“Estoy en contra del aborto porque soy liberal”. Ese fue el argumento que utilizó Felipe Kast para oponerse al aborto. Para algunos es de todo sentido: si el principio de libertad es la ausencia de coacción, ¿cómo no oponerse a un proyecto que fundamentalmente violenta el derecho primero de cualquier ser humano de vivir? Para otros ―entre ellos, Carlos Peña― es un argumento poco honesto que busca acomodar una idea artificialmente liberal, para ganar unos cuantos votos conservadores. La discusión, sin embargo, no tiene mucho asidero si es que no existe una noción clara de qué significa ser liberal.
El rector Peña sostiene que el liberalismo tiene una doctrina que “es sólo respecto de los deberes que tienen los individuos acerca de los demás y acerca de la soberanía que cada ser humano debe tener acerca de sí mismo”. Como se observa, el liberalismo sería insuficiente para imponer que el Estado limite la acción libre de un individuo de disponer de su propio cuerpo. Lo que el columnista omite, empero, es que la doctrina liberal sería igualmente insuficiente para justificar que un individuo termine voluntariamente con la vida de otro, sobre todo ―y sobra decirlo― en circunstancias que la víctima es incapaz de defenderse. Así, considerando la definición de Carlos Peña, el liberalismo parece ser una categoría política insuficiente para determinar muchos de los derechos y deberes que ella misma busca delinear.
Más allá del debate del aborto, lo relevante de todo esto recae en que esta forma “descafeinada” de liberalismo, como lo califica el rector, parece ser más bien una fortaleza del proyecto que impulsa actualmente el líder político de Evópoli. El diputado es un representante liberal alejado de las caricaturas dibujadas por conservadores y socialistas. Su discurso contiene una idea de justicia social tradicionalmente liberal ―la igualdad de oportunidades―, pero que pone un consistente énfasis en la dignidad de la persona humana, desde la defensa del que está por nacer hasta ponderar prioritariamente a los más pobres y desfavorecidos en la política social. Su proyecto no es anti Estado, para desgracia de algunos, sino que busca robustecerlo a través de una institucionalidad que le otorgue una mayor eficiencia en el uso de recursos públicos y una mayor eficacia en la implementación de políticas públicas. Por otra parte, aun cuando busca reforzar los mecanismos del libre mercado en la provisión de bienes y servicios en la economía, su propuesta está trazada con una idea ciudadana que representa a una parte importante de la sociedad, tanto a trabajadores como emprendedores.
Con todo, si se fija la mirada en el mediano plazo, hacia la renovación política de la derecha de los próximos cuatro años, la etiqueta liberal podría transformarse más bien en una amenaza. La categoría no sólo es insuficiente, también fija y delimita un recorrido político tan estrecho como ambiguo. Y es que el liberalismo está lejos de ser un valor político certero en un contexto donde quienes reclaman su dominio auguran un sueño de progreso variopinto: desde el realismo mágico del Frente Amplio hasta la cruda realidad que describen los despiadados “neoliberales”. Por otra parte, un proyecto determinadamente liberal podría extender por unos buenos años las limitadas discusiones públicas acerca de los derechos individuales, como si la cohesión social se tratase de un mero contrato entre privados o si el dilema de la educación siguiera siendo quién es el dueño de los fierros.
Por esto, los esfuerzos del diputado deben focalizarse en sintonizar con las ideas que la otra nueva derecha ha estado impulsando en los últimos cuatro años. En este sentido, es positivo que colaboradores de su proyecto hayan participado del proyecto “La mayoría de las ideas. De la retroexcavadora al manifiesto republicano”, donde Claudio Alvarado, por ejemplo, sintetiza muy bien la necesidad de dibujar un proyecto político en que la solidaridad sea una un concepto transversal de la nueva derecha, idea que actualmente aparece caricaturizada, junto a la subsidiariedad, en su propuesta constitucional de gobierno.
En suma, el proyecto político que impulsa Felipe Kast es de los más interesantes de los últimos años. El creciente interés público que ha ganado en los medios gracias a la asertividad y claridad en las ideas que expone no es una casualidad. Además de haber atraído a políticos de experiencia hacia su partido, la vinculación con Horizontal es un seguro para generar propuestas rigurosas, con sustento académico y conexión con la realidad empírica. Sin embargo, nada de esto será suficiente para construir un proyecto de largo plazo si no logra conectar sus ideas con los crecientes esfuerzos que la otra derecha ha levantado en los últimos años. (El Líbero)
Andrés Berg