En Chile hay 1,2 millones de niños condenados a vivir en situación de pobreza, marginalidad, violencia social y carencia de oportunidades y a recibir una educación parvularia y escolar pública de pésima calidad. La reforma tributaria, que tenía a estos niños como su objetivo, los abandonó por errores y cálculos políticos.
Ya es hora de que dejemos de hablar en genérico de nuestra preocupación por la infancia pero sin comprometernos, o de creer que sus problemas están en el Sename. El desafío de las autoridades del Gobierno y del Congreso es buscar formas urgentes y efectivas para obtener los recursos necesarios para erradicar de la pobreza a ese millón de niños. Ese debe ser el compromiso y la meta concreta.
Aumentar el impuesto al diésel para autos, que en pocos meses no podrán circular por el centro de varias capitales europeas, por sus altos niveles de contaminación, confirmados después del diesel gate ; vender activos prescindibles en empresas y reparticiones públicas; rebajar los ingresos de ex presidentes, parlamentarios, directivos de empresas públicas y asesores ministeriales; reducir el presupuesto de las Fuerzas Armadas y vender la casa de Pinochet en Lo Curro, además de aviones de lujo que se usan para viajes de autoridades y uniformados, mostrarían que el Estado se «aprieta el cinturón» y se pone austero para que los niños pobres dejen de ser marginados de nuestra sociedad. Y las personas más pudientes y las grandes empresas tendrían que estar dispuestas a «apretarse el cinturón» por los niños pobres.
Es inmoral seguir «mirando el techo» mientras más de un millón de niños sufren diariamente. Todos debemos sacrificarnos para que esos niños dejen de ser los huachos de nuestra sociedad y reciban dignidad y esperanza ahora, cuando todavía son niños. Opciones hay muchas, si hay generosidad, voluntad política y liderazgo. (El Mercurio-Cartas)
Víctor Pérez Vera
Ex rector de la Universidad de Chile