Hacia una nueva cuestión social: el endeudamiento familiar-Roberto Astaburuaga

Hacia una nueva cuestión social: el endeudamiento familiar-Roberto Astaburuaga

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El primer centenario de Chile dejaba tras sí a una inmensa de mayoría de chilenos sumidos en pésimas condiciones de vida y laborales. Durante el siglo XX, la situación fue mejorando paulatinamente. Pero la irrupción de un capitalismo feroz deja al bicentenario chileno con familias, si bien en mejores condiciones materiales de vida, sometidas a un nivel de endeudamiento que puede ser una de las causas de la cuestión social 2.0.

Las distorsiones del sistema económico y financiero y la facilidad en el préstamo pueden reventar en un círculo de endeudamiento del que parece imposible de salir, aun cuando exista una voluntad real de pagar. Como advertía el profesor Julio Alvear en 2012, “una cosa es incentivar la expansión de crédito y otra el encarecimiento de la deuda. El axioma ‘deudores más pobres con créditos más caros’ ha llegado a ser en Chile una dura realidad para muchos hogares que viven de su empleo y sus avatares”. Lo cierto es que muchos hogares son esclavos de una deuda que sólo se expande y no se reduce.

De acuerdo con la Encuesta Financiera de Hogares 2021 del Banco Central, el 57,4% de las familias tiene algún tipo de deuda, y la mediana de ellos destina un 21% de sus ingresos mensuales al pago de deudas que representan 3,5 veces dicho ingreso. Si bien los números han experimentado una disminución en comparación con 2017, la tendencia a la baja se explica más por las ayudas socio económicas que se entregaron durante la pandemia y los retiros de AFP, que por una mejora real.

En este sentido, el 49% de los hogares endeudados tiene deudas no hipotecarias, con una mediana de 2 millones de pesos. Por otro lado, de acuerdo con el Informe de Endeudamiento 2022 de la Comisión para el Mercado Financiero, la deuda mediana de consumo es de $1,3 millones, y un 97% de los deudores en la muestra presenta algún tipo de deuda de consumo: 45,6% mantiene deuda en tarjetas de crédito bancarias, 9,4% en emisores de tarjetas no bancarias y 67,2% en tarjetas de sociedades de apoyo al giro bancario. En términos de montos, la deuda de consumo representa un 26,6% del total de la deuda de los hogares, siendo los productos de mayor incidencia los créditos en cuotas (15,1%), tarjetas de sociedades de apoyo al giro bancario (5,2%) y tarjetas de créditos bancarias (5,1%).

Las deudas de consumo se mantienen gracias a los altos intereses, los que, por si solos, pueden llegar a duplicar el monto de la deuda original. Un mecanismo que provoca esto es el anatocismo: la capitalización de intereses sobre el monto insoluto de la deuda de capital, monto total sobre el cual se cobran nuevos intereses. Esto supone un deudor moroso que repacta su crédito. Si a esto se le suma las cláusulas de aceleración, el interés por riesgo o las comisiones injustificadas, la burbuja terminará por explotar.

Esta situación ha sido advertida y se ha reflejado en distintos proyectos de ley que no han conocido la luz y duermen en los escritorios del Congreso, como los presentados por la senadora Rincón en 2019 o el diputado Calisto en 2021, archivado el primero y pendiente en tramitación el segundo. La necesidad de regular, prohibir y limitar determinados abusos del sistema financiero, sin poner en peligro la seguridad jurídica ni generar incentivos perversos para aprovecharse, como ha ocurrido con la Ley de Fraudes, es manifiesto para la tranquilidad económica y mental de las familias endeudadas. No se trata de un “perdonazo”, sino de ayudarlas a pagar, pero lo que corresponde: ni más, ni menos.

Hace 100 años, la realidad chilena era diferente a la actual y enfrentaba sus propios problemas, y muchas familias sufrieron por no atenderse su indigna situación a tiempo. Hoy, con más datos y recursos, se puede comenzar a atajar solo una de las injustas causas del malestar que vive cada familia chilena. En último término, se trata del respeto a la dignidad humana, pues, como sostenía San Juan Pablo II en la Carta Encíclica Centesimus Annus (1991), “(…) la libertad económica es solamente un elemento de la libertad humana. Cuando aquella se vuelve autónoma, es decir, cuando el hombre es considerado más como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce y consume para vivir, entonces pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla”. (El Líbero)

Roberto Astaburuaga