Passiones animae (Las pasiones del alma), fue el último texto de Descartes. Se plantea allí el filósofo la cuestión de dónde está el cuerpo y dónde está el alma. Mientras el proceso de pensar es incorpóreo (res cogitans), el cuerpo (res extensa), no lo hace. Están separados.
Interesante apreciación, visible también en la política. Y es que, al interior de un entramado político, no pocas veces, ocurre que sólo una parte es la que piensa y sabe de qué se tratan las grandes acciones y las estrategias. Sólo una parte es la pensante. A la hora de buscar ejemplos se viene a la memoria un caso latinoamericano muy sui generis. Esa extraña relación entre Cuba y Venezuela.
Desde 1994, la próspera tierra de Bolívar, decidió entrar en un incomprensible proceso de auto-satelización respecto a la pequeña Cuba. Opción incomprensible, pues la isla ya por esos años era un mendicante en la escena internacional, hundida en una profunda anomia económica. Casi por acto de magia, Caracas renunció a decidir sobre sus propios asuntos.
Dos años antes se había producido en Caracas un hecho muy menor, pero cargado de elementos de futuro. Un desconocido coronel, llamado Hugo Chávez, había encabezado una típica “asonada gorila”, como se denominaba en esos años a los golpes confusos y chapuceros, protagonizados por militares verborrágicos. La intentona fracasó y el coronel cayó preso.
Fidel Castro, acostumbrado a seguir con lupa los acontecimientos latinoamericanos, tomó distancia inicial de aquel conato. Sin embargo, intuyó que algo interesante podía descubrirse. Decidió acercarse. En su maniobra se distinguen algunos momentos claves.
Acto 1: invitación a La Habana.
Fidel Castro contacta a Chávez y conversa largamente con él. Concluye que, aunque le parece una criatura rústica y estrafalaria, puede serle útil. Decide apoyarlo. Chávez se presenta a la elección presidencial en 1998 y vence.
Su victoria provocó mucha alegría en la capital cubana. Dado que la isla estaba al borde del colapso por el derrumbe de la URSS, y su apuesta por Chávez había resultado exitosa, Fidel Castro aceleró el galanteo. Siguiendo un reflejo pavloviano Chávez reaccionó de inmediato y comenzó a enviarles petróleo a raudales.
Acto 2: inclinación ante el patriarca.
Al verlo huérfano de ideas y frágil sicológicamente (como si anduviese buscando una figura paterna a la cual arrimarse), Castro decide explotar las debilidades y narcisismo de Chávez.
Lo alentó a recorrer diversos países, llevando el nuevo gran relato. El llamado socialismo del siglo 21. Mezcla inacabada de catolicismo de base, inspirado en la teología de la liberación, con tintes de marxismo y condimentada con elucubraciones en torno al cacique Guaicaipuro y a Bolívar. Fidel Castro, pese a mirar con perplejidad ese estofado de ocurrencias, asumió que juntos podían formar una gran familia progresista.
Él se reservaría el papel de abuelo bonachón. Su salud ya no lo acompañaba. Había tenido aparatosas caídas en público y se le notaba cansado. Claramente, ya no era el rebosante líder de antaño. Se sentía dichoso de haber conseguido un hijo pródigo, con genuinos trazos de caudillo. Castro y Chávez empezaron a sentirse unidos por ese verdadero apotegma revolucionario: “el pueblo es el protagonista de todo”.
Acto 3: consolidación de la alianza entre ambos.
Dado que antiguos compañeros de armas y personeros de partidos democráticos venezolanos olfatearon hacia dónde conduce ese socialismo del siglo XXI, tratan de derrocarlo, pero fracasan. El destino no le quiso ahorrar a los venezolanos el vendaval de privaciones y calamidades.
Chávez captó que no podía confiar en sus compatriotas en materias de seguridad y le pidió a Fidel Castro asesores especializados. Los enviados hicieron un trabajo quirúrgico. Lo volvieron paranoico. Le mostraron “pruebas” de intentos de asesinato y de conspiraciones por doquier. El régimen se volvió tiránico y los opositores fueron encarcelados masivamente. Otros, abandonaron el país.
Acto 4: nace la federación.
Con el res cogitans instalado en La Habana, todo cuanto ocurriese en tierra firme pasó a decidirse en la isla.
Chávez incrementó los suministros de petróleo y empezó a entregarlo prácticamente gratis. En paralelo, Castro ideó un mecanismo para “exportar” crudo venezolano como si fuera propio. Personal cubano asumió funciones directivas en empresas y en los propios ministerios. La Habana tomó el control de los sectores estratégicos del país. Desde entonces, se hizo frecuente leer en la prensa internacional sobre la presencia de importantes contingentes de comandos militares, conocidos como Avispas Negras. Una especie de “soporte” a todo ese despliegue cubano.
Juntos inauguraron, además, una inusitada diplomacia formal y otra subterránea. Gran ejemplo fue el protagonismo desmedido en las cumbres. En la retina de todos quedó grabada esa escena en la Iberoamericana de Santiago en 2007, cuando el rey Juan Carlos interrumpió una interminable perorata de Chávez, diciéndole “¿Por qué no te callas?”. Luego crearon Unasur y poco después CELAC.
También dieron vida a entidades para la diplomacia subterránea; de “primera línea”. Por ejemplo, ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. Reactivaron el Foro de Sao Paulo (creado en 1990), generando fuerte magnetismo en las izquierdas latinoamericanas. El entramado político cubano-venezolano se cubrió de momentos de gloria. Su apogeo lo vivió con otros personajes tan desbocados como Chávez. Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua. Por otra parte, el entusiasmo y derroche de dólares los llevó a practicar un activo mecenazgo en África y a abrir una relación inédita con los ayatollahs iraníes.
Acto 5: muerte de los hombres telúricos.
Chávez sucumbe en 2013 ante el cáncer y La Habana decide tomar precauciones, promoviendo algunos ajustes. Firman un “Convenio Integral de Cooperación” para asegurar los intercambios en ambas direcciones.
Dicho documento no fue necesario. Su reemplazante, Nicolás Maduro resultó un personaje aún más estrafalario y manipulable que Chávez. Incluso el régimen se volvió más abyecto en materia represiva. Poco después, falleció Fidel Castro. La muerte de ambos líderes coincidió con la ya evidente obsolescencia de las instalaciones petroleras, la caída en los precios y los efectos de la nula inversión en otras actividades. Millones de venezolanos partieron al extranjero como migrantes económicos y la extraña federación pasó a vivir su otoño. Preocupación central de estos últimos años han sido las estrategias de sobrevivencia.
Acto 6: Grenada aparece en el horizonte
No es un misterio que la crisis venezolana representa una amenaza existencial para Cuba. Un desenlace que implique el derrumbe del régimen de Maduro puede ser letal. Aunque las opciones son varias, la historia de las crisis cubanas muestra un camino posible: la inmolación.
Eso fue la orden de Fidel Castro al coronel Pedro Tortoló, quien encabezaba la base cubana en Grenada en 1983, cuando las tropas de EE.UU. invadieron la pequeña isla para cortar de raíz el envío de armas y militares cubanos a África. Sin embargo, tras una defensa simbólica, Tortoló se rindió, y los estadounidenses tras tomarlo prisionero lo enviaron de regreso a Cuba. Allí, Fidel Castro, en castigo por no cumplir sus órdenes, lo degradó a soldado raso y luego lo mandó a África.
Eran años de un fervor revolucionario casi infinito. Hoy, en cambio, se viven horas aciagas y corren otros tiempos. (El Líbero)
Iván Witker