Estabilidad: Comunistas, conservadores

Estabilidad: Comunistas, conservadores

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El instinto básico del animal político es la búsqueda de la estabilidad; eso somos por naturaleza: animales sociales que queremos vivir establemente.

Por eso, cuando enfrentamos situaciones como las de la UP en 1973 o esta -mucho peor-, la de la Concertación más los comunistas, los chilenos trepidamos.

Los partidos de la UP buscaron la revolución abiertamente y Allende, gato de campo, creyó que contaba con siete vidas, hasta que llegó su fatal desenlace. Los partidos de la actual administración decididamente se proponen retroexcavar, y Bachelet, misteriosa musa, cree todavía ser dueña de la varita mágica.

Pero los chilenos mayoritariamente saben que ni se podía vivir así -con el Allende del proyecto totalitario- ni se puede vivir así -con la Bachelet de las reformas destructoras-.

Por eso, cuando una situación de crisis terminal afecta a la nación, hay que ser muy sinceros y señalar nortes y sures. No queda otra: conservantismo o comunismo; no hay más opciones fundamentales que esas dos.

Jaime Guzmán ya tiene su monumento. En la estatua que lo recuerda está acompañado de decenas de otras figuras que representan a todo Chile; es una totalidad posible. A su vez, Gladys Marín gozará pronto de su propia representación en piedra. No tiene por qué molestar esa presencia si se la entiende como una comparación con Guzmán, asesinado por las mismas fuerzas que la diputada comunista incentivó. Él, constructor de una institucionalidad; ella, gestora de acciones subversivas. De eso se trata todo: o conservantismo o comunismo. Bienvenida la confrontación simbólica, representativa de las dos únicas opciones reales.

Porque solo el conservantismo entrega una estabilidad que permite el despliegue de la libertad de acuerdo a la naturaleza. Y, al frente, solo el comunismo puede oponer una estabilidad de similar densidad simbólica. Tenemos a la mano un siglo XX completo para mostrar con cuánta eficacia los comunistas han estabilizado las sociedades que han logrado controlar: mucha retórica de cambios y reformas, de movilización y revolución, pero, al fin de cuentas, lo que buscaron fue siempre la paz de los sepulcros, el encefalograma plano, la estabilidad de lo centralmente controlado.

Se molestan los liberales con las anteriores afirmaciones, pero lo suyo conduce siempre a la inestabilidad extrema, lindante con el anarquismo; se sorprenden los socialistas al no ser considerados en el binomio decisivo, pero han de reconocer que lo que realmente los caracteriza es no ser capaces de un comunismo descarado, es decir, son ideológicamente inseguros; se ofenden los democristianos por no cualificar para estar en la final, pero nadie más inestable que ellos, los reyes de la indefinición, de la búsqueda perpetua.

Miremos dos situaciones concretas del Chile actual.

Una, global: la eventual asamblea constituyente. Solo los conservadores saben por qué defender las actuales regulaciones fundamentales, porque ellos las crearon y las practican; y solo los comunistas entienden el verdadero valor de destruirlo todo y partir de cero a su favor. Los demás dudan.

Otra, puntual: los anunciados gobiernos triestamentales en las universidades. Solo los conservadores defenderán la estabilidad fundada en la jerarquía de los maestros; solo los comunistas saben por qué la democracia basada en los más jóvenes, audaces, inexpertos y violentos generará el caos que les permitiría estatizar la educación superior. Los demás dudan.

Ahí están uno frente a uno. Si los conservadores se convencieran de la calidad de sus posturas, quizás los comunistas entenderían que no les está garantizada la victoria.

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