“No se hereda, porque no es tu plata, es plata del sistema”, así de claro lo dijo el constituyente Stingo; el mismo que el día de la elección de convencionales señaló, en un programa de televisión, que muy bien los acuerdos, pero los acuerdos los ponían “ellos”, los que no son de derecha, y si la derecha se quería sumar muy bien. Se pueden decir muchas cosas de este convencional, pero no que carece de sinceridad, su concepción del orden social es tan explícitamente autoritaria como rústica.
Los colectivismos, que son inevitablemente enemigos de la libertad, se estructuran sobre la base de una visión muy pobre de los seres humanos, a los que ven como individuos egoístas, abusadores, con una tendencia natural a la injusticia; para ellos las sociedades libres son anárquicas y el interés personal es individualismo. Están convencidos de que es imprescindible un orden bien pensado y bien impuesto, porque ese orden es el único capaz de vencer nuestro egoísmo intrínseco.
Ese es “el sistema” al que se refiere nuestro locuaz constituyente, uno en que el producto del trabajo de cada uno no es de quién lo generó, de manera que se reconozca a él o ella el derecho a decidir dónde lo destinan, ya sea a una cuenta individual administrada por un ente privado, por el estado o, por qué no, prefieran entregarlo a un pozo colectivo donde renuncian a la propiedad. El problema es que, si todo eso fuera posible, en su egoísmo, la inmensa mayoría preferiría una cuenta individual administrada por profesionales y no por políticos.
Aquello no se puede permitir, porque el resultado no sería socialmente justo, en opinión de los colectivistas, entonces a usted no se le pueden dar opciones, porque decidiría mal, así es que tampoco se le puede reconocer su propiedad: es del “sistema”.
La expresión “sistema” viene naturalmente de los cuerpos inertes o de conceptos abstractos como las matemáticas o los órdenes normativos, que también conforman sistemas. Los sistemas tienen partes y esas partes se ordenan en función, al servicio, del conjunto. Las sociedades, en cambio, -en mi opinión- no tienen partes, tienen seres humanos que las conforman para servir a un interés común. La parte está al servicio del sistema, la sociedad está al servicio de las personas.
Por eso, hay derechos esenciales, fundamentales, que son individuales y siempre deben prevalecer por sobre lo colectivo, uno de ellos es el derecho a hacerse dueño del producto del esfuerzo y trabajo personal. Frente a esto el colectivismo, siempre creativo, desarrolló el concepto de los derechos sociales, a los que conciben de una manera tal que anula el derecho individual correlativo: el derecho a la seguridad social me quita la propiedad sobre mis ahorros, el de la educación me quita la libertad de enseñanza y el de la salud, la libertad de elegir, como nos anunció la ministra del ramo.
No, constituyente Stingo, lo que produzco con mi trabajo es mío, no es de ningún sistema y si me lo quitan será porque perdí mi libertad. (La Tercera)
Gonzalo Cordero