La historia registra innumerables ocasiones en que pueblos de una cultura invaden y conquistan territorios ocupados por pueblos de una cultura distinta. La evolución de las fases que siguen se puede agrupar en tres situaciones muy distintivas: 1) El pueblo invasor posee una cultura más evolucionada que el pueblo o los pueblos subyugados; 2) El pueblo invasor posee una cultura inferior a la de los pueblos conquistados; 3) Las culturas de invasores e invadidos son de parecido calibre evolutivo.
En el primero de estos casos, la consecuencia siempre ha sido un lento pero sostenido mestizaje en que el pueblo de menor cultura adopta básicamente la del conquistador, incluso el idioma. En el segundo de los casos, el mestizaje se ralentiza, pero finalmente la cultura que predomina es la de los conquistados modificada fuertemente por las tradiciones culturales del pueblo conquistador. El tercero de los casos es el que suscita las mayores tragedias históricas.
Cuando la cultura del invasor es de parecido calibre con la del invadido, el mestizaje se hace casi inexistente y fatalmente llega a un momento en que el conquistador se propone eliminar totalmente al pueblo derrotado.
Ejemplos de los tres casos hay muchos. Del primero de ellos, el más notable es el de lo ocurrido con los indígenas del Nuevo Mundo tras la conquista europea. Del segundo caso, el ejemplo más sobresaliente es el de los pueblos germánicos que invadieron a la superior cultura greco-romana de la Europa Occidental. El tercer caso, que será el que nos ocupe, se ha dado también muchas veces en la historia. Tal es el del norte de África, en que la cultura greco-romana de su pertinencia al Imperio Romano fue completamente borrada y exterminada por los conquistadores musulmanes.
Todas estas inexorables reglas de la historia son necesarias de asimilar para pronosticar el desarrollo futuro del conflicto que tiene lugar en Palestina. Allí el pueblo invasor fue el judío que, con la ayuda explícita de algunas potencias occidentales, ocupó el territorio del pueblo palestino que estaba allí consolidado desde hacía largos siglos.
Las culturas de ambos pueblos son muy avanzadas y no existe posibilidad alguna de una armonización. En esas condiciones, es fácil diagnosticar lo que ocurrirá finalmente en Palestina aunque puede tardar varios siglos. Lo que facilita esa anticipación es que, en esas tierras, ya ocurrió una situación similar cuando los pueblos cristianos de Europa Occidental se propusieron reconquistar la Tierra Santa con un pretexto religioso. Lograron su propósito, crearon un reino de Jerusalén y tres enclaves feudales más se sostuvieron allí por largos decenios pero, en cuanto cesaron de fluir los refuerzos europeos, perdieron esas tierras y fueron recuperadas por la civilización musulmana precedente.
Hay muchos que consideran inútiles los antecedentes históricos porque creen que el modernismo y la evolución los han invalidado. Se equivocan rotundamente porque, en verdad, somos sujetos de las leyes de la evolución histórica. Y la razón es muy simple, para la evolución de los seres humanos como personas, seis mil años de historia no son nada y básicamente seguimos siendo igual a los sumerios mentalmente, aunque seamos tan enormemente diferente en nuestra cultura material. Seguimos reaccionando como ellos, con los mismos temores y pasiones y todo eso determina que nos comportemos igual ante situaciones parecidas.
Con todo esto en la mente abordemos la situación actual de Palestina. Allí está inequívocamente en marcha la eliminación final del pueblo palestino que todavía vive en esa región. Si revisamos la variación demográfica, vemos que desde la conquista israelita el volumen del pueblo palestino no ha cesado de disminuir y lo que queda es solo el resto de lo que hubo. Ahora bien, las eliminaciones de un pueblo tienen dos componentes: el que desaparece por emigración y forma diásporas en distintas partes del mundo; el de la eliminación física que adopta generalmente la forma de un genocidio. Los ejemplos de estos dos caminos sobran, y el propio pueblo judío fue un ejemplo de ello durante muchos siglos.
No me explico por qué los gobiernos nunca tienen asesores históricos que les enseñen las constantes de la historia. Si hubieran sabido historia, los norteamericanos no se habrían metido en el mundo musulmán sin estudiar primero su evolución religiosa y sin saber distinguir entre sus numerosas sextas y variante de doctrina que crean barreras intangibles pero tan reales como la Muralla China. De lo que sí estoy seguro es que los estadistas de Israel sí saben historia y, por eso, saben que lo que están haciendo es un lento genocidio con alguna leve pintura de civilidad.
No nos engañemos. Lo que ocurre en Palestina es un genocidio en marcha y la única forma que lo solucionemos es entre todos y con ideas muy revolucionarias. ¿Qué nos corresponde a nosotros como pueblo lejano y teóricamente neutral? Nos corresponde solo aportar nuestras ideas y nuestras débiles voces en foros internacionales. Espero que lo sepamos hacer bien. (El Líbero)
Orlando Sáenz