J. D. Vance está superando a su jefe en varios aspectos, pero en particular en su desdén o desprecio y, quizás, hastío con los aliados europeos. “Odio rescatar otra vez a Europa”, escribió en el chat de Signal que pasó a la historia como la mayor falla de seguridad del gobierno de Donald Trump, conocida justo cuando las relaciones trasatlánticas están en máxima tensión por Ucrania y los aranceles. Su visita a Groenlandia, territorio danés semiautónomo, se ve como otra provocación a un gobierno europeo. Trump está decidido a quedarse con la isla del Ártico, por su gran valor estratégico y riqueza mineral, y el viaje del vicepresidente reafirmó esa voluntad.
Lo de Vance no es nuevo. Su molestia con los europeos, en particular con la élite dirigente (Bruselas sería el símbolo), la ha hecho notar a lo largo de su carrera política y tiene que ver tanto con la insuficiente contribución a la defensa, como por el exceso de inmigración, en especial musulmana (que sería un “suicidio de la civilización”), y el extendido “wokismo”. Sus sentimientos quedaron bastante claros en el discurso que pronunció en Múnich, en febrero, cuando criticó a los líderes del continente por no proteger la libertad de expresión y estar deteriorando la democracia al “censurar” las ideas de los otros. “Si la democracia de EE.UU. sobrevivió a 10 años de Greta Thunberg, ustedes podrán sobrevivir a Elon Musk”, bromeó sarcásticamente, pero les advirtió que la democracia europea no sobrevivirá si no aceptan que las preocupaciones de la gente merecen ser consideradas.
Uno puede estar de acuerdo en que la joven ecologista no era muy simpática y en que Europa ha descuidado su defensa y su entramado social, pero lo de Vance va más allá, porque es la manifestación de una creencia profunda que comparte con Trump, la de que Estados Unidos no tiene por qué sostener una alianza estrecha con socios con los que mantiene tantas diferencias. Lo de Groenlandia no es un detalle, porque el mensaje que mandó Vance desde la base espacial de Pituffik, donde se monitorean eventuales lanzamientos de misiles enemigos, se escuchó no solo como una amenaza a Dinamarca, sino a todos los países europeos. Sostuvo que los daneses han descuidado la “arquitectura de seguridad” de la isla, dejándola vulnerable a China y Rusia; aun así, evitó adelantar planes militares norteamericanos. Es revelador que Vance dijera que espera la independencia de los isleños para “conversar” sobre una asociación y llegar con ellos a algún “acuerdo al estilo Trump para garantizar la seguridad del territorio”.
Si con “estilo Trump” su fiel escudero se refería a la suerte de matonaje que ha impuesto el Presidente en las negociaciones para terminar la guerra en Ucrania —que tienen a Washington más cerca de Moscú que de Kiev—, no es una buena noticia para Dinamarca, que seguirá recibiendo presiones de la Casa Blanca, ni para los aliados de la OTAN, que están entendiendo que ya no son los socios indispensables de un Presidente norteamericano que quisiera forjar un orden global muy diferente al que EE.UU. creó en la posguerra. (El Mercurio)
Tamara Avetikian