilada por Cancerbero, el perro de tres cabezas; la entrada al camino al Mictlán de los antiguos mexicanos era permitida por un perro de raza xoloitzcuintle, el peculiar perro lampiño mexicano.

¿Divago quizás? Es posible. Pero es porque durante la semana que pasó, como todo el resto de las chilenas y chilenos no he podido dejar de ver a Manuel Monsalve, mañana tarde y noche, en televisión, diarios y revistas y he escuchado su nombre cada vez que he oído la radio. Sólo que yo lo veía de pie a la entrada del camino de los nueve niveles, con la esperanza de poder llegar, aunque fuese putrefacto y hecho pedazos, al Mictlán en donde poder descansar en paz. Pero cada vez que lo imaginaba así, pensaba también que no iba a lograrlo: que sería despedazado en el camino. Que para él ya no habría paz ni descanso.

Y cada día me trajo una confirmación de ese presentimiento. Se revelaba que 15 días antes de que se perpetrara el presunto delito de violación del que ahora se lo acusa, el cadáver llamado “Monsalve” había besado sin su consentimiento a esa misma funcionaria, algo que la Ley Karin condena severamente… y yo veía que una mano del cadáver caía al suelo. Se conocía que horas más tarde de ese acto de acoso había perpetrado la ordinariez de otorgarle a la misma funcionaria un aumento de sueldo y de categoría que la obligaba a compartir con él prácticamente todas las horas del día y, sobre todo, sus viajes… y el brazo completo del cadáver era el que se desprendía de su cuerpo. Se sabía que, quizás temiendo una acusación formal en su contra, había enviado a funcionarios de Investigaciones a revisar los videos del hotel en que había pasado la noche con la persona que lo acusó de violación… y era un pie el que quedaba en el camino. Nos enterábamos de que no solo envió a la policía a revisar esos videos, sino además a hablar con la víctima… y el otro pie caía. La abogada de la denunciante daba a conocer que personas “del círculo donde trabajaba” le habían hecho a ésta veladas amenazas de muerte antes de presentar la acusación… y la otra mano abandonaba al cadáver. Se hacía público que él, la persona que estaba a cargo de la seguridad del país, esto es de la seguridad de todos nosotros, no había podido levantarse de la cama para asistir a una importante reunión precisamente sobre temas de seguridad debido al estado calamitoso en que lo había dejado una noche de borrachera, seducción y a juzgar por la acusación que pesa en su contra, de violación… y era un ojo el que caía al suelo. Llegaba a saberse que, a pesar de que el Presidente de la República conocía la gravísima acusación que pesaba sobre él, no sólo lo había mantenido en su puesto, sino que además le permitió viajar en aeronaves oficiales y representar al gobierno en importantes reuniones entre poderes del Estado: las dos orejas del cadáver caían esta vez en estado de total putrefacción.

Y así, pedazos de ese cadáver llamado “Monsalve” iban quedando en el camino, mientras intentaba seguir avanzando mutilado y penosamente sostenido por los muñones en descomposición de lo que otrora fueran sus piernas. Su viaje recién comenzaba, pero ya era posible ver que nunca llegaría al Mictlán, que nunca podría descansar en paz.

Pero más grave aún que la suerte de ese cadáver por el que la mayoría de las chilenas y chilenos siente en este instante muy poca o ninguna simpatía, está el hecho de que puede arrastrar con él a otros en ese viaje sin destino. La ministra del Interior ya está a las puertas del inframundo y probablemente muy pronto inicie su propio viaje. Las razones son clamorosas: si, cuando le informó al Presidente de la República de la denuncia en contra de Manuel Monsalve le aconsejó que era necesario alejarlo inmediatamente de sus funciones, es evidente que para el Presidente su opinión y recomendaciones carecen de toda importancia. En ese caso a la ministra no le quedaría más que renunciar a su cargo y emprender el camino al Mictlán. Y si no le dio ese consejo, sino que fueron de ella las ideas que luego se tradujeron en el penoso comportamiento del Mandatario, entonces es éste el que debería pedirle la renuncia e igualmente sería la hora de que ella iniciara el camino aquel.

Y el Presidente de la República también quedó a las puertas del inframundo. Porque si las maldades las hizo Manuel Monsalve, todos los errores los cometió Gabriel Boric, que demostró una vez más que el traje de Presidente le queda algo holgado. Todo fue mal hecho: no hacerse asesorar por especialistas e, imbuido de ese sentimiento de superioridad generacional que alguna vez describió Giorgio Jackson, decidir por sí mismo no separar a Monsalve del gobierno una vez que conoció que existía una denuncia; dejarlo viajar por el país con cargo al erario fiscal en una avioneta de Carabineros; tratar de  “arreglar” solito el problema apoyado sólo por la claridad de su pensamiento y el poder de su verbo, en un encuentro con periodistas que fue una hora de suplicio para su encargada de prensa que veía como su jefe pavimentaba su camino al inframundo. Y quizás lo más patético: nueve días después de entregarle su confianza al exsubsecretario, declarar que “le cree a la víctima” y, en clara alusión a su protegido de la semana anterior, que “nadie está exento de que…traicione confianzas”. Hasta para alguien que nos tiene acostumbrados a volteretas, esto parece demasiado.

Y el gobierno mismo parece a punto de seguir el camino del inframundo. Porque peca de ingenuo quien afirme que el gobierno “debe preocuparse de recuperar su agenda”, como si hubiese algo que se pudiera recuperar.  Primero porque no sólo las maldades de Monsalve, los errores de Boric y la ineficacia de su ministra del Interior provocan la desconfianza del país. También están la rara virtud de la ministra de la Mujer y Equidad de Género de pavimentar su propio camino al inframundo cada vez que abre la boca;  el silencio de la ministra vocera, sólo interrumpido para  dar explicaciones absurdas; el mutis discreto por algún rincón del escenario del ministro Secretario General de la Presidencia que declara que él -que es integrante del Comité Político de La Moneda- se enteró de todo por la prensa; y sobre todo las disputas  públicas entre personeros de la Izquierda Democrática y el Frente Amplio compitiendo por demostrar quién lo ha hecho peor.

De modo que hay muy pocas posibilidades de “retomar la agenda” y más bien cierta certeza de que el gobierno se quede sin poder ir a parte alguna ni hacer nada, como un cadáver que no ha podido atravesar el Apanohuacalhuia, esperando resignado y quizás ansioso el final constitucional de su período. (El Líbero)