¿No siente a veces nostalgia por el pasado reciente, cuando los canales de cable dividían cuidadosamente a los norteamericanos entre azules y rojos, y el país luchaba por el Acta Patriótica, la Guerra de Irak o el matrimonio homosexual? Había mucho de que lamentarse. Muchas personas se sentían ansiosas por la división del país. Pero luego, un carismático joven con una madre blanca y un padre negro trató de reconfortarnos. No sabíamos entonces si Barack Obama estaba en lo correcto o no, pero qué importaba. Lo hicimos senador y luego presidente, aunque aún había mucho de qué lamentarse.
Su sucesor, sin embargo, será alguien que a Estados Unidos le gusta menos, porque este año los dos principales candidatos sobrepasan a sus antecesores en el nivel de rechazo que generan.
Por eso, siento nostalgia de los días en que el país parecía unido, o al menos unido en dos mitades. Hoy, incluso personas que hace poco parecían estar en el mismo lado son igual de distintas.
En política, la coalición republicana que se casó con Fox News en 2000, pasó su luna de miel en Bagdad y se separó en el tiempo del Tea Party, para la época de la convención del partido en Cleveland ya estaba divorciándose. Muchas reuniones sociales eran incómodas. ¿No era raro invitar a pro Trumps y anti Trumps?
Luego, Hillary Clinton fue a Filadelfia, a su convención, para aceptar la nominación demócrata. Pero algunos partidarios de Bernie Sanders declararon que las primarias habían sido arregladas. Una multitud en una plaza celebró a un orador que gritaba que habría un masivo retiro de militantes de los registros del Partido Demócrata. Y otra multitud con carteles de Bernie or Bust (Bernie o Destrucción) cantaban “Revolución”.
Enfrentados a casos como el de Dzhokhar Tsarnaev en Boston o a Omar Mateen en Nueva York, los norteamericanos permanecieron unidos. Mínimo, después de todo la penalidad por terrorismo letal y asesinatos masivos debe ser el retiro permanente de la comunidad, sin importarle qué alegue el autor del ataque. Pero hoy mucha gente parece ir más allá e inclinarse por proscribir también las infracciones ideológicas. Un tema común es pelear o escapar. Los eventos de campaña tienden a estallar. Una fracción anti Hillary se habituó a cantar Lock her up (enciérrenla) durante los actos de Trump. Mientras, algunos votantes anti Trump juraban que, esta vez realmente se irían al extranjero si él ganaba.
Tal vez unos pocos afortunados estadounidenses realmente pueden irse. Pero para la gran mayoría, el impulso a retirarse o a forzar el retiro de otros se basa más bien en su rechazo a enfrentar la actual realidad. ¿Cómo, entonces, podemos solucionarlo? Muchos creen que el país estará en paz sólo si mejoramos la educación de nuestros hijos. En la derecha, un ideal es que más niños aprendan de una madre y un padre; asistan a la escuela dominical; estudien normas cívicas, y en el college, obtengan sabiduría de los grandes libros: Aristóteles, Plutarco, Montesquieu. ¿Qué puede ser mejor para formar un buen ciudadano?
Los progresistas, por su parte, pueden proponer una educación Montessori, una alianza homosexuales-heterosexuales en la escuela media, un college que enseñe “habilidades culturales”, un tiempo en el extranjero y un lugar de trabajo donde los nuevos contratados pasen por entrenamientos sobre acoso sexual.
En ambos casos, intentar enseñar el camino para salir de este problema puede estar predestinado al fracaso.
INTOLERANCIA VS TOLERANCIA
Karen Stenner, una sicóloga política, ha dedicado largo tiempo a estudiar a personas que expresan altos niveles de intolerancia política, racial y moral. La amenaza que este grupo plantea a la democracia liberal surge no de una débil o inadecuada socialización, asegura, sino de una característica inmutable: están inclinados a querer una identidad clara y a la homogeneidad. En la medida en que perciban a su país suficientemente unificado y en consenso, satisfacen esa necesidad y son relativamente tolerantes.
Pero cuando su necesidad por unidad es amenazada, como resulta inevitable en las democracias liberales, entonces arremeten. Pueden demandar discriminación racial, restricciones a la inmigración, límites a la libertad de expresión, políticas estrictas en homosexualidad y duros castigos a los criminales.
Stenner dice que estas personas tienen una predisposición sicológica al “autoritarismo” -y todo el país sufre cuando se activan. Esta no es, hay que dejarlo claro, una designación política, ni puede asociarse al conservadurismo; ese es un falso estereotipo.
Lamentablemente, nada es más seguro que gatille el autoritarismo que “el apoyo a la educación multicultural, las políticas bilingües y la no asimilación”, escribe Stenner. “Nuestra abierta celebración y absoluta insistencia en la autonomía individual y la ilimitada diversidad empuja a aquellos que por naturaleza están menos preparados para vivir confortablemente en una democracia liberal no a los límites de su tolerancia, sino al extremo de su intolerancia”. En contraste, señala, “nada inspira mayor tolerancia de parte de los intolerantes que creencias, prácticas, rituales, instituciones y procesos comunes y unificados”.
Jonathan Haidt, un sicólogo social y autor de The rightous mind: why good people are divided by politics and religion, cree que la teoría de Stenner ayuda a explicar la lógica autoritaria y la retórica de Donald Trump. Cuando los demócratas adoptaron “Unidos somos más fuertes” como el eslogan de la convención, observa Haidt, era como si hubieran escuchado el consejo de académicos como Stenner para suprimir la intolerancia celebrando las similitudes. Para Haidt el momento más exitoso de la convención fue cuando Khizr Khan apareció junto a su esposa en el escenario, exhibiendo una Constitución de bolsillo y declarando: “Estamos honrados de estar aquí como los padres del capitán Humayun Khan y como unos patrióticos musulmanes norteamericanos con una incuestionable lealtad hacia nuestro país”.
Los incentivos para expandir ideas que fomentan la polarización se reducirían si la derecha en Estados Unidos revirtiera uno de sus mayores errores estratégicos: retirarse de instituciones compartidas especialmente en la academia y los principales medios, para crear opciones alternativas en las sombras. La principal marca de la revolución de Reagan fue el surgimiento luego de programas de radio cercanos a la derecha, Fox News y Breitbart.com. El movimiento conservador, sin embargo, fue declinando en el nuevo ecosistema fragmentado de la información. Además, la ausencia de diversidad ideológica daña tanto a los medios como a la academia, que son menos rigurosos de lo que serían y menos propensos a unir a las personas.
La izquierda, por su parte, debe ayudar a reintegrar a los conservadores a las instituciones donde enfrentan un clima hostil. Este proceso debe ser facilitado por la comprensión de que la sicología autoritaria, no la ideología conservadora, es el principal motor de la intolerancia.
EL RIESGO DE LOS MILLENNIALS
No podemos, además, dar por seguro que la próxima generación superará las divisiones actuales. Después de estudiar el posconflicto en Bosnia, Borislava Ma- nojlovic, una investigadora de la Universidad Seton Hall, encontró que miembros de la generación que empezó las guerras de los Balcanes tendían a ser más tolerantes entre ellos que sus hijos. Un joven de 24 años explicó por qué sucedía eso a World Affairs. “Las personas que pelearon la última guerra vivieron juntos por casi 40 años”, aseguró. “Todavía tienen memorias de los buenos viejos tiempos… Nosotros somos una bomba de tiempo”.
En Estados Unidos, la generación de la II Guerra Mundial tuvo que trabajar junta por necesidad. Por ello, no debería sorprendernos que, cuando esa generación dejó la escena -reemplazada por los Baby Boomers en lo s 60- el país comenzó a dividirse. Esta fragmentación trajo más intolerancia. Hoy, los Millennials son más propensos que las generaciones pasadas a favorecer una intolerancia política en la forma de establecer restricciones a lo que se puede decir.
Estados Unidos no caerá en una nueva guerra civil, pero nuestro presente trae riesgos. Los Millennials tomarán el control del país sin mucha memoria sobre cómo es tener un Congreso funcional, un discurso público tolerante o círculos sociales que trasciendan nuestras subculturas.
La buena noticia es que contrarrestar la polarización no es una causa perdida si los estadoundenses son lo suficientemente prudentes como para comenzar a reconocer qué cosas tienen en común. (La Tercera)
Alfredo Cáceres