De nuevo, el proceso constitucional nos tiene en un atolladero. El debate sobre el texto propuesto lo prueba. Hay dos sectores que lo evalúan de manera opuesta. Los bordes comunes quedaron atrás. Lo mismo, el consenso experto. Los contenidos son vigorosamente controvertidos. Hay una evidente polarización de opiniones en los medios de comunicación y las redes sociales. El público asiste a la contienda con fastidio.
Paradojalmente, terminaremos escogiendo entre dos idearios constitucionales ubicados dentro de una misma estrecha banda ideológico-doctrinaria. Uno representativo de la actual derecha mayoritariamente republicana; el otro, contenido en el ideario original de la Constitución de 1980. Ambos redactados por la intelligentsia de derechas del país. Una identificada con la figura de Jaime Guzmán; la otra representada por la figura de Luis Silva. Gremialista-neoliberal la primera; gremialista-neoliberal renovada la segunda. Ambos textos expresivos de una respetable orientación católico-tradicional. Ambos preocupados por la intangibilidad de los valores y la seguridad nacional. Uno producido en dictadura; el otro, en democracia.
La nueva opción conduce, igual que la antigua, a “una Constitución que está más cómoda desde la centroderecha hacia la derecha”, según su portavoz. Por el contrario, las izquierdas —desde el centro hasta la periferia— estamos atrapadas en un juego de perder-perder. Votemos En contra o A favor. Llegamos allí empujados y por nuestros propios errores.
Al contrario, la derecha se halla en situación de ganar-ganar, cualquiera sea el desenlace del plebiscito. Si gana el A favor, su texto quedará legitimado por la gente. Si pierde, continuará vigente la Carta de 1980, con respaldo popular.
La gente no parece interesada en este nuevo proceso cívicamente inamistoso y las opciones en disputa. A su alrededor percibe un escenario de élites en pugna, hostiles, incapaces de articular acuerdos.
Al final, la casa común fue una ilusión. La gobernabilidad del país no saldrá fortalecida. La legitimidad de la Carta Fundamental volverá a ser disputada. Reinará una sensación de fracaso. El escepticismo político se incrementará.
Los efectos más importantes serán propiamente políticos.
El Gobierno, cualquiera sea el resultado, saldrá más aislado, deprimido y debilitado en su programa y popularidad. El oficialismo FA y PC, si gana el En contra, hereda como propia la Constitución de Guzmán que ahora, demasiado tarde, lamentará no haber reconocido como de Lagos. PS y PPD incrementarán sus contradicciones internas y con Apruebo Dignidad. Por último, si se impone el A favor, el triunfo entero irá a engrosar el perfil de las derechas y catapultará a republicanos como su eje de conducción. (El Mercurio)
José Joaquín Brunner