Entre las reacciones que recibió mi reflexión acerca de la inviabilidad de la Vía Chilena, predominó el reclamo que plantea que el golpe militar pudo haberse evitado. La cuestión de si el golpe era evitable o no, es, sin duda, un tema no sólo importante, sino que crucial para comprender ese terrible momento histórico. Sin embargo, la posibilidad de que hubiese sido evitado sólo podría refutar mi afirmación de que la Vía Chilena era inviable si se cree que una vez evitada la intervención de los militares las cosas habrían seguido sin alteración el curso que habían llevado hasta ese instante, es decir que el gobierno de la Unidad Popular habría podido seguir avanzando sin problemas en la realización de su Programa.
Para llegar a alguna conclusión sobre esa posibilidad primero es necesario tener una respuesta sobre la interrogante que le da origen: ¿pudo evitarse el golpe militar? Y la respuesta es que sin duda sí pudo evitarse. Como pueden evitarse todos los conflictos políticos, todas las guerras, todas las disputas familiares, todas las separaciones entre enamorados. Porque todo conflicto puede encontrar un avenimiento en la negociación. Pero una negociación entre dos partes sólo es posible si esas dos partes tienen la misma voluntad de negociar, de aceptar el clásico do ut des, el “te doy para que me des”. Si una de esas partes, o las dos, no están en esa disposición, la negociación es imposible. Y cuando la negociación no existe o cuando es rechazada, sólo se puede esperar el conflicto.
Y en Chile, en 1973, se eligió el conflicto. Cuando Salvador Allende y Patricio Aylwin se separaron esa madrugada del 18 de agosto en la casa del cardenal Silva Enríquez, ambos sabían que habían desechado la negociación y habían elegido el conflicto. La habían desechado las únicas dos partes que podían negociar en ese momento postrero, puesto que todo el resto de los protagonistas políticos ya había elegido el conflicto.
Pero imaginemos que hubiesen llegado a una negociación. Que las dos partes hubiesen cedido en sus pretensiones originales, esto es hubiesen optado por el do ut des. La única concesión que el Presidente Allende podía hacer era aceptar que se limitara el número de empresas requisadas (“intervenidas” en el lenguaje de la época) y que en consecuencia se devolviera a sus dueños aquellas que no entraran en el número aceptado por la otra parte, esto es por la Democracia Cristiana. Tal acuerdo traía consigo un componente ineludible: el fin de las “tomas” que daban lugar a las “intervenciones”. Eso habría significado el desalojo por la fuerza pública de los trabajadores “en toma”, la desaparición de los “cordones industriales” formados por las empresas requisadas y, en la práctica, la renuncia a la “construcción del socialismo” según rezaba el Programa de la Unidad Popular.
Y debe recordarse que en aquellos días el MIR le recordaba al Presidente mediante los gritos de la calle, las frases escritas en las paredes y seguramente en sus conversaciones privadas que “Socialismo es todas las empresas, todos los fundos”.
Para Salvador Allende habría significado, para decirlo en breve, rendirse ante el ultimátum que le había planteado Patricio Aylwin esa noche de agosto: “¡Usted tiene que escoger Presidente, tiene que elegir! El drama de un gobernante es que tiene que elegir. No se puede estar al mismo tiempo con Dios y con el diablo. Y elegir la opción que le presentaba Aylwin habría significado el rompimiento con la Unidad Popular (con la excepción seguramente del Partido Comunista) y en particular con su propio partido. Ninguno de los restantes partidos de la Unidad Popular habría aceptado renunciar a la promesa de iniciar la construcción del socialismo. Ninguno habría aceptado renunciar a seguir luchando por todas las empresas, todos los fundos…
En suma, quizás se habría evitado el golpe militar, pero habría quedado demostrado que la Vía Chilena al socialismo era inviable.
Pero esa negociación no ocurrió. El Presidente Allende, enfrentado al desafío que le planteaba Aylwin, fue incapaz de romper con su gente, con aquellos con los que había compartido su vida, con los que perseguían el mismo objetivo final que él: el socialismo. “Allende no puede renunciar a ser Allende”, como ha escrito recientemente Mauricio Electorat. Y decidió un camino propio: convocar a un plebiscito para que fuera la ciudadanía la que decidiera. No se han aclarado y probablemente nunca se aclararán los términos que concibió para ese plebiscito, sobre todo considerando que la Constitución vigente en ese momento limitaba las posibilidades de utilización de esa herramienta. Pero sí es claro que la Unidad Popular, la coalición que sostenía al gobierno, había rechazado la opción de realizarlo. Recién el día 10 de septiembre el Partido Comunista le comunicó que ellos sí lo aceptaban, pero el resto de los partidos se mantuvieron en su posición.
Ese plebiscito no se realizó y ni siquiera alcanzó a ser anunciado o propuesto. Imaginemos, sin embargo, que ambas cosas hubiesen ocurrido. La principal razón de la Unidad Popular para rechazarlo era la certeza de que se iba a perder, pero para Allende esa derrota era la mejor opción para impedir la catástrofe que se anunciaba sin tener que claudicar ante sus adversarios, sin tener que romper con sus compañeros: después de todo no era él, era el pueblo el que decidía, aunque ese pueblo no le diera la mayoría como había ocurrido en las elecciones habidas hasta ese momento.
Sin embargo se equivocaba al pensar -si es que así pensaba- que iba a poder mantener la relación con sus compañeros. Esa relación se habría roto ya al decidir la realización del plebiscito en contra de la opinión de esos compañeros. La Unidad Popular, como se sabe, se mantenía unida sobre la base de la norma de que todas las decisiones debían tomarse por unanimidad y el Presidente debía respetarlas. En realidad era la Unidad Popular la que decidía, de esa forma, sobre las cuestiones de gobierno y no el Presidente Allende. Este había respetado escrupulosa y lealmente, hasta ese momento, dicha norma… hasta ese momento, porque si ese día 11 de septiembre hubiese llamado a plebiscito habría roto no sólo la norma sino con sus compañeros.
Así, el plebiscito se habría perdido, la Unidad Popular se habría disuelto y el proceso iniciado por ella habría terminado también. Y habría quedado demostrada la inviabilidad de la Vía Chilena.
Se me podrá decir, desde luego, que el plebiscito podría haberse ganado. Estoy dispuesto a aceptar esa posibilidad, aunque sólo si mis detractores aceptan que ello únicamente hubiera podido ser posible con los votos de la Democracia Cristiana. Y el partido demócrata cristiano, como lo demostró la fallida negociación Allende-Aylwin, no habría aceptado votar favorablemente una opción que significara la continuación del proceso que “daba inicio” a la “construcción del socialismo”. Es decir, ese plebiscito sólo se podía ganar si Allende aceptaba la opción que le ofreciera Aylwin el 18 de agosto.
Y eso es algo que Allende ya había rechazado: no podía dejar de ser Allende. La Vía Chilena era simplemente inviable. (El Líbero)
Álvaro Briones