Guardarse para la próxima

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Se ha convertido en lugar común entre articulistas y opinadores la idea de que la derecha, o en términos más generales la oposición, no ha estado a la altura de las circunstancias en el actual proceso electoral. Se le reprocha su incapacidad de llegar a acuerdos para las elecciones municipales y regionales y quienes lo hacen hablan de falta de habilidad política, cuando no de franca estulticia. Incluso hay quien ha llegado a calificar esa actitud como ausencia de una genuina “vocación de poder”.

La métrica que lleva a esas lapidarias conclusiones es simple: lo que interesa en las próximas elecciones es elegir al mayor número de concejales, alcaldes, consejeros y gobernadores que sea posible: el mayor número de gente “gobernada” por una determinada fuerza política, dicen. Y ponen como ejemplo de un buen comportamiento detrás de ese objetivo a los partidos del oficialismo, que merced a una bien calculada distribución de candidaturas sobre la base de renuncias, concesiones y apoyos cruzados probablemente va a elegir más representantes populares de los que sus votos, yendo cada uno en solitario, les permitirían. Para quienes se guían por ese principio, el paradigma del comportamiento político inteligente es el del Partido Socialista, que en la última elección parlamentaria con un 5,3% de votos y merced a una astuta distribución de candidatos dentro de su pacto, logró el 8,4% de los diputados.

Pero ¿sacar el mayor número de representantes electos, como pacto o como sector, es el único objetivo posible en la elección que viene? Quienes afirman que así es, argumentan que los representantes electos van a ser luego, en las elecciones parlamentarias y presidencial del próximo año, los soportes que van a levantar y sostener las candidaturas a diputados y senadores. O, dicho de otra manera, los partidos en realidad estarían eligiendo agentes electorales para la elección verdaderamente importante, que es la que sigue.

Es posible que algo de eso sea verdad, aunque hay que tener presente un par de cosas. La primera es que, de los 1.574 candidatos a alcaldes, 1.084 son independientes. De estos, 686 son independientes a todo trance, esto es independientes fuera de todo pacto y 398 siguen siendo independientes, aunque vayan dentro de un pacto. Estos 1.084 candidatos independientes representan el 68,7% de todos los candidatos, lo que a su vez significa que un porcentaje parecido de candidatos electos podrían ser independientes; de ahí que aquello de que las personas van a ser “gobernadas” por los diferentes partidos se torna cuestionable: después de la elección lo más probable es que la mayoría de las chilenas y chilenos sean gobernados en sus comunas por independientes.  Y de aquí no es difícil colegir que, una vez electos, es probable que estos alcaldes independientes busquen ser ellos la locomotora que tire de su propio convoy y no el último carro del convoy que tira otra locomotora, esto es que la idea de que necesariamente se van a convertir en agentes o peones de las candidaturas a diputados o senadores de los partidos también se torna cuestionable.

Por otra parte, tampoco es posible garantizar la lealtad de los alcaldes electos que sí sean militantes, al candidato a diputado que le imponga su partido, pues, así como los soldados de Napoleón portaban en sus mochilas el bastón de mariscal, ellos suelen portar en las suyas el bastón de diputado y mucho más (sólo recordemos que entre los nombres que se mencionan como posibles candidatos presidenciales figuran por lo menos tres actuales alcaldes). Por ello no son estos alcaldes quienes van a estar en la mejor disposición de consolidar la figura política de otros, sobre todo si ello va en desmedro de sus propias aspiraciones futuras.

Pero quizás más significativo sea el hecho que elegir muchos alcaldes, concejales y gobernadores en las próximas elecciones sea menos importante que sacar la mayor cantidad de votos como partido, prescindiendo para ello de pactos y concesiones. Veamos por qué.

Si aceptamos que la elección más importante es la presidencial y que le sigue en orden de importancia la parlamentaria, entonces es razonable que se acepte que los pactos y concesiones mutuas que importan de verdad son aquellos relativos a esas elecciones del próximo año y no los de las elecciones de este mes. Pero todo pacto y toda concesión, sobre todo cuando las concesiones se refieren a cuestiones de tanta importancia como un cupo de senador o la presidencia de la República, está determinado por la fuerza con que llegan los negociadores a la mesa de negociación. Se trata de negociaciones en las que, no obstante que todos los que se sientan a la mesa son supuestamente iguales y todos son aliados, algunos son más iguales que otros. Y la importancia, el peso relativo de cada uno, depende de los votos con que llegan a sentarse a la mesa y del significado político que les asignan a esos votos. De ese modo, con un capital aportado a la sociedad (los votos) y una intención (la que cada uno les asigna a los votos aportados), es que comienza la negociación en la que, quien aporta más capital (nuevamente: más votos) querrá llevarse una cuota mayor de lo negociado (digamos la candidatura presidencial o más cupos senatoriales) y poner más de la intención que respaldan sus votos en los programas o decisiones de campaña que se decidan.

Pero para definir ese capital inicial (esos votos) es necesario concurrir al escrutinio popular. Y el único escrutinio real para algunos partidos de derecha, en el momento presente, es la elección de dos semanas más. Es la situación de Republicanos, que se siente obligado a demostrar que los votos obtenidos en la anterior elección presidencial y en la elección del Consejo Constitucional, están protegidos y aumentados en su cuenta corriente. Y es también la situación del Partido Social Cristiano, que en la práctica debuta en lides electorales. No debe extrañar por ello que a esos partidos no les haya interesado mucho llegar a acuerdos electorales con Chile Vamos, pues les interesa más conocer y sobre todo mostrar su propia fuerza, lo que sólo puede lograrse yendo en solitario en esta elección: saber de cuántos votos son dueños, con qué “capital” se van a sentar a la mesa de negociación del próximo año… y si les conviene sentarse a esa mesa. A Chile Vamos, por el contrario, sí le interesaba pactar en serio y diluir en concesiones mutuas los votos de cada cual, porque, razonablemente, pueden esperar que Republicanos los iguale o aún los supere en la próxima elección en tanto que, para ellos, como por lo demás para todo Chile, los votos del Partido Social Cristiano son una incógnita que sólo la próxima elección podrá elucidar.

Así, pues, quizás no sea tan irresponsable y mucho menos boba la actitud de los partidos de derecha o la de algunos de ellos por lo menos. Es que, así como Blaise Pascal nos hizo ver que el corazón tiene razones que la razón no entiende, la derecha tiene razones que los análisis tradicionales no alcanzan a entender. Razones que los llevan a pensar que elegir a menos candidatos en esta oportunidad puede significar elegir más o mejores en la próxima… que es la buena. (La Tercera)