¿De qué se trataría ese proceso? De una degradación clientelista de la política, de la captura de los servicios públicos por grupos de interés, de la relativización de las libertades y derechos individuales mediante la inflación de derechos indeterminados, de la agresión contra la sociedad civil por parte del Estado, y de la expansión indiscriminada del gasto y el aparato estatal. Es lo que han vivido, en distintos grados, muchos países latinoamericanos durante el último ciclo populista. Y si el caso venezolano les parece muy fuerte, podemos optar por el ejemplo de la Argentina kirchnerista.
¿Es Guillier un líder populista? No lo creo ni lo he afirmado. Lo que he dicho es que está obligado a pactar de igual a igual y ganarse el apoyo de fuerzas políticas que sí apuntan en esa dirección. Y las concesiones y gestos programáticos realizados los últimos días al Frente Amplio solo confirman esta sospecha: partiendo por la designación de Fernando Atria, promotor del asambleísmo constituyente, a cargo de su agenda constitucional, pasando por sus guiños al movimiento No+AFP, y terminando con ofertones clientelistas como el de la condonación del CAE o la gratuidad universal universitaria (que el populismo de derecha, encarnado en Ossandón, también ha levantado como bandera).
Es curioso que tantos defensores de Guillier crean que la obligación de pactar con grupos de izquierda radical para poder llegar al poder y ejercerlo no tiene mayores consecuencias políticas. Tanto como la creencia de otros tantos de que siguiendo recetas de izquierda es más fácil que Chile se convierta en Noruega o Finlandia que en Argentina o Venezuela.
Pablo Ortúzar Madrid
Investigador IES