Errores sin responsables-Sergio Urzúa

Errores sin responsables-Sergio Urzúa

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Aun cuando nos traten de hacer creer lo contrario, «disculpa» y «perdón» no son términos equivalentes. Considere el caso de Roberto Fantuzzi. Presionado por su picante e inadmisible muñeca, el empresario declaró: «Si he ofendido a alguien, pido disculpas», agregando «si realmente he cometido errores, lo único que queda es ‘perdón, perdón, perdón'». Por su parte, el ministro Jaime Campos ha contribuido a este tipo de imprecisiones y por partida doble: pidió disculpas públicas tanto por plantear que el centro del Sename donde murió una menor tenía «hartas más comodidades» que el liceo de Talca en donde él estudió, como por sus vulgares dichos sobre el director de Gendarmería. Ambos continúan en sus cargos.

La diferencia entre los dos conceptos es significativa. Véalo así: si producto de un fallo inesperado en el metro, Ud. llega tarde a una reunión, lo correcto es pedir disculpas. No existió intencionalidad, la ofensa no fue su responsabilidad. Sin embargo, si el atraso fue producto de su negligencia, Ud. sí es responsable, y entonces lo correcto es pedir perdón.

Desde un punto de vista económico, ambas peticiones buscan mitigar el costo infligido sobre un tercero. Sin embargo, el valor de solicitar perdón es mucho mayor, pues implica reconocer un error. Ahí entonces la trampa de los señores Fantuzzi y Campos (entre otros). Al confundir términos, evaden responsabilidades y eluden los costos de sus acciones. Por eso su arrepentimiento no convence.

¿Por qué no dar vuelta la página?, se preguntará Ud. Mal que mal es 25 de diciembre. Es que este tipo de acciones no debe ser tolerado. El riesgo de permitir la proliferación de estos «errores sin responsables» es demasiado alto para el país. A medida que aumentan en cantidad, mayor es la competencia entre los individuos dispuestos a utilizarlos y mayores los incentivos para perfeccionar la habilidad de embaucamiento. En rigor, una sociedad en donde se da por sentado que todo error es involuntario genera caldos de cultivo perfectos para que aflore lo peor de la naturaleza humana. Y cuando los casos emergen entre las autoridades políticas (ampliamente definidas), los efectos se amplifican: los comportamientos desafortunados trascienden, generando incentivos para que personajes que nunca debieron haber optado por el servicio público, ahora lo hagan. ¿Estamos muy lejos de eso? El caso del diputado Gaspar Rivas sugiere que no. ¿El resultado? Mayores dificultades de generar lazos de confianza entre las personas y menor respeto por la institucionalidad.

Ante las faltas, ni el exceso de disculpas ni el perdón obligado son saludables. El arrepentimiento sincero es el resultado de un ejercicio individual, racional y libre; que implica no solo pagar, sino convencer que se está pagando un precio personal al momento de pedir perdón. Pero sin costos ciertos, ¿se puede reconocer el arrepentimiento? Como sociedad, ¿no estaremos haciéndoles demasiado fácil la tarea a quienes sabemos son responsables de los «errores sin responsables»? (El Mercurio)

Sergio Urzúa

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