Durante el período en que Girolamo Savonarola tuvo el control político de Florencia, se dio el gusto de castigar a aquellos que había criticado durante toda su vida: los ricos y poderosos de la república florentina, a los que enrostraba sus lujos, lujuria y corrupción. El castigo estuvo a la altura de la crítica: hizo requisar espejos, perfumes, ropas, libros y todo lo que a él o a sus seguidores podía parecerles expresión de la vanidad o del pecado… y los hizo arrojar a una hoguera en la Piazza della Signoria de Florencia. Fue la “hoguera de las vanidades”.
El Savonarola de la que ha dado en llamarse “clase política” chilena es, hoy por hoy, el pueblo mismo. O por lo menos aquel cuya opinión es recogida por las encuestas de opinión pública y que, sistemáticamente, ha situado a nuestros políticos -y a la política en general- en el último lugar de su confianza. Los calificativos que emplea -y que también recogen las paredes de nuestras ciudades- no difieren mucho de los que empleaba Savonarola y “corruptos” es uno de los favoritos.
Pero, a diferencia de Savonarola, nuestros críticos no necesitan encender una hoguera para castigar a sus criticados, pues de eso ya se han encargado ellos mismos. Lo hicieron durante los últimos días, en los que han estado arrojando entusiastamente a las llamas no sus vanidades sino buena parte del poco prestigio que les queda. Esa es la “hoguera del prestigio” y esta vez, luego de que durante un largo período esa tarea estuviese a cargo de los seguidores del Presidente Boric y de él mismo, quienes se han encargado de alimentar el fuego han sido los partidos de la oposición de derecha.
El primer leño lo puso Marcela Cubillos y el desproporcionado salario que recibió durante años. Tuvo esa capacidad flamígera no tanto por los montos de dinero involucrados como por los argumentos que esgrimieron ella y sus defensores. Es verdad que en nuestro país se pagan salarios más altos que el que ella tuvo, que la entidad que se los pagó tiene la capacidad de decidir cuánto pagar y a quién y que quienes tienen con qué, pueden ayudar a políticos cuando atraviesan un período de vacancia. Nada de eso es criticable. Lo que es criticable es que todo o algo de eso se haga con cargo a los recursos de una universidad que, como ha recordado su rector, no es una fábrica de zapatos con la que su dueño pueda hacer lo que quiera. Más criticable aún es que se haga atropellando la dignidad de personas con mayores antecedentes y prestigio académicos que Cubillos a las cuales la universidad les paga quizás la décima parte de lo que le pagaba a ella. Y es todavía más grave que esa defensa de un salario -inmerecido si se lo compara con el de sus colegas académicos y abusivo si se tiene en consideración su origen- se haya hecho de cara a la abrumadora mayoría de chilenas y chilenos que, con igual o mayor esfuerzo que Cubillos, perciben salarios veinte o treinta veces más bajos que el suyo. Eso es reírse de la gente y sin duda una manera más que entusiasta de echar leña a la hoguera del prestigio de los políticos y, específicamente, del prestigio de las y los políticos de derecha.
Pero lo que puso todos los leños que faltaban fue el espectáculo que comenzó a primera hora del lunes con el anuncio de Republicanos que presentaría una acusación constitucional en contra de la ministra de Interior. Como sus propios personeros aclararon poco después, el objetivo de esa acusación es puramente electoral y en él se mezclan reclamos por la crisis de seguridad pública con vagas demandas al Presidente de la República de que renueve su gabinete. O sea: la misma burla a la institución de la acusación constitucional y la misma irresponsabilidad que se criticó a los enfermos de “octubrismo” que hicieron de las acusaciones constitucionales su juguete favorito durante el gobierno de Sebastián Piñera.
Pero eso no fue lo peor. Lo peor vino con el anuncio por parte de la bancada de diputados de Renovación Nacional, horas más tarde, de una acusación constitucional… contra el Presidente de la República. El motivo nunca se supo a ciencia cierta, excepto la percepción de que lo hacían exclusivamente para no quedarse atrás de sus aliados en esto de llamar la atención y jugar con las instituciones.
Por fortuna para el prestigio de los políticos y de la política en general, el presidente de su partido, Rodrigo Galilea, los puso en su lugar horas más tarde cuando declaró que no estaba de acuerdo con la absurda decisión de sus diputados. Éstos, de buen grado o no, aceptaron la autoridad de su presidente y la acusación finalmente no se presentó. Con ello se evitó el stress institucional que habría significado el trámite de esa inconducente acusación, pero no pudo evitarse el papelón de un grupo de diputados que le mostraron al país que podían intentar cualquier cosa, por irresponsable que fuese, para llamar la atención. Más leña para la hoguera del prestigio de la política y los políticos.
Hubo, sin embargo, otra hoguera, o quizás fue la misma que cumplió una función distinta y esta vez positiva. Fue la del fastidio de sectores de la propia derecha, aquella que se identifica como centroderecha, que terminó de cabrearse con todos esos desplantes. Comenzó el exministro de Hacienda Ignacio Briones, militante de Evópoli, quien criticó públicamente la actitud de Cubillos y poco después su partido al completo decidió dejar “en libertad de acción” a sus seguidores de la comuna de Las Condes en la próxima elección de alcaldes, lo que es lo mismo que decir que ya no apoyan a Marcela Cubillos en esa elección. Desde Evópoli rechazaron también la absurda acusación contra el presidente y la que afecta a la ministra del Interior.
Estos gestos revelan que, así como se habla de “dos almas” en el oficialismo, también existen dos almas en la derecha y que esa situación no puede prolongarse sin fricciones. La segunda de estas “almas”, que tiende a identificarse con la extrema derecha y que, a juzgar por su propaganda electoral, hoy mejor encarna la propia Marcela Cubillos, focaliza su atención en alcanzar todo el poder para sí misma, sin considerar el diálogo con cercanos de la derecha y mucho menos con la centroizquierda o la izquierda. Se trata de una derecha para la cual “consenso” o “acuerdo” son malas palabras y se siente mucho más cerca del libertarismo de Javier Milei que del liberalismo de Evópoli.
Es una situación que atraviesa a todos los partidos de la actual oposición de derecha, algo que fue puesto en evidencia al resplandor de la hoguera del prestigio que algunos de ellos encendieron durante la semana. Así, candidatos a concejales de Evópoli en Las Condes tomaron distancia de la decisión de su partido y anunciaron que ellos seguirán apoyando a Cubillos. Y la directiva distrital completa de Renovación Nacional en Las Condes, Vitacura y Lo Barrenechea respondió a la decisión de Evópoli respecto de Marcela Cubillos anunciando que ellos no apoyarían a la candidata de ese partido en Vitacura. Esta decisión, a su vez, motivó la suspensión de la militancia del presidente y otros dirigentes de ese distrito por el Tribunal Supremo de RN.
Así, pues, la hoguera encendida está semana está alumbrando diferencias que podrían llevar a un sinceramiento político en la derecha. El mismo sinceramiento que desde este espacio de opinión le pedimos constantemente al oficialismo. Para que ya no siga ardiendo el prestigio de la política. (El Líbero)
Álvaro Briones