Frente Amplio: ¿Quo vadis?

Frente Amplio: ¿Quo vadis?

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El documento “La recta final” del equipo estratégico de Beatriz Sánchez – dado a conocer, parcialmente, por el El Mercurio – que tiene como objetivo la definición de la estrategia final de campaña del conglomerado, deja en evidencia debilidades profundas de su visión del país y de la conceptualización que hace de las tareas de la izquierda para avanzar en el proceso de transformaciones que se requieren. No es en consecuencia extraño que la postura que representa, haya encontrado contradictores en la propia coalición.

En el párrafo principal del documento, en que crítica la estrategia de la candidatura de Guillier de todos contra la derecha (cuestión que sin duda es insuficiente para derrotar a la candidatura de Piñera) sostiene:

Nuestro verdadero adversario, por consecuencia, no son los hipotéticos cuatro años de Gobierno de Piñera, sino que los últimos 30 años de un modelo político, económico y social que beneficia a unos pocos. Sin caer en el estéril debate acerca de las diferencias o similitudes entre la derecha y la Nueva Mayoría, necesitamos dejar en claro que nuestro proyecto político aspira a constituirse como alternativa de cambio frente a la connivencia político – empresarial”

Es difícil conciliar la poca relevancia que le asigna el equipo estratégico de Bea Sánchez a las diferencias entre la derecha y la Nueva Mayoría. Sin duda alude a un tema complejo, con múltiples aristas tanto en lo que se refiere a las reformas impulsadas como a su gestión política. No obstante, el documento muestra cierta ceguera al restar importancia a lo que ha sido el clivaje central de los últimos 4 años: el conflicto entre el espíritu reformista y la contrareforma impulsada por la oposición política y empresarial que en la elección presidencial del 19 de noviembre la encabezan Sebastián Piñera y José Antonio Kast. En este contexto, el Frente Amplio afronta el riesgo de contribuir al triunfo del ex – presidente, sin dar siquiera la pelea.

Aunque sería importante precisar el concepto, es fácil coincidir en que ha existido “connivencia político – empresarial”. La larga lista de formalizaciones es un claro testimonio de ello. No obstante, no es sólo la “connivencia” (esto es la tolerancia de un superior en relación con las faltas que cometen sus subordinados) la única relación que existe entre la política y el empresariado y en tal sentido el levantarse como “alternativa” política a la “connivencia” hace necesario preguntarse sobre la visión del conglomerado respecto a la forma como se imaginan debería ser la relación de un eventual Gobierno del FA respecto al mundo empresarial. En la historia de la izquierda mundial han existido diversas experiencias desde la soviética, que buscó su eliminación para hoy heredarnos la “democracia” de Putín; pasando por la China en que el Partido Comunista asume el liderazgo de un capitalismo con regulaciones dudosas hasta la experiencia socialdemócrata que buscó controlar el capitalismo sobre la base de lo que Karl Polanyi denominó “La gran Transformación” estructurada sobre una ampliación del rol del Estado con base en el fortalecimiento del sindicalismo y los partidos vinculados a los trabajadores. Naturalmente, esta última respuesta requiere una profunda reformulación que dé cuenta de las nuevas transformaciones que ha sufrido el capitalismo y del impacto de las nuevas tecnologías. Pero a esto no ayuda la mera y simplista autoproclamación del FA como alternativa a la “connivencia” indicada.

Es sin embargo, la afirmación “Nuestro verdadero adversario no son los hipotéticos cuatro años de Gobierno de Piñera, sino que los últimos 30 años de un modelo político, económico y social que beneficia a unos pocos” que exige una profunda reflexión, pues sin duda son muchos más los adversarios del FA.

En primer lugar debe enfrentar la falta de un diagnóstico claro de los problemas que enfrenta el país. Es cierto que el 1% concentra probablemente sobre un 30% del ingreso nacional y el modelo económico choca con límites claros y no logra alcanzar un equilibrio adecuado con la protección del Medioambiente. No obstante, tenemos por delante una sociedad compleja, fuertemente individualista, donde conviven sectores politizados y un gran contingente a quienes la política no los interpela (la baja votación que alcanzó el FA en las elecciones primarias y la dificultad para acceder en la presente campaña al mundo de los no votantes es una clara indicación de ello), con un Estado de Bienestar con insuficiencias importantes pero que no tiene parangón en América Latina y donde las reformas se desenvuelven en un entorno de múltiples y variados intereses que hacen muy compleja su gestión política. Frente a todo esto, la estructura actual del FA aparece como básicamente precaria.

El FA enfrenta también una dificultad para definir y levantar una alternativa a la sociedad existente. Su manera categórica de enjuiciar al resto de la izquierda no se condice con la falta de definiciones en este campo. Ya hablamos más arriba de la experiencia soviética y china. Podríamos también hablar de  Norcorea en que desde hace 70 años gobierna una dinastía comunista. Es poco claro el análisis que hace el FA sobre el llamado socialismo del Siglo XXI de Chávez y Maduro, propuesta política que nunca tuvo un proyecto económico alternativo (siguió basado en la explotación del petróleo) y hoy es incapaz de asegurar la gobernabilidad mínima (función básica de un Gobierno) ni el acceso a bienes fundamentales constituyéndose además en una amenaza a la persistencia de la democracia que, con todas sus limitaciones, aparece como una de los principales logros de la humanidad.  Aunque sin llegar a estos niveles, las experiencias recientes de la izquierda en Brasil y en Argentina pese a sus aspectos positivos, no resolvieron problemas fundamentales como son la preparación de programa económico alternativo que le diera sostenibilidad a los esfuerzos redistributivos y que abriera un camino claro a la democratización de la economía y a su diversificación basada en el impulso de la economía del conocimiento. Tampoco se conoce la evaluación por parte del FA de estas experiencias.

La propia experiencia del Gobierno de Michelle Bachelet, que como señala Claudio Fuentes, presentó “el programa más progresista jamás escrito e imaginado por una coalición de centroizquierda desde el retorno a la democracia en 1990” ha dejado en evidencia las dificultades intelectuales y políticas de la transformación que requiere el país. Pensemos por ejemplo en la reforma educacional, en la que Revolución Democrática tuvo un papel protagónico, no solo se careció de una propuesta global y comprehensiva (que diera cuenta del desafío que representaba la profundidad de la ideología individualista, el deseo bastante generalizado de amplios sectores de pagar por separar a sus hijos de los más pobres para abrirles mejores perspectivas) ni se tuvo conocimiento cabal de la presencia de diversos intereses y visiones en los distintos grupos e instituciones que constituyen ese complejo sensible mundo de la educación. Toda esta situación lo que deja en evidencia es que levantar un proyecto político transformador requiere un esfuerzo intelectual para responder a los desafíos actuales y una capacidad política que brilla por su ausencia en el documento del FA.

En este contexto, el FA aparece un tanto pretencioso al pretender dar certificados de izquierdista y aparecer como los únicos que entienden los problemas que enfrenta el país y lo que la ciudadanía espera. El Frente Amplio enfrenta en su propio seno grandes desafíos que son indispensables de superar para recién plantearse los desafíos de la gestión política de la reforma. De partida, no parece hasta ahora capaz de movilizar a ese amplio mundo de ciudadanos desafectos respecto del sistema político, del cual el FA no logra escabullirse. Por otra parte, la coalición está constituida por 13 movimientos y partidos que sin duda mostraron logros al constituirse como FA. Veremos si ese logro se proyecta en la superación de los próximos desafíos políticos. El primero de ellos, la resolución adecuada de los dilemas en el caso que Beatriz Sánchez no pase a segunda vuelta. No está claro siquiera el mecanismo para resolver ese dilema. Mientras algunos han reiterado la idea del plebiscito que deja en evidencia las dificultades para resolver los trade off entre democracia interna y capacidad de gestión política; otros han rechazado este mecanismo señalando con razón que un plebiscito sobre la segunda vuelta “es rehuir el debate político de fondo, más aún cuando se plantea un simple “sí” “no” sobre apoyar a Guillier, sin discutir los principios y programa mínimos para un eventual apoyo o abstención” (La Tercera, martes 17 de octubre 2017, p. 14). Está por verse, además, si la coalición logra mantenerse en lo fundamental, más allá de la próxima elección. (El Mostrador)

Eugenio Rivera

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