Filosofía, a Palacio

Filosofía, a Palacio

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Suelo releer cada cierto tiempo las “Meditaciones” de Marco Aurelio, el emperador que defendió la ciudadela interior como un territorio que hay que cuidar de los “ataques” exteriores, la mayoría de los cuales suele venir de uno mismo, de nuestro juicio sobre las cosas más que de las cosas mismas; así pensaban los estoicos, y Marco Aurelio fue uno de ellos. Le tocó asumir la dirección del imperio romano cuando era muy joven, y no le fueron ahorradas guerras, desgracias, pestes, catástrofes naturales, pero es recordado como uno de los buenos emperadores. Un conductor de su pueblo juicioso, prudente, equilibrado. Y que escribió durante toda su vida unas notas personales, unas hypomnema, en las que conversaba consigo mismo, se interpelaba a sí mismo, se exhortaba a tratar de ser cada día mejor. El objetivo era controlar su “discurso interior”, eso que en lenguaje popular se ha llamado “la chicharra”, ese ruido que no nos deja pensar ni actuar bien, que nos inunda con temores y fantasmas imaginarios. A veces, el peor enemigo está adentro de la ciudadela interior y hay que saber controlarlo, contenerlo, porque puede hacer mucho daño.

Marco Aurelio fue un filósofo que fue emperador o un emperador filósofo. Platón soñó alguna vez con una República gobernada por los filósofos. Pero la filosofía como la entendían Marco Aurelio y los estoicos no era una actividad teórica, puramente intelectual, sino un “ejercicio espiritual”. Era filosofía para vivir mejor. “Ahora tienes dos cosas: el palacio y la filosofía. Retorna, pues, a esta y encuentra en ella tu sosiego; pues gracias a la filosofía se te hacen soportables las cosas de palacio y tu presencia en la corte”, dice Marco Aurelio en una de sus notas. Sin esa filosofía, ejercicio espiritual, trabajo consigo mismo de todos los días, probablemente Marco Aurelio hubiera sucumbido al poder de sus propias pasiones y al estrés brutal del que está en la cumbre del poder sometido a todo tipo de presiones. “Ten cuidado de no cesarisarte”, se repetía a sí mismo.

Hoy se habla mucho de los asesores del segundo piso, y se los suele culpar de los errores que se cometen en Palacio. Pero al leer a Marco Aurelio descubrimos que el principal asesor de un gobernante es él mismo, él es su propio testigo que debe revisarse, escrutarse, autolimitarse, y eso implica aventurarse a conocerse a sí mismo. Gobernantes, legisladores, políticos que no se trabajen a sí mismos quedan a merced de una multitud de estímulos, informaciones que nos bombardean todo el día (peligro de un mundo hipercomunicado) y exacerban el ánimo. Y todo esto, agravado en el tiempo de la “posverdad”. Nunca la ciudadela interior había estado tan en peligro. Más que nunca, los políticos necesitan de la filosofía. Antes de precipitarse a tomar decisiones, antes de tentarse con descargar una pulsión en Twitter, un poco de meditación reflexiva permitiría tal vez que la política dejara de ser el espectáculo destemplado e histérico que es (en el Palacio de Gobierno y en el Parlamento) y que los que tienen una cuota de poder entendieran —como pareció entenderlo Marco Aurelio— que es mejor concentrarse en realizar pocas cosas bien hechas, antes que querer hacerlo todo a medias y más por vanidad y afán de figuración que por vocación de servicio.

Marco Aurelio no se refiere en sus “Meditaciones” a ningún programa de gobierno, se ocupa menos de lo que hay que hacer que de cómo hacerlo. Hoy abundan los discursos ideologizados y la cháchara declarativa electoralista, pero escasea el discurso interior, que es el que nos guía hacia la templanza, la prudencia y la razón, virtudes de una política virtuosa para un país cansado del desorden, el desacuerdo y las payasadas. “Bufonadas y lucha sangrienta; agitación y torpeza; ¡esclavitud de cada día!”, anotó un día Marco Aurelio en su cuaderno, donde trabajó primero para gobernarse a sí mismo, para luego poder gobernar a su pueblo. (El Mercurio)