El primer anuncio en materia internacional que hizo el presidente electo de Bolivia, Luis Arce, fue su deseo de reconstituir Unasur. Lo dijo apenas se conoció su victoria. Sin embargo, en sus palabras y rostro se percibió una suerte de melancolía profunda. Novelistas románticos del siglo 19 habrían descrito aquel momento de Arce como ejemplo de tristeza desgarradora por algo que ya no está y que se sabe que no volverá. Weltschmerz, la denominaban Heinrich Heine, Jean Richter y Lord Byron.
¿Qué tan genuina habrá sido tal melancolía? En su fuero interno, Arce sabe que Unasur es historia. Por lo tanto, no fue un lapsus ni menos congoja. Simplemente se trató de algo tan normal como un juego de palabras épicas y ocurrencias variopintas, propias de aquellos momentos de jolgoria post-electoral, cuando todos anhelan sentirse partícipes y escuchar cualquier cosa. Lo central son sus declaraciones posteriores. El hombre sabe perfectamente el terreno que pisa. Rememorar Unasur fue sólo para tranquilizar espíritus combativos.
¿Es eso criticable? En absoluto. Arce se hará cargo de un país muy distinto al abandonado por Morales e inserto en una región también muy diferente. Por lo mismo, vale la pena reflexionar de forma breve sobre algunos de los primeros temas que le demandarán definiciones.
Una primera consideración es que el triunfo de Arce, si bien fue un spin-off de la telenovela evista, demostró finalmente que el famoso Evo Morales era reemplazable y el anárquico final de su gobierno del todo evitable. Fue un nuevo ejemplo (y desde luego, no el último) que la codicia y el narcisismo están en la política tan presente como en cualquier otro ámbito de la vida. Una segunda consideración es el estado residual del viejo bloque bolivariano, que desaconseja del todo reflotar quimeras tipo Unasur. Ello por la sencilla (pero gran) novedad que el ambiente geopolítico está dominado ahora por el Brasil de Bolsonaro, el Paraguay de Abdo Benítez, a la vez que muestra una Argentina K exánime y sin recursos para la menor aventura externa. Además, los otros dos vecinos, Chile y Perú, se encuentran sumidos en vorágines internas demasiado fuertes como para participar en proyectos sin destino. Y, como si esto fuera poco, en el último año (el de la pandemia), la frontera de 750 kms con Argentina se ha vuelto demasiado frecuentada por carteles de la droga, como el Primeiro Comando da Capital.
Sin embargo, hay una razón de bastante mayor peso. Por profunda molestia que genere, la verdad es que los países impulsores de iniciativas con efecto geopolítico necesitan disponer no sólo de deseo y de ingentes recursos financieros. Absolutamente imprescindibles son una cierta densidad intelectual, un magnetismo cultural evidente y una alta dosis de glamour. El mejor ejemplo de ello fue la negativa de Lula a trasladarse al Quito de Rafael Correa cuando le ofrecieron dirigir Unasur. Levantar un organismo multilateral exige algo más que algoritmos. Aunque suene frívolo, a la política también la mueve una especie de inconfensable must have.
Gran ejemplo es la vacuidad total de aquel faraónico edificio mandado a construir por Correa como sede de Unasur, sin dotarlo siquiera de valor museal. Ernesto Samper lo ocupó temporalmente y sólo unas cuantas oficinas. No está demás recordar los muchos recursos financieros que se necesitan para estas iniciativas y que Morales, pese a su entusiasmo desbordante por el edificio quiteño, sólo pudo hacerse cargo de los muebles cuando fue desmantelado. No tuvo medios siquiera para llevarse el monumento de 3 metros y 600 toneladas a Nestor Kirchner, instalado por Correa a la entrada del edificio, y sacado por el congreso ecuatoriano al calificarlo de “apología a la corrupción”.
Otra consideración a tener presente es la lejanía de Arce con todo cuanto rememore a Evo Morales. No por casualidad empezó a construir ante la BBC hace pocos días un nuevo relato político, diciendo varias cosas interesantes y categóricas. Que ojalá Morales retrase al máximo su regreso a Bolivia. Que éste será su gobierno y no de Morales, y que no formará parte del gobierno. Además, le envió un claro mensaje a los evistas asilados en la embajada de México en La Paz; recibirán salvoconducto para que se vayan de Bolivia.
Surgen evidentemente dos grandes dudas. ¿Aceptará Morales quedar marginado del gobierno y terminar sus días en un ostracismo benévolo en Cochabamba? La espada de Damocles que pende sobre su cabeza con juicios diversos (hasta uno por pedofilia) quizás lo hagan desistirse de tal idea. ¿Optará por irse a un exilio dorado al extranjero, similar al que él mismo mandó a Choquehuanca cuando lo sacó del gobierno? No suena muy digerible.
Luego, en la lastrosa carga que significa Morales, hay un tema adicional. Es esa extraña y peligrosa relación con Irán. Pocos recuerdan que esta fue una de las causas de la ruptura de Morales con su canciller por años, David Choquehuanca. Ahora, este líder aymará regresa como Vicepresidente electo, y trae bajo el brazo una buena cuenta por cobrar. Choquehuanca representa a los desplazados y maltratados por Morales y su entorno, especialmente por el entonces Vicepresidente Alvaro García Lineras, promotor de cuanta causa anti-imperialista se divise en el horizonte.
Esto permite concluir que el distanciamiento amable de Arce con el exPresidente transite más temprano que tarde a una grieta mayor. Es probable que se re-edite aquella vivida por Correa y Moreno en Ecuador. La praxis política muestra numerosos ejemplos, en diversas épocas y lugares, de rupturas entre mentores y delfines. Prácticamente no existe caso de un mentor no tentado a manejar a su delfín, y la consecuente rebeldía de éste. El caso ecuatoriano demuestra lo fluido de este tránsito. De las sonrisas a la frialdad y del distanciamiento a la virulencia hay un corto trecho.
Aparte de los factores Choquehuanca e Irán en esta ecuación, existe otra dificultad objetiva. Arce y Morales no tienen una historia política común. El Presidente electo no pertenece al tronco fundador del MAS y tampoco participó en intrigas políticas durante el gobierno de Morales. Junto a otros viejos militantes del PS-1 arribó tarde al MAS, donde siempre fue visto sólo como un tecnócrata.
Arce y sus amigos nunca se sintieron cómodos con los devaneos bolivarianos, iraníes y cubanos de Morales y García Lineras. Hablando con la BBC, tras su triunfo, indicó: “no se puede construir el socialismo de inmediato, no se puede realizar un tránsito mecánico del capitalismo al socialismo y debe haber un largo periodo intermedio”.
El ejercicio de la presidencia lo llevará con toda seguridad a entender que resulta mucho más recomendable mantener ad infinitum ese estado intermedio (capitalista, por cierto), relegando la nostalgia al plano de las emociones pasadas. Irá aprendiendo que ello no es incompatible con las caras de melancolía que a veces es necesario mostrar. Como economista con ya varias décadas sobre sus hombros, y como buen observador, debe saber que cualquier vicisitud será siempre más recomendable vivirla en el capitalismo que en un ambiente dominado por aires revolucionarios, sean cubano o venezolano o iraní. (El Líbero)
Iván Witker