Los constantes cambios de opinión que acostumbra el actual gobierno han facilitado que una serie de errores, ineficiencias, desidias e incoherencias con los relatos propios hayan dado paso a que la falta de responsabilidad política se haya vuelto un criterio. La frase del presidente de la República “nadie está por encima de la ley” –publicada en X a raíz de la detención de Manuel Monsalve– es el último ejemplo que lo constata.
En efecto, cuando se supo que el entonces subsecretario de Interior, que se encontraba en pleno uso de sus funciones, había sido denunciado por violación, también se conoció que el Mandatario no lo había apartado inmediatamente de sus funciones sino que le había permitido viajar con recursos fiscales al sur y que tampoco le pareció mal que pudiera revisar las cámaras de seguridad para observar aquello por lo que estaba siendo investigado.
Días después profundizó sus graves errores en un largo y poco feliz punto de prensa. El problemas es que ya no era el Boric diputado sino el jefe de Estado emitiendo opiniones contradictorias sobre un tema gravísimo y, aparentemente, sin importarle que la ciudadanía se diera por enterada de detalles confusos que generaron una áspera reprobación.
La ministra Tohá no ha exhibido un mejor desempeño. Por el contrario, ella no tomó la decisión de apartar al acusado de sus funciones, no le pareció necesario auxiliar o mostrar alguna preocupación por la denunciante y tampoco consideró delicado avisar a Monsalve que la PDI allanaría su habitación de hotel.
Por su parte, la ministra de la Mujer, con su silencio y alegoría del portero, contradijo todo el discurso sobre el cual había configurado su propia identidad política. Ni sororidad, ni acompañamiento, ni acción política. Falta de diseño y norte claro frente a un hecho gravísimo, sin tener la capacidad de reaccionar ante lo que se convertiría en la crisis peor manejada y que toca el centro de gravedad del nuevo arcoíris que gobierna y donde nadie asume responsabilidad alguna.
Esta actitud -por incomprensible o descabellado que parezca- ha sido una constante. El caso Convenios, con toda la vulgaridad por medio de la cual se edificó un mecanismo que operó a nivel nacional y que compite para ser el caso de corrupción más grande desde el retorno a la democracia, tiene el mismo factor común, a saber, la indiferencia ante la responsabilidad que corresponde asumir. El ministro Montes -quien aún evita referirse a un desfalco en que se esfumaron más de noventa mil millones de pesos- con su actitud reconfirma tristemente que no es parte del ADN de esta coalición ponerse roja cuando le toca explicar que bajo sus narices se robaban plata a montones. La actitud es, más bien, no darse por aludidos.
¿De qué otro modo se entiende que se opte por mantener al embajador ante EE.UU. Juan Gabriel Valdés, después que se ha permitido tratar como se le ha ocurrido al ahora Presidente electo de ese país? ¿Acaso sus impulsos no lo llevaron a pensar siquiera un poco en las implicancias de lo que puede significar para nuestras relaciones con Estados Unidos, que no es cualquier país?
Finalmente, la crisis de seguridad que Chile atraviesa, en medio de un avance descontrolado del crimen organizado, tampoco ha tenido ningún responsable ante la ciudadanía. Luego de prometer convertirse en perros guardianes contra la delincuencia, en un ejemplo de estulticia, se ha dicho que ahora los crímenes son más igualitarios simplemente porque suceden en todos lados o que las elevadas cifras de homicidios durante los fines de semana son algo “habitual”. No hay nadie a quién tocarle la puerta para que se haga cargo del padecimiento que se vive en las calles de nuestro país. Y esta percepción se extiende día a día.
“No hay cambio de gabinete” es lo único que Boric consideró que debía escuchar el país. Con crecimiento cero, un gabinete inane y enfrentado entre carteras, calles sin control y bajando persistentemente en el posicionamiento regional de cualquier tipo, no hay nada que esperar ni menos aún, nada que pedir, porque en el gobierno no hay quién sienta que tiene que asumir su responsabilidad.
El último tiempo hemos visto ministros y hasta al propio Presidente declarando en tribunales, miles de millones perdidos, un trabajador muerto en La Moneda y otro acusado de violación, mientras el gobierno permanece inmutable e intacto en su composición e inacción.
Su renuncia a gobernar parece que también es una resignación a no ser competitivos en las próximas elecciones. En cualquier caso, la indiferencia principal es hacia la ciudadanía, que deberá completar cuatro años de un mal gobierno que no le mejoró su vida porque no cedió en sus afanes ideológicos y no le importó mucho hacer una gestión mediocre. Lo peor es que la generación que hoy gobierna no siente urgencia ante su inacción ni vergüenza de su incuria. Después de todo, son jóvenes y tienen décadas para volver a gobernar. Para La Moneda, procurar crecimiento, seguridad, justicia o probidad, parecen ser meras opciones y no su deber principal. Esta es su principal deuda. (El Líbero)
Jorge Jaraquemada