Diversos analistas atribuyen a una deficiente gestión gubernamental los problemas que han quedado al desnudo en Salud y en torno a la gratuidad en educación superior. Sostienen que el problema radica en una administración que no sabe utilizar los recursos, es incapaz de ordenar sus prioridades y no puede alinear adecuadamente a sus partidos y legisladores.
Si el inconveniente fuera la gestión, tipos experimentados y reconocidamente hábiles como Jorge Burgos o Rodrigo Valdés hubieran llenado las expectativas que había en torno a ellos. Pero eso no ha ocurrido. La conducción ha mejorado en la forma, pero no en lo importante.
La mala gestión es una consecuencia de un obstáculo más profundo: éste es un gobierno que desatiende la realidad. Leszek Kolakowski, un gran conocedor de la utopía socialista, decía que en la mente del utopista hay “un deseo desesperado de alcanzar la perfección absoluta” y el propósito de “definir en teoría la esencia de la humanidad”. Esos rasgos están muy vivos hoy en La Moneda, donde creen que pueden transformar al país de acuerdo a su utopía del igualitarismo estatista y están dispuestos a ir a extremos para promoverla. Una convicción que proviene de la propia Presidenta y su círculo.
Sin embargo, no toda la Nueva Mayoría comparte el credo, y la constante fricción que se produce a raíz de ese desacuerdo fundamental dificulta una gestión fluida. A medida que el roce aumenta, una Presidenta genéticamente desconfiada ha ido reafirmando su fervor ideológico y parece haberse convencido de que sólo debe consultar con asesores incondicionales. Ministros como Burgos y Valdés no pertenecen al núcleo duro. Su presencia obedece a una molesta concesión a la necesidad. Son outsiders dentro del gobierno que operan siempre en el margen, sin poder real para afectar la sustancia.
Para un gobierno que está seguro de que la política es el arte de lo imposible, promesas al estilo de los 20 hospitales construidos, 20 en construcción y 20 en proyección pueden incluso parecer realizables. Se dijo en su momento que la reforma tributaria no perjudicaría el crecimiento y que los dineros recaudados serían suficientes para financiar otras reformas. O que la gratuidad alcanzaría al 70% de los estudiantes para luego avanzar hacia la universalidad. Todas esas propuestas y proyecciones han chocado de frente con los porfiados hechos.
Aunque muchos de esos compromisos han sido revisados a la baja, continúan estando presentes. Para alcanzarlos se plantea utilizar mecanismos cuestionables, como retirar la mitad de los fondos del Aporte Fiscal Indirecto a algunas universidades o recurrir a los “fondos espejo” del Transantiago para financiar hospitales en regiones. Kolakowski advertía que el utopista está dispuesto a recurrir a todos los medios para llegar a la tierra prometida. La tozudez del gobierno -ejemplificada en su negativa a siquiera considerar las concesiones hospitalarias a privados- produce malas soluciones y nos condena a convivir con la improvisación y la arbitrariedad.