Ganar ganando, mi respuesta a la columna de Paniagua y Santana

Ganar ganando, mi respuesta a la columna de Paniagua y Santana

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Los profesores Pablo Paniagua y Jaime Santana, de la Fundación para el Progreso, han tenido la deferencia de dedicarme una excelente columna de opinión, en la que plantean que “perdiendo he ganado en política” porque, según su análisis, las necesarias ideas que empujé con un grupo de hombres, mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, ya desde comienzos de esta década, si bien han triunfado electoralmente –porque han hecho sentido a la gente–, han fracasado en su realización. Agregan que habrían fracasado porque no he sido yo quien lideró esos cambios o, plantean en una segunda hipótesis, porque las ideas eran equivocadas.

Ponen de ejemplo para argumentar aquello las propuestas de reformas tributarias por la que he insistentemente peleado junto a los movimientos políticos que he liderado. Sin embargo, lo cierto es que Michelle Bachelet y Sebastián Piñera cuando ganaron hicieron “reformitas” tributarias, que les alcanzaron para poco y nada, y sostuvieron la estructura fiscal de sus gobiernos, como siempre, en los ingresos provenientes del IVA. El Presidente Boric –que me corrió por la izquierda y prometió una reforma de 8 puntos, más ambiciosa que la que yo proyectaba– terminó haciendo una reforma que es igual a cero, que no existe y que parece que tampoco tiene la intención de existir.

Sin embargo, tienen razón Paniagua y Santana al señalar que este tipo de medidas hacen sentido a la gente y que por eso las votan, pero no hablamos solo de los ciudadanos de a pie, sino también de los superpoderosos, por ejemplo, aquellos que se juntan en Davos, que escribieron una carta hace poco rogándonos a los políticos para que les cobremos más impuestos, porque –señalaron– esa era la única forma de lograr que el mundo y la gente no se fueran al cuerno. Tienen razón. El problema es que cuando les tratamos de cobrar corcovean y se arrancan, pero sentido les hace.

Así que sí, es necesaria una reforma tributaria y aumentar los impuestos, pero de una manera totalmente distinta: no cobrándoles ni a los pobres, ni a las clases medias, ni a los pequeños empresarios, que son los que siempre pagan el pato, sino que, específicamente, cobrando más impuestos a los superricos, que nunca pagan, porque el sistema está diseñado en función de una suerte de corrupción legalizada para que no tengan que hacerlo, y porque, cuando ya no les queda otra, contratan a un ejército de Hermosillas para que les digan cómo no hacerlo.

Relacionado con esto, Paniagua y Santana relevan además mis propuestas de campaña sobre mi pelea por convertir al Estado en un catalizador de la economía, a través de la definición de una política nacional de desarrollo productivo. Eso es verdad, pero tampoco se ha hecho. La Empresa Nacional del Litio tendría esa lógica, según los profesores, pero no es así. Primero, porque esa Empresa todavía no se entiende bien qué es y, segundo, porque para nosotros el tema minero ha tenido como norte, históricamente, el de la nacionalización de los recursos naturales, que no significa estatizar ni tampoco hacer girar toda la política de extracción de ese mineral clave para la transición energética y, por tanto, para el futuro, en torno a una negociación a puertas cerradas entre un ejecutivo de Corfo y los representantes de una sola empresa privada. Los progresistas creemos en la competencia.

En efecto, el problema es de liderazgo, de estrategia política y de objetivos claros: yo lo hubiese hecho de otra forma y, si me hubiese tocado a mí, claro que estaríamos contando mucha más plata y no migajas. Nosotros siempre hemos bregado por lo mismo: somos de izquierda, pero no somos antimercado ni anticapitalistas. Para nosotros el capitalismo es el modo de producción. No existe otro en el mundo.

Y creemos también que el Estado, en el sistema capitalista, tiene que tener un rol central en la distribución de las ganancias y en la regulación del funcionamiento de los mercados, por justicia económica (antimonopólica, por ejemplo) y por justicia medioambiental, pero también porque el Estado es clave para que las economías locales de países pequeños como el nuestro se conecten con los mercados globales y crezcan, que ese ha sido siempre mi norte. No hay relaciones internacionales sin Estados y, por tanto, no hay comercio ni exportación sin Estados. Eso nos diferencia de la flojera neolibertaria, que cree, como Ramón Barros Luco, que los problemas o no tienen solución o se arreglan solos. Al revés, yo creo en la voluntad de poder y en la responsabilidad histórica. No hay excusas para el que ganó en política.

Finalmente, sostienen Paniagua y Santana, mis ideas habrían ganado –pero perdido– porque hubo una Convención Constitucional como la que yo habría propuesto. En ese punto se equivocan. Nosotros nunca luchamos por hacer una convención. De hecho, nosotros estuvimos en contra de esa convención que funcionó porque sabíamos que, así como se acordó, iba a terminar haciendo de las identidades culturales un pastiche, y que, en vez de una asamblea de representantes, se iba a conformar algo más parecido a un capítulo de “Viva el Lunes”, con la modelo de moda, el futbolista de moda, el personaje popular de moda, el eslogan de moda, etc., y no nos equivocamos.

Nosotros, y sé que es difícil entender estas diferencias desde posiciones políticas radicales de derecha, lo que proponíamos era una Asamblea Constituyente, que es un instrumento soberano y ciudadano, que sirvió para escribir, por ejemplo, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, o las constituciones de Francia, Italia, Noruega o Colombia. Claro que, derramada la leche, tuvimos que apoyar el texto que evacuó esa convención, porque el realismo en política también cuenta. Finalmente, el que no haya habido una “AC” y sí una convención, como la que fracasó, constituye una derrota histórica para la democracia y para los que diseñaron esa convención.

Para cerrar, agradezco la atención dada por los profesores a mi carrera política y sus loas relacionadas con el triunfo de mis ideas, y sepan que seguiré aportando al debate con ideas de cambio, de mecanismos de crecimiento económico, de generación de trabajo y de bienestar, que han estado siempre en el centro de mis propuestas. Como ustedes señalan, yo también espero que Chile, algún día, salga de la frustración y que mis ideas, por fin, ganen ganando. (El Mostrador)

Marco Enríquez-Ominami