Hace 14 años, exactamente un 27 de junio de 2002, miles de chilenos posaron desnudos para la cámara de Spencer Tunick frente al Museo de Bellas Artes.
Había ansiedad en el ambiente. Metros antes de llegar al Parque Forestal, miembros de iglesias evangélicas interceptaban el paso, exhortando con advertencias y maldiciones a quienes se dirigían al lugar con el propósito único e irrevocable de desnudarse. El asunto, para este grupo que ejercía su legítimo derecho a protestar, no podía ser más claro: esto no era arte, era un acto de inmoralidad.
La foto fue un éxito. Catarsis colectiva, desenfreno, irracionalidad, libertad de expresión, fueron algunos de los adjetivos con los que se acompañaron en los medios, televisivos y escritos, las imágenes –en los más diversos ángulos– de laperformance nudista, dirigida por el fotógrafo newyorkino.
El Mostrador lideró –de manera exclusiva– la discusión en la plataforma online de esos años; no eran tiempos de las redes sociales.
¿Pero qué pasaría si el lente de Tunick hubiera registrado los desnudos esta semana?
En términos sociales probablemente lo mismo, o tal vez no, es difícil precisarlo; el desnudo para muchos ya no es tema, Tunick tampoco (con Instagram ahora todos son fotógrafos).
En lo que sí hay mayor certeza es qué pasaría en términos mediáticos en los tiempos en que las redes dominan el espectro público y privado.
Nada. O casi nada. Las políticas de Facebook, Instragam y Twitter lo impedirían.
Más allá de los algoritmos que usa el sitio web para limitar el contenido y evitar la pornografía –cuya industria en Internet es claramente la más rentable–, lo cierto es que los filtros que tiene Facebook han llevado a acusar a esta red social de conservadurismo impropio, de aplicar reglas decimonónicas en pleno siglo XXI y de actuar con una peligrosa falta de criterio al eliminar publicaciones, fotografías e incluso cuentas. Y, sin tener arte ni parte, uno de los daños colaterales de mayor envergadura es precisamente en el Arte.
Dependencia de la red social
Alejandro Zuzenberg, CEO de Facebook para América Latina, sostuvo hace algunas semanas que “Chile es el país con la más alta penetración de Facebook en Sudamérica”.
Según sus datos, nueve de cada diez internautas en Chile son usuarios activos de esta red social que suma más de mil 600 millones de usuarios en todo el mundo.
En términos mensuales, los ejecutivos de Facebook calculan que en el país cerca de 10 millones de personas se conectan todos los meses, y que, a través de esta vía, se informan de los acontecimientos que forman noticia, acceden a ofertas de sus preferencias, registran su vida diaria e interaccionan con el resto del mundo. Es a la vez un medio de comunicación social, un diario de vida, una agencia de viajes y un centro comercial.
Y si para el común de las personas, especialmente para los nativos digitales, las redes sociales forman parte esencial de la vida contemporánea, también lo es para los medios de comunicación, que han visto incrementados sus tráficos de visitas hasta en más de un cien por ciento a través de Facebook.
Parse.ly –empresa dedicada al tráfico y analytics– mostró en sus últimas cifras que Facebook entrega más tráfico a sitios web de noticias que Google.
Andrew Montalenti, CTO de Parse.ly, dijo en una entrevista a The Fortune que las estimaciones más recientes de la compañía muestran que las fuentes de medios sociales (de los cuales Facebook es lejos el más grande) representaron alrededor del 43% del tráfico a los sitios de medios dentro de la red Parse.ly, mientras que Google representó solo el 38%.
Estas cifras han llevado a que las más importantes e influyentes agencias de noticias y medios de comunicación, como Reuters, The Daily Telegraph y The Washington Post, entre muchas otras, compartan permanentemente sus contenidos a través de Facebook, consolidando en general más 6 mil millones de páginas vistas y mil millones de visitantes únicos por mes.
The Washington Post, integrado a la plataforma de Facebook, después de crear una experiencia social llamada “Noticias de la red”, vio cómo el tráfico de referencia, año tras año, aumentó en un 280%.
La dependencia de los flujos informativos a la red social, a estas alturas, resulta indisoluble.
No cabe duda de que los contenidos públicos han ganado en democratización, pero esto ha permitido a Facebook poner las reglas del juego.
Uno de los más recientes argumentos de los ejecutivos de redes para defender la titularidad de las reglas en el concierto digital, ha sido analogar el servicio de circulación de contenidos desde la perspectiva de la propiedad, tal como si Facebook fuese una empresa de transportes, en este caso de datos. Como el derecho a propiedad no los obliga, por ejemplo, a transportar lo que no desean, en este caso las llamadas Políticas Comunitarias definen qué y qué no, mercancía llevar.
Dentro de los tres ejes fundamentales que condicionan estas políticas (lenguaje que incita al odio, violencia o contenido explícito y desnudos), la desnudez es la más controvertida.
Más allá de los algoritmos que usa el sitio web para limitar el contenido y evitar la pornografía –cuya industria en Internet es claramente la más rentable–, lo cierto es que los filtros que tiene Facebook han llevado a acusar a esta red social de conservadurismo impropio, de aplicar reglas decimonónicas en pleno siglo XXI y de actuar con una peligrosa falta de criterio al eliminar publicaciones, fotografías e incluso cuentas.
Y, sin tener arte ni parte, uno de los daños colaterales de mayor envergadura es precisamente en el Arte.
Censura global
El ejemplo de Tunick resulta muy ilustrativo. Si la intervención hubiera sido esta semana, la consecuencia serían miles de cuentas bloquedas y una perjudicial autocensura en los medios que comparten sus contenidos en las redes.
Pero, más allá de la ficción, sin ir más lejos, hace pocas semanas la Revista Nos, de Concepción, sufrió una insólita censura cuando Facebook bajó uno de sus videos promocionales –con el cual buscaban conmemorar sus 21 años de existencia–, tras considerarlo “contenido para adultos”.
¿Cuál era el contenido pornográfico? Mostrar parte del mural ‘Presencia de América Latina’, del pintor mexicano Jorge González Camarena, que se encuentra al acceso del público de Concepción desde 1965 y en el que aparece una mujer indígena –que representa a Latinoamérica– mostrando parte de sus pechos.
Tal como en Concepción, hace algunos años David Kratz, presidente de la Academia de Arte de Nueva York, escribió una columna en el Huffington Post en la que cuestionaba los criterios de Facebook en relación con la censura en el arte.
Su institución había sido reprobada por publicar una dibujo a tinta del artista Steven Assael en el que se representaba a una mujer desnuda de cintura para arriba. «No podemos permitir que Facebook ejerza de comisario de las obras que compartimos con el mundo», escribía el académico.
En su crítica, Kratz también solidarizó con el museo Pompidou de París, que fue censurado por subir una imagen también del desnudo de una mujer, firmada por Gerhard Richter.
A estas alturas son miles los casos de censura que se podrían citar. Entre los más conocidos destaca en Estados Unidos el de Jerry Saltz, crítico de arte de la revista New York Magazine, al que le fue cerrado su blog; o la clausura de la cuenta del museo parisino Jeu de Paume en 2013, por publicar un desnudo clásico fotografiado en 1940; o el reciente bloqueo a la publicación de un dibujo de Donald Trump desnudo de la artista Illma Gore.
Pero también la censura de Facebook ha afectado al cine. Hace poco más de un mes, en el GAM se presentó el documental Yes, we fuck!, de Antonio Centeno, que abordaba la sexualidad en personas con diversidad funcional. Centeno contó El Mostrador que Facebook en una primera etapa retiró la página del proyecto por algunas horas y a las semanas la suprimió por completo por «violación reiterada» de las Normas Comunitarias, a pesar de que en el afiche había fotos sin genitales, sin pezones, ni posturas de sexo explícito.
El Mostrador tampoco se ha escapado del control de Facebook. Durante 24 horas tuvo su cuenta suspendida tras publicar un panorama cinematográfico en cuya imagen, en segundo plano, aparecía una striper. Pero tampoco se libró El Mundo, de España, cuando la red social le bajó la cuenta por publicar un reportaje sobre un artista que tatuaba pezones a mujeres a las que se los habían extirpado.
La neutralidad de internet
A propósito de estos casos de censura, Facebook el 2015 actualizó su política comunitaria, admitiendo ciertos casos de desnudos, como los asociados a campañas de prevención del cáncer de mamas y algunas fotografías de pinturas y esculturas, situación que en cualquier caso no se cumple, como salta a la vista en el hecho de C0ncepción o, más recientemente, con la publicación de la foto de una escultura en Suecia, que fue censurada por mostrar «mucha piel».
Según indicó la red social: «Se eliminarán fotografías de genitales y las que se centren en las nalgas. También restringiremos algunas imágenes de pechos femeninos incluidas aquellas con pezones. Aunque se permitirán las imágenes de mujeres que demuestren su vinculación con movimientos que abogan por la lactancia o las que reproduzcan pinturas y esculturas basadas en el desnudo. Fotografías que muestren actos sexuales o descripciones minuciosas de estos actos serán eliminadas».
Más allá de la polémica sobre el puritanismo o no de Facebook, lo que realmente está detrás es una discusión de mayores proporciones, de cuyo resultado emergerán los principios del futuro de la realidad digital: ¿Facebook u otras redes son dueños de la plataforma en la que se transmiten los datos?
Uno de los principales argumentos, ya esbozados, traslada la discusión al ámbito de la propiedad y la libertad de expresión. Desde esta óptica Facebook es una plataforma privada, que como toda empresa de transportes, decide qué transportar y qué no. Así como el correo no está obligado a transportar todo polvo blanco del cual existen sospechas que se trata de droga, tampoco Facebook está obligado a hacer circular contenidos de los cuales se sospecha son inapropiados, como la pornografía. «Donde no llegan las manos humanas, llega el algoritmo», se defienden cuando se les acusa de falta de criterio.
Sean o no robots lo que censuran, la pregunta que sigue es: ¿puede Facebook, como empresa, controlar datos a su arbitrio cuando su plataforma descansa en su servicio público, como es Internet?
En junio de este año, la Corte de Apelaciones del distrito de Columbia en Estados Unidos, en un caso inédito en el mundo, falló que Internet debía ser considerado como un servicio público, porque habita en un espacio público como es la world wide web. Visto de este modo, Internet sería como un gran parque público, donde se permite el tránsito libre de personas y cosas. Si la Internet es pública y los datos también, ¿puede Facebook marginarse de las normas de libertad que definen el espacio público y dictar sus normas privadas?
La cuestión se ha ido zanjando los últimos años con el concepto de la neutralidad de Internet, que se define como el principio según el cual el tráfico de Internet «debe ser tratado con igualdad, sin discriminación, restricción o interferencia, independientemente de su remitente, destinatario, tipo o contenido, para que la libertad de elección de los usuarios de Internet no esté restringida por favorecer o desfavorecer la transmisión de tráfico de Internet asociado con determinado contenido, servicios, aplicaciones o aparatos» (Chile, de hecho, en agosto de 2010, legisló por primera vez en el mundo sobre esta materia).
Si bien este principio originalmente estuvo pensado para establecer un marco teórico para los proveedores de Internet, sus fundamentos perfectamente podrían ser aplicables a las redes sociales, que hoy concentran la mayor parte de toda la actividad digital que se despliega en el mundo virtual.
Justicia a la francesa
La libertad, bajo el principio de la neutralidad, específicamente sobre la contienda entre Facebook y Arte, por primera vez llegó a una Corte de Justicia, en que Facebook se encuentra sentado en el banquillo de los acusados.
A principio de 2016, la Corte de Apelaciones de París se declaró competente para juzgar a la red social por el denominado caso El origen del mundo, la obra pintada en 1866 por Gustave Courbet, que representa un primer plano del sexo de una mujer.
El caso se remonta a 2011, cuando un profesor aficionado al arte recomendó a sus alumnos ir a ver una exposición en la que se incluía el cuadro, y su cuenta fue eliminada.
El usuario denunció y su abogado Stephane Cottineau consiguió que, por primera vez, una demanda contra el gigante de las redes sociales no se resolviese “exclusivamente” ante el tribunal del distrito norte de California o ante un tribunal estatal del condado de San Mateo, también en California, como especifican las normas de la compañía.
Facebook, que no proporcionó una explicación por haber suspendido la cuenta, argumentó que dichas demandas solo podrían escucharse en una Corte específica en California, donde está su sede. La Corte descartó esos argumentos y reiteró que la pequeña cláusula, incluida en los términos y condiciones de Facebook, es «injusta» y excesiva».
Mientras tanto, Facebook siguirá teniendo la sartén por el mango.
Y solo para tener una pequeña idea, he aquí una serie de pinturas que no podrá ver publicadas en las redes de El Mostrador C+C:
Tiziano, La Venus de Urbino
Velázquez, La Venus del espejo
Goya, La maja desnuda
Manet, La Olympia
Modigliani, Desnudo recostado
Picasso, Las Srtas. de Avignon
Lucien Freud, Benefits Supervisor Sleeping
Tom Wesselman, La serie del gran desnudo norteamericano
Claudio Bravo, Venus de 1979
Se me olvidaba. YouTube ha hecho lo propio con temáticas políticas.
El Mostrador/Agencias