Frei, Lagos, Frei

Frei, Lagos, Frei

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¿A qué se deberá que la palabra de los expresidentes, vivos o muertos, de pronto adquiera una relevancia que hasta hace poco nadie imaginaba? Es lo que ha ocurrido con las palabras de Frei Montalva que recordaba el Presidente Boric; con la carta de Ricardo Lagos, que hoy se escudriña en busca de claves que indiquen cuál es su preferencia, y el caso de Frei Ruiz-Tagle, que contraviniendo lo que es su natural inclinación a la escasez de palabras y al pudor a la hora de las ideas, se dio a la tarea de exponer algunas en una carta.

El asunto llama la atención porque parecía haber un consenso general, de analistas, periodistas u opinantes, en que el rasgo más notorio del Chile contemporáneo era generacional, la entrada de un nuevo puñado de hombres y mujeres al escenario del poder.

Pero una vez que eso ha ocurrido, no es la palabra de esos nuevos hombres y mujeres la que parece importar, sino la de los viejos, la de la antigua generación la que importa, esa generación que se creía desplazada.

¿A qué puede deberse ese fenómeno?

Lo que ocurre es que el pasado para los seres humanos provee la ilusión —porque de eso se trata, de una ilusión— de que hay un piso firme donde hincar los talones y dar un brinco hacia el futuro. Ello es así porque nos gusta imaginar la historia como un proceso acumulativo que, si bien está compuesto de errores y de aciertos, siempre, pensamos, nos eleva un poco más. Frei, Lagos, Frei serían, cada uno a su modo, como escalones ascendentes en una escalera en cuyos peldaños superiores estaría la nueva generación, que miraría de pronto hacia atrás antes de dar el siguiente paso, para escuchar los consejos de quienes, por la condena del tiempo, están instalados un poco más abajo.

Hay otra explicación menos amable —pero más verídica— del fenómeno. Y es que la nueva generación en el poder tiene más ímpetu para sentirse llamada a actuar, que ideas para conducir u orientar esas fuerzas; más pulsiones a las que obedecer, que ideas generales o imágenes que realizar; más convicciones acerca de lo que está mal, que ideas acerca de cómo remediarlo.

Y entonces lo que ocurre es que están en el poder del Estado —a la cabeza de la comunidad política, nada menos— un puñado de personas que no han logrado persuadir a la ciudadanía, y tampoco persuadirse a sí mismas, de que tienen ideas bien madurecidas acerca de lo que hay que hacer y hacia dónde hay que transitar.

En medio de ese panorama, entonces, la ciudadanía y los medios se ven huérfanos de ideas y de concepciones en las que confiar, miran el futuro como una gran incógnita y en vez de confiar en el siguiente paso, se detienen en el escalón en donde están y miran hacia atrás desorientados, buscando auxilios. Y entonces el Presidente Boric decide sacar de quicio a Frei Montalva, el expresidente Lagos escribe una carta y causa revuelo y Frei Ruiz-Tagle se esfuerza también en la suya.

Pero todo eso es fruto del hecho de que la nueva generación parece escasa de ideas y de concepciones generales acerca del futuro. El Presidente Boric hace frases (a este mundo se viene a hacer política o a hacer frases, dice Ortega); la ministra Vallejo (con gran talento) sustituye el vacío por la actitud impertérrita, y la ministra Izkia Siches se esmera en comportarse (sin lograrlo del todo) como ministra del Interior. Pero no se observa en ellos ninguno capaz de orientar el tiempo que vendrá, que es lo que la gente necesita: no un inventario de los defectos del presente, sino un dibujo de lo que vendrá. Esta es una generación que se ha detenido demasiado en detectar pifias y defectos en la actual situación y, como consecuencia de ello, arriesga parecerse más a un fontanero que a un constructor, a alguien dedicado a salvar baches que a alguien dedicado a erigir diseños.

Las sociedades, bien miradas, son artificios, inventos más o menos provisionales, donde un grupo de seres humanos se aloja y se inventa una historia de continuidad. Y requieren entonces un narrador que las sostenga, alguien que confiera sentido a lo que ocurre. Habitualmente esa tarea la cumple quien está en el poder y en quien todos confían; pero cuando ocurre que eso falla o falta, miran hacia atrás y se dan a la tarea de creer —porque en ocasiones se trata de un espejismo— que los que estaban antes son capaces de verlo todo y verlo mejor. (El Mercurio)

Carlos Peña