Resulta tan sorprendente como desalentador el debate que se ha generado en torno a los estatutos de Chile Vamos. Es evidente que el progreso en Chile no ha sido solo económico. Y que muchos principios liberales han calado hondo en la ciudadanía. Pero cuando Chile respira valores liberales, un sector conservador exige una posición única respecto del aborto. Para ello se esbozan distinciones falaces entre un verdadero pacto político y un pacto meramente electoral, entre lo esencial y lo instrumental.
En definitiva, entre la verdad revelada por un dogma, creencia o principio moral y la simple realidad a la que aspira cualquier sociedad liberal. Es precisamente esa realidad liberal, que valora la diversidad, entiende la tolerancia como un ejercicio que va más allá de una verdad y permite convivir con diferencias, la que se encuentra ausente en este debate.
En nuestro Chile del siglo XXI no hay que ser un observador agudo para entender la fuerza con que algunos sectores políticos se aferran a ciertos valores morales. Basta recordar lo que fue legalizar el divorcio en nuestro país. O simplemente preguntarse por qué el Acuerdo de Unión Civil no fue ley durante el primer gobierno de centroderecha después de la dictadura.
Como lo ha manifestado Lucía Santa Cruz, existen buenas razones para oponerse al aborto desde una perspectiva liberal. Y también poderosas razones para apoyarlo. Pero estas diferencias no justifican una división dogmática. Por el contrario, enriquecen la unidad en la diversidad.
Aunque es comprensible que a algunos sectores les cueste entender que en Chile el liberalismo y la diversidad se abren paso, es incomprensible que quieran imponer una mirada única sobre un tema en el que evidentemente existen y pueden coexistir diferencias.