Esa mayoría

Esa mayoría

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Trump es una persona vulgar, impredecible y divisiva. No por nada la mitad de su gabinete del período anterior no quiso apoyarlo en esta vuelta. Sus políticas públicas, como su oposición a las vacunas y su gusto por los aranceles comerciales, son peligrosas. Peor aún, Trump es profundamente antiinstitucional y cree en las elecciones solo cuando lo favorecen —es decir, no cree en la democracia—. Las facciones de la derecha chilena que lo miran con simpatía hacen mal en no tomarle el peso (como si oponerse a Trump fuese un capricho de la izquierda anticapitalista), más porque los contrapesos del Congreso, la Corte Suprema y su propio partido serán más débiles esta vez. Como dijo el Economist (al que nadie tildaría de anticapitalista), Trump rodeado de true believers presenta “un riesgo inaceptable para Estados Unidos y el mundo”.

Aun así, esta vez, ya como diablo conocido, Trump ganó en todos los estados bisagra, mejoró su margen electoral de 2020 en el 90% de los condados y en prácticamente todos los grupos sociodemográficos. Más aún, se quedó con el voto popular, ese que había dado a Hillary Clinton el consuelo de saberse mayoría. El trumpismo es, así, un fenómeno masivo y con arraigo.

¿Será que esa mayoría es machista, xenófoba, fascista, ignorante o derechamente estúpida? Suena tentador, sobre todo porque traslada la responsabilidad a otros. Pero la indignación moral y el desprecio ayudan poco a entender las razones de esos votantes y son, quizás, una muestra más de la desconexión de las élites educadas de las costas de Estados Unidos con el pueblo.

Tal vez el viejo Marx tenga algo que decir. Porque estamos hablando de un pueblo al que cada vez le cuesta más alcanzar los niveles de vida de las generaciones anteriores. Si cuando las personas nacidas en 1940 tenían 30 años el 90% ganaba más que sus padres a la misma edad, entre los nacidos en torno a 1980 ello ocurrió para solo el 50% (Chetty et al., 2017). Esto puede no ser grave para aquellos cuyos padres vivían bien. Pero es un statu quo decadente para la clase trabajadora. Para ellos, probablemente, las propuestas de Trump de restringir la inmigración y favorecer la producción local ofrecen la esperanza (tal vez infundada) de recuperar su estatus laboral y soñar con que sus hijos lleguen un día a estar mejor que ellos, como era antes. No es casualidad que les haga eco “Make America Great Again”.

Es cierto que la economía con Biden se había recuperado, pese a que no lo reflejaran las percepciones ciudadanas. Pero, quizás, esas percepciones no respondían a una mera ignorancia de las estadísticas, sino que eran un llamado de alerta —desde la experiencia de una vida estancada— hacia una élite demócrata deslumbrada por las identidades de género y raciales: el clamor de las condiciones materiales de existencia. De hecho, Trump arrasó dentro del tercio de la población cuya mayor prioridad era la economía (~80% de los votos, según diversas exit polls).

El gobierno de Trump bien puede ser catastrófico. Pero descalificar moralmente a la mayoría del tercer país más grande del mundo peca de soberbia y confirma el poco respeto de las élites hacia esa mayoría. Suena, además, como una receta infalible para perder más elecciones. (El Mercurio)

Loreto Cox