Algunos de estos problemas son mala gestión de este gobierno. Otros vienen ocurriendo desde hace muchos años, y también la acción particularista de grupos confrontacionales. Nos conmueve esta acumulación de males, que no es más que el resultado de una conducción perversa que nos ha venido hundiendo imperceptiblemente. Esto no significa que no haya responsables. Por el contrario, son las oligarquías dirigentes las que deben responder: políticas, sindicales, empresariales, espirituales, culturales. Todas ellas se han reunido en el sistema del socialismo-capitalismo que ha caracterizado la conducción del país, generando una desmoralización que se expresa en este malestar.
Este sistema se caracteriza por la colusión de intereses sectoriales para beneficiarse del poder en desmedro de la gran mayoría y su riquísima, vasta y variadísima red de asociaciones de diversos tipos que conforman el entramado social del país. La paulatina erosión de los contrapesos institucionales, el no legislar para establecer otros nuevos a medida que aparecen las necesidades, o directamente legislar en beneficio propio, como ha ocurrido en tantos casos relativos a los políticos, nos ha ido llevando al precipicio que nos horroriza en este momento.
El secretismo de las relaciones entre estos privilegiados y la persecución de objetivos personalistas y de corto plazo por parte de cada uno de ellos han ido debilitando las fibras morales de muchos otros seres anónimos, que descubren que también pueden actuar impunemente en medio de un ambiente maleado en las cúpulas. Hay que valorar debidamente la solución de los problemas cotidianos en su proyección en el tiempo, sin interferencias ideológicas y con participación de todos, para despejar las nubes que nos confunden y percibir el horizonte común hacia el cual debemos orientarnos. (El Mercurio)