Acaba de morir Guillermo Teillier. Y con él parte de una generación cuya peripecia vital se entrelazó con los momentos más dramáticos de la reciente historia política de Chile. Puede afirmarse, por eso, que él representó, como en un resumen, las contradicciones y los desafíos del Chile de las últimas décadas.
Decir a alguien como Teillier que buena parte de lo que él fue e hizo se explica por la historia, es casi un homenaje, puesto que él creyó siempre que el tiempo histórico, el contexto, los grandes vendavales de la circunstancia explicaban en gran parte la conducta que era a la vez reflejo y toma de posición frente a ella.
El Presidente ha decidido decretar duelo oficial. Y es razonable preguntarse si acaso es correcta o no esa decisión.
Veamos.
En los ochenta fue un férreo opositor a la dictadura. Y no lo fue como un profeta desarmado de los que hubo tantos, sino al revés: tomó las armas para oponerse al régimen y se mostró dispuesto a acabar con el adversario. Más tarde, y una vez recuperada la democracia, contribuyó a que el PC retomara su tradición institucional y parlamentaria hasta formar parte del gobierno con la Nueva Mayoría, primero, y el Frente Amplio, después.
¿Es correcto reprocharle a Teillier (y con él a parte del PC) haber tomado en algún momento las armas y haciendo pie en esa actitud suya negarle, en la hora final, el homenaje? Cuando se trata de la violencia en política, habría que responder citando a Santo Tomás —un autor que seguramente él no habría citado—, la referencia al contexto es inevitable. En la dictadura, los comunistas fueron perseguidos con esmero y se intentó exterminarlos. ¿Cómo podría reprochárseles haberse defendido o haber reaccionado, o, si se prefiere, en vez de haber puesto la otra mejilla haber pagado con la misma moneda a quien los perseguía? La tradición incluso católica diría que tratándose de un gobierno tiránico —y ese calificativo merece aquel que procura exterminar a sus rivales— el empleo de la fuerza está justificado. Otra cosa es, desde luego, hacerlo en democracia, cuyo principio fundante es la exclusión de la violencia y evitar reemplazar en ella al gobierno mediante la coacción. ¿Hizo esto último Teillier y con él el partido al que pertenecía? Es probable que haya aplaudido y para sus adentros deseado que en los días de octubre del 19 el gobierno de Piñera (a quien llegó a solicitar la renuncia) cayera como consecuencia de la revuelta; pero eso es distinto a sostener que él fuera quien la planificó o la teledirigió. Si lo hubiera hecho, por supuesto habría transgredido el compromiso democrático; pero nada hace pensar que eso ocurriera.
Cuando se le juzga por sus resultados y su conducta objetiva —que es lo que corresponde hacer con alguien que ha muerto—, la verdad es que Guillermo Teillier, con ese estilo suyo astuto, que no se sabía si era cautela o disimulo, que insinuaba siempre una carta bajo la manga, dejando así claro al interlocutor que si no mentía, nunca decía toda la verdad y nada más que la verdad, se comportó conforme a las reglas de la democracia y favoreció que el PC, el mismo que con su participación alguna vez tomó las armas, se incorporara plenamente a la democracia, participara de su competencia y de sus ritos y con ello legitimara sus resultados.
¿Que fue comunista? Sí, desde luego, y se enorgulleció de ello y no se ve por qué ello podría ser motivo de reproche o una razón para negarle, en la hora final, el homenaje que con razón ha decidido el Presidente al decretar duelo oficial. Uno de los principios de la democracia es que en ella todas las ideas son admitidas y lo que se excluye son los medios con que se procura esparcirlas o imponerlas. Reprochar a Teillier haber sido comunista es inadmisible dentro de las reglas de la democracia y habiendo él contribuido objetivamente a que ella funcionara (aunque pudo, con oportunismo, desear abandonarla cuando la ocasión pareció propicia) no parece correcto negarle un homenaje. (El Mercurio)
Carlos Peña