Una extraña coincidencia se ha producido estos últimos meses. Dos estrellas radiantes del Grupo de Puebla, como eran Evo Morales y Alberto Fernández, ex presidentes de Bolivia y Argentina, respectivamente, han cruzado raudos el cielo de sus respectivos países para terminar estrellándose contra el mismo fango. Ambos se han derrumbado con una misma fijación. Relaciones sentimentales poco glamorosas.
Una coincidente pulsión se observa en aquellas dos figuras rutilantes del progresismo clientelar latinoamericano. Es una extraña coincidencia, pues su conducta va a contrapelo de la agenda postmoderna a la que ambos adherían con entusiasmo. Al menos, verbalmente.
Fernández, como ha trascendido, resultó un golpeador de su esposa. Las investigaciones judiciales avanzan y todo apunta a que terminará en el peor de los mundos. Quizás preso y denostado por sus antiguos amigos y compañeros de correrías. Esto último, ya se puede apreciar. El ex Mandatario ha desaparecido de los escenarios.
Fabiola Yáñez -casi veinte años menor que él- fue una primera dama bastante activa durante su gobierno y nada invitaba a suponer qué tan turbias eran las aguas que corrían por debajo de esa romántica relación hecha pública en 2016. Fernández, el mediático heredero de los K en la gran palestra peronista, y de aspecto bonachón, parecía haber encontrado finalmente el amor de su vida con aquella actriz. Incluso concibieron un hijo. Ahora se ha sabido de golpizas, de violencia sicológica, de fuerte consumo de alcohol y de marihuana. Todo sazonado con epítetos de grueso calibre. También ha quedado al descubierto su obsesión por las escorts. Han aparecido videos escandalosos.
El impactante pack de fijaciones de Alberto, como lo llamaban sus amigos y admiradores, ha provocado incomodidad generalizada. Especialmente en quienes dicen tener un compromiso inclaudicable con la agenda y el relato de la diversidad. Repudiado por todos, Fernández debió renunciar a la presidencia del Partido Justicialista. En pocos meses se ha transformado en un personaje como sacado de la novela de Albert Camus, La Peste.
Los medios de comunicación se refocilan indagando en la búsqueda de mayores detalles sobre lo ya conocido o bien sobre posibles hechos nuevos. Ojalá tan morbosos como los previos. No extraña entonces que se haga mofa de los sobrenombres que le habían puesto sus íntimos. Apodos muy escabrosos, por cierto.
Sus estrechos amigos de partidos y movimientos de otros países, especialmente latinoamericanos, escuchan conmocionados. Había una comunidad de intereses. Se compartía la visión populista y clientelar de la política.
Producto de aquello, se le retiró la invitación a la toma de posesión de la nueva Mandataria mexicana. Fue una tremenda sorpresa la des-invitación. Fernández había cultivado una estrecha relación con López Obrador. En 2021 realizó una visita de Estado y fue agasajado por AMLO como la gran estrella del progresismo latinoamericano. Incluso, el ex Mandatario mexicano intercedió ante Joe Biden para pedirle un trato más benevolente con la endeudada Argentina.
Entretanto, el antiguo Presidente boliviano, Evo Morales, de 64 años de edad, padece fijaciones de características similares, aunque legalmente algo más graves. Está acusado de estupro y trata de personas. La prensa boliviana también se refocila con estas acusaciones, especialmente con cinco de ellas, donde adolescentes figuran como víctimas. Claro, como la justicia boliviana no es escandinava, resultará prácticamente imposible que el líder indigenista termine tras las rejas.
La verdad es que no es la primera vez que se ha señalado su gusto por menores de edad. De hecho, tiene dos hijas, cuyas madres eran muy jóvenes cuando vivieron sus respectivas historias de amor con el líder. Ambas se quejaron, por años, de vivir una pesadilla en su lucha por obtener el reconocimiento de paternidad. Una de las denunciantes desapareció hace un par de semanas y el padre de ella fue convenientemente arrestado.
También su exilio fue algo tórrido en materias del corazón. Tras huir del país en 2019, se hizo público que una joven de 19 años lo visitaba en México y Argentina. Previamente, durante su larguísimo mandato (2006-2019), circularon por internet innumerables videos mostrando a Morales en animados carnavales y jactándose de abusar de sus ministras, usando, de paso, un lenguaje bastante procaz y denigrante para describir tales acercamientos.
El caso de mayor visibilidad política fue el de Gabriela Zapata, con quien, aparentemente, desarrolló una relación algo tortuosa, con epítetos verbales de muy grueso calibre. Ella lo denunció de haberla dejado embarazada en 2016, cuando era menor de edad. Morales se le habría acercado haciendo promesas materiales a su familia.
Si bien la jdesestimó las acusaciones de Gabriela Zapata, hay un hecho muy misterioso en esos “ires y venires”. En los años de entusiasmo mutuo, ella fue designada gerente de asuntos públicos de una empresa china, con la cual el gobierno de Morales obtuvo suculentos contratos.
El tema de estas fijaciones del líder indigenista ocupa un lugar preponderante en la feroz disputa con el presidente Luis Arce por estos días. La justicia lo ha citado a declarar, pero Morales se niega a comparecer. Asegura que el juicio en su contra es parte de la persecución política del gobierno y sólo busca “desprestigiarlo”.
En este contexto, han salido a luz pública hechos poco conocidos con anterioridad. Por ejemplo, la creación de grupos diversos, creados por Morales y sus cercanos, cuya función o naturaleza no hablan justamente de un interés genuino y benéfico por las nuevas generaciones.
Especialmente extraña es una, creada durante sus años de mandato y denominada Generación Evo. Ella congrega a adolescentes entre 12 y 15 años, especialmente mujeres y provenientes de familias de escasos recursos que pululan en la periferia del MAS o de sus múltiples programas sociales asistencialistas. Varias de esas familias son las que lo acusan ahora de abuso y violaciones. Reconocen haber tenido la pésima idea de inscribir a sus hijas en ese organismo tan extraño, cuya finalidad, teniendo presente las acusaciones, y especialmente la trayectoria del exmandatario en estas materias, es fácil sospechar.
Las fijaciones de Evo y Alberto pueden responder a extrañas coincidencias postmodernistas, sin duda. Pero parecieran anclar en algo más profundo. Algo que trasciende las épocas.
Yuval Harari en su último libro Nexus habla del mito griego de Faetón para ilustrar que muchas veces se observa un elemento presuntuoso y abusivo entre quienes ejercen el poder. Faetón demuestra que, desde siempre, hay un excesivo número de interesados en mostrarse capaz de adquirir poder, y que, una vez obtenido, sus obsesiones enfermizas lo llevan, finalmente, a ser incapaces de controlar el poder que ostentan. (El Líbero)
Iván Witker