Marzo llega a su fin y con él un nuevo aniversario del 8M y del llamado “mes de la mujer”, en el que como es ya tradicional la opinión pública se concentra en abordar (y lamentar) la persistencia de las brechas de género, y en debatir en torno a “dilemas feministas”, como las cuotas.
Este “final de temporada” es fuente de frustración para quienes estudiamos a los feminismos y a la mujer desde distintas disciplinas; misma frustración que se hace presente después de una elección, y en general, en toda instancia que solo circunstancialmente motiva a candidatos y autoridades a autoproclamarse como “feministas”.
El problema de fondo de estas temporadas pro-mujer no se limita a la evidente instrumentalización política de la que ellas dan cuenta. Lo realmente grave en esta sucesión episódica de lamentos de género, es que ella deja de manifiesto el nulo avance de los actores sociales en su capacidad de profundizar su conocimiento en materia de estudios de economía de género. Año tras año, visiones que parecen irreconciliables reiteran sus diagnósticos, propuestas y argumentos en una dialéctica que no avanza ni matiza.
El estudio de la economía de género al que convocamos aquí, en cambio, reflexiona sobre la relación entre postergación femenina, coparentalidad y crecimiento económico. Las brechas y las cuotas son, respectivamente, síntomas y herramientas a discutir, qué duda cabe. Pero, los verdaderos problemas de fondo en cambio, aquellos que debieran convocarnos a reflexionar, son la necesidad de equilibrar el costo socio económico de la maternidad, y la insoslayable relevancia del crecimiento como supuesto mínimo a partir del cual diseñar políticas públicas eficaces pro-mujer.
Numerosos estudios son consistentes en identificar que la causa fundamental de las brechas en su triple dimensión -participación, ingresos y liderazgo-, se deben a que el costo socio económico del cuidado de menores y adultos vulnerables, y la responsabilidad por las labores domésticas (no remuneradas), continúan descansando prioritariamente en las mujeres. De la misma manera, los estudios muestran que estas brechas se tornan dramáticas y perjudican con mayor rigor a las mujeres pertenecientes a los sectores socioeconómicos más vulnerables, sobre todo cuando son hogares monoparentales con jefatura femenina. Demuestran, en otras palabras, que el decrecimiento y las contracciones económicas impactan a las mujeres más vulnerables; demuestran que la pobreza aumenta la brecha.
Quienes prefieren separar la economía del feminismo, y construyen discursos prescindiendo de las cifras, no han podido escapar de las lecciones que en este sentido ha dejado la pandemia. Al finalizar este mes, es ya un lugar común entre autoridades y líderes de opinión lamentar cómo el Covid retrasó en algo más de diez años la superación de las brechas de género. Falta ahora decir entonces, que esta pandemia es la evidencia irrefutable del efecto que una crisis económica tiene para la mujer.
Queda de manifiesto la falacia implícita en exigir derechos femeninos prescindiendo de -e incluso fustigando, al crecimiento económico- como supuesto indispensable para la equidad de género. El decrecimiento empobrece al país, pero lo hace con más rigor respecto de las mujeres, sobre todo respecto de las pertenecientes a los sectores más vulnerables de la población. (DF)
Fernanda García